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Quim Torra: ¿arrebato final?

sábado 19 de mayo de 2018, 10:41h

Me parece muy bien que uno de los acuerdos logrados en las reuniones entre Rajoy, Sánchez y Rivera consista en dejar claro en toda Europa que clase de energúmeno es Quim Torra. Este xenófobo, que considera a los españoles como “bestias con forma humana”, debe ser expuesto en las instituciones europeas sin filtro alguno. Y su extremismo nacionalista, supremacista hasta los tuétanos, puede calificarse bien del "Le Pen español".

Ahora bien, la cuestión de fondo es saber por qué razón el independentismo catalán ha elegido a este funesto personaje como President de la Generalitat. ¿Se trata de una demostración de fuerza? ¿Consideran que ya están a pocos metros de lograr la secesión, como sugiere el propio Torra? ¿O más bien, por el contrario, es una muestra de debilidad, un reflejo de que se les han terminado los personajes presentables para gobernar Cataluña?

Puede que haya de todo un poco, o más bien que dependa de las sensibilidades políticas en el seno del secesionismo. Pero lo que parece indudable es que Torra representa la opción extrema, la más desnudamente radical, la que difícilmente puede distinguirse de la CUP. Dicho de otro modo, cabe preguntarse ¿y después de Torra qué? Pues lo cierto es que, después de su discurso y su talante, no hay mucho más allá por ese extremo (a excepción de la violencia, claro).

En realidad, pareciera que Puigdemont, al elegir a Torra, quisiera demostrar que los hay más brutos que él en el escenario independentista; que hay quien no dudaría jamás y si declarara la República catalana, nunca dejaría en suspenso la declaración a los pocos minutos.

¿Se trata de una operación para mostrar todos los dientes y uñas del separatismo, para que añoremos el regreso del menos extremista Puigdemont, o de otro personaje más prudente de su entorno?

Pero incluso si se tratara de algo como eso, el control de esa estratagema no está garantizado. Mostrar toda la dureza del separatismo puede provocar efectos contraproducentes: una pérdida de imagen en el exterior, un retraimiento de los sectores menos radicales del nacionalismo, entre otros.

Así que no resulta inverosímil que, en el fondo, la elección de Torra signifique un reventón del nacionalismo, una llamada a arrebato para lanzarse a tumba abierta, por parte de un secesionismo cansado de la guerra de desgaste.

Mientras tanto, del lado del constitucionalismo, se busca enmendar las torpezas cometidas en estos meses. En el caso de la judicatura se ha demostrado que los tribunales superiores no han hecho un trabajo fino y ahora tratan a la desesperada de reconducir los errores. Y los partidos también parecen decididos a ponerse a trabajar conjuntamente por sacar la terea. La propuesta del PSOE de establecer por ley la obligación de que cualquier cargo público que tome posesión deba prometer lealtad a la Constitución, puede parecer sorprendente pero resulta necesaria. También Rivera ha dejado de jugar por la libre contra el secesionismo. Tal vez el sentido común obtenga ahora un mayor rédito, frente al extremismo de Torra. Porque si no fuera a así, el arrebato del nacionalismo llevaría definitivamente el conflicto hacia su expresión violenta. Después de un extremismo político como el de Torra apenas queda otra cosa que la violencia callejera.

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