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No preocupa el empate, sino la profunda división del país

lunes 24 de julio de 2023, 08:07h

Puede parecer que es lo mismo, pero no lo es. El empate entre fuerzas políticas divergentes en unas elecciones generales es algo más frecuente de lo que se piensa. En algunos países, como sucede en Alemania, un empate electoral puede dar lugar incluso a una negociación que conduzca a un gobierno de coalición. En otras palabras, un empate electoral puede ser producto de una simple divergencia de opiniones o bien el resultado de una profunda división social, política y cultural de la población de un país. Esto se hizo patente en Estados Unidos, más tarde en Chile y, desafortunadamente, se muestra hace tiempo en España.

En la mañana de estas elecciones, el profesor Fernando Vallespín reflexionaba así sobre esta división: “Hoy, lo que debería ser el día de la fiesta de la democracia se va a convertir para la mayoría en el día de la tortura, de la ansiedad ante la posible victoria del otro”. Y a continuación, se preguntaba: “¿Hasta qué punto podemos considerar que vivimos en una sociedad libre cuando la mitad de una sociedad teme ser gobernada por los representantes de la otra mitad?”

Ese fuerte rechazo del otro, nos traslada en el tiempo hasta las pinturas de Goya. De hecho, algunos observadores han mencionado en esta campaña el recuerdo de las dos Españas irreconciliables de los años treinta del pasado siglo. Afortunadamente, ni el entorno internacional, ni las condiciones de seguridad interior permiten imaginar una confrontación violenta como la que puso final a la II República. Pero el miedo y la acritud han alcanzado cotas en esta campaña que no presagiaban nada muy edificante.

Pues bien, sobre este contexto sociopolítico, el resultado electoral, lejos de eliminar la incertidumbre, la ha acrecentado en el corto y mediano plazo. Es cierto que el PP de Alberto Núñez Feijóo ha ganado las elecciones, sumando medio millón de votos más que el PSOE de Pedro Sánchez, lo que supone que alcanza los 136 escaños frente a 122 del segundo. Pero ese resultado nada tiene que ver el que esperaba Feijóo para poder enterrar el sanchismo. Aunque en su discurso de agradecimiento por la victoria electoral, el candidato del PP ha dejado claro que luchará por conseguir la formación de su gobierno, lo cierto es que el resultado de los comicios deja en suspenso si el próximo gobierno estará liderado por Feijóo o por Sánchez. El cálculo de posibles pactos muestra un empate técnico de posibilidades.

Existe consenso entre los observadores acerca de que la sorpresa de la noche electoral ha consistido en la resiliencia electoral del PSOE. Hasta la última semana de campaña, las propias encuestas internas del partido socialista le otorgaban un resultado más pobre; entre 100 y 110 diputados. Todo parece indicar, pues, que ha sido en el último tramo de la campaña cuando la movilización del electorado de izquierdas ha impedido una derrota abultada del PSOE. Y el principal factor de esa movilización ha consistido en el miedo a Vox, sobre todo una vez que sus representantes en las instituciones territoriales han comenzado a mostrar hasta donde están dispuestos a llegar en su programa radical.

No le ha ido tan bien a SUMAR, que no ha logrado alcanzar el ansiado tercer puesto, que ha quedado en manos de Vox, aunque la formación de Abascal haya perdido mas de seiscientos mil votos y 19 escaños. Todo indica que ha tenido lugar un apreciable trasvase de votos desde SUMAR hacia el PSOE en la competencia dentro de ese bloque.

Pero si el PP tendrá serias dificultades para formar gobierno, la perspectiva de un gobierno de Sánchez también es incierta. De hecho, cuando terminaba la noche electoral la reflexión más repetida tenía lugar en torno a la idea del bloqueo. El fantasma de la repetición de las elecciones generales ha empezado a sobrevolar sobre el escenario político español.

Así las cosas, las previsiones sobre la gobernabilidad futura no son precisamente optimistas. Si el PP consiguiera formar gobierno, su estabilidad dependería en grado sumo del apoyo de Vox, precisamente lo que ha constituido su flanco débil en esta campaña. Pero el PSOE tampoco lo tiene fácil. La alianza para constituirse y para llevar a cabo sus políticas tendría un carácter todavía más Frankenstein que el que tenía. El sentido de Estado dictaría que pudiera formarse un gobierno del PP o del PSOE con el apoyo del otro partido mayoritario. Pero eso requeriría de una cultura política que no poseen grandes sectores de la población ni tampoco sus representantes.

Así que se vuelve al origen de la preocupación de Fernando Vallespin: el temor acendrado de la mitad de una sociedad a ser gobernada por los representantes de la otra mitad. Y la explicación no es otra que esa profunda división procede de que no existe una verdadera deliberación democrática entre esas dos mitades de la sociedad. Estos pasados cuatro años han visto como las medidas vanguardistas de unos, impuestas mediante decretos leyes o a través de alianzas espurias, han provocado un profundo resentimiento social en la otra mitad de España, incrementado por el talante y la forma de hacer política del Gobierno de Sánchez. Ello se complementa bien con bolsones de población de baja cultura política que opta por votar a los extremos. De hecho, la suma de los votos obtenidos entre Vox y SUMAR suponen un cuarto del electorado, sumando más de seis millones de sufragios.

Romper con esa dialéctica poco edificante, necesitaría de un volantazo al interior de las grandes formaciones políticas. La idea de dejar gobernar al partido más votado, propuesta -y practicada en el pasado- por Felipe González encuentra claramente dividido al PSOE. Una encuesta mostraba como la mitad de los electores del PSOE estaría de acuerdo con esa idea. Pero hay sectores amarrados al No es NO, como muestra el expresidente de gobierno Rodríguez Zapatero, que llegó a afirmar que prefería repetir las elecciones antes que apoyar un gobierno del PP; lo que viene a decir que prefiere dejar en las manos de Vox la gobernabilidad del país. Sabemos que Zapatero no es considerado precisamente un atributo intelectual en el PSOE, pero refleja bien el síndrome de la división histórica que señala Vallespín.

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