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Los resultados electorales en Rusia y la estupidez occidental

martes 19 de marzo de 2024, 08:19h

Lejos de haber recortado su apoyo electoral, con una participación ciudadana menor que en anteriores ocasiones, Vladimir Putin ha obtenido en estos comicios la victoria más alta en toda su carrera presidencial (un 87,28% de los votos), con una cifra récord de participación (el 77,4%) en la historia de la Federación Rusa, desde 1989. Cabe entonces la pregunta de cuál es la explicación de esta victoria arrasadora. Y lo cierto, si se echa una ojeada a los medios occidentales, es que la gran mayoría no va más allá de repetir el vocablo farsa. Pero esta explicación, como se dice de las mentiras, tiene patitas muy cortas.

¿Será que la farsa ha aumentado considerablemente en esta oportunidad respecto de las otras victorias, más estrechas, en elecciones anteriores? ¿O será que esta vez se ha manipulado más la recolección de sufragios? Estas preguntas, referidas al desarrollo de estos comicios, tienen ambas una respuesta negativa.

Definitivamente, no estamos ante un proceso electoral plenamente libre: la campaña electoral ha sido controlada institucionalmente, los candidatos claramente contrarios a Putin han encontrado dificultades administrativas insuperables. Sin embargo, los corresponsales occidentales en Moscú no han reportado indicios de que haya habido manipulación en la recolección de votos. No, definitivamente. No parece que estas elecciones hayan sido más controladas que en ocasiones anteriores y tampoco parece que haya habido una manipulación grosera en el recuento de votos.

¿Entonces?

Incluso buena parte de los observadores vaticinaban una victoria más apretada de Putin, dada una supuesta impopularidad de la guerra en Ucrania y la muerte de su opositor más notable, Aleksey Novalny, a sólo tres semanas de las elecciones. Es decir, todo indica que para explicar el considerable apoyo obtenido por Putin la insistencia en la idea de farsa no da para mucho.

Por ejemplo, el diario El País ha compuesto un video sobre las elecciones en Rusia, donde participan Carmen Claudín y su corresponsal en Moscú, Javier Cuesta, que no logran salir de esta repetición poco productiva de la idea de farsa. Claudín, investigadora del CIDOB, que parece haber proyectado su antiguo antisovietismo en una predisposición rusofóbica (la primera estaba justificada, la segunda no), establece como base de su explicación la imagen de farsa, aunque luego acepta que Putin tiene efectivamente el apoyo de la mayoría de la población (en un 60% estima). Por su parte, Javier Cuesta, compone una largo artículo -que más bien parece un editorial- sobre la victoria de Putin sin que logre explicar lo que dice su titular: “Putin reafirma su poder tras la farsa electoral”. Después de leer su larga nota no es fácil encontrar cual es la causa de este fenómeno, a menos que pensemos que el 87% de los rusos son oligofrénicos.

Formo parte de aquellos observadores que estamos convencidos que hay que buscar la explicación del amplio apoyo a Putin en otra parte. Como comenté, me resultó interesante la descripción que hace Vasili Grossman en su enorme novela Vida y destino, acerca del apoyo popular a Stalin a partir de la contraofensiva rusa contra los alemanes en 1943. La causa decisiva consistió en la recuperación de su estima nacional. Hasta entonces, todo lo ruso era negativo y deprimente, y con la contraofensiva, el alma rusa abandonó ese complejo de inferioridad. Y la figura que tenían delante era Josef Stalin, así que se llevó todo el crédito.

Ese cambio de ánimo también se aprecia hoy en Rusia. La Federación Rusa nació de la desintegración de la Unión Soviética. El intento de Mijail Gorvachov de abandonar el comunismo manteniendo la Unión de Repúblicas no fructificó. Esa crisis de identidad fue tratada de superar por un Yeltsin que buscó en una segmentada Federación Rusa el modelo de política occidental que terminó fracasando. De esta forma, la potencia nuclear que disputaba la hegemonía mundial, fue tratada como un país sin mucha relevancia. Varios observadores consideran que los gobiernos occidentales prefirieron el ninguneo de Rusia en vez de volcarse en la ayuda a un inmenso país que trataba desesperadamente de pasar de un sistema estatista a una democracia con economía privada. Como advirtieron algunos norteamericanos, esta falta de criterio estratégico acabaría cobrándose un alto precio.

Hoy sabemos el verdadero precio. La recuperación de la estima nacional parece el valor por el que los rusos están dispuestos a aceptar a un autócrata. El regreso al tablero mundial, junto al resarcimiento de las humillaciones por décadas, lleva a la inmensa mayoría de los rusos a elegir abrumadoramente a Vladimir Putin como la figura que tienen delante, de forma similar a lo que ocurrió con Stalin en la II Guerra Mundial. Entre otras razones, porque es fácil entender cómo rusofóbicos los discursos belicistas de los gobiernos occidentales. Dicho en breve, la autocracia que dirige Putin es producto tanto de las debilidades internas de Rusia, como de la falta de criterio estratégico de las potencias occidentales. O dicho más brevemente, del karma ruso y de la estupidez occidental.

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