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Sobre lo liberal: una respuesta a Juan Luis Cebrián

miércoles 05 de julio de 2023, 09:05h

Es natural y hasta productivo que en las coyunturas delicadas y complejas -como la actual- emerja la reflexión sobre el ser de España y su relación con el sistema político democrático. Tenemos una historia con demasiadas luces y sombras al respecto, como para no hacerlo. Por eso me parece oportuna la contribución que viene haciendo en la materia Juan Luis Cebrián, antiguo director del diario El País, y su actual presidente honorario.

La última entrega de su reflexión acaba de hacerla mediante el artículo titulado “Un invento español: lo liberal” (El País, 2/7/23). En esta oportunidad, Cebrián se hace eco de algunas consideraciones generales sobre la situación actual de las democracias representativas, especialmente en Europa, lesionadas por las posiciones polarizadas del populismo de extrema derecha y extrema izquierda. Pero su intención central refiere al análisis del caso español, tomando en cuenta también sus antecedentes históricos.

En síntesis, Cebrián describe la dinámica política actual en España así: “Es un escenario en el que no se reconoce ninguna baza del adversario político y el culto a la personalidad del que manda o aspira a hacerlo, al margen de cuáles sean sus cualidades y defectos, acaba por convertir su tarea no en un acto de servicio a los ciudadanos, sino en una descarnada lucha por el poder”.

Creo que la descripción es buena, aunque considero que a estos rasgos principales habría que agregar la tendencia a una forma de hacer política basada en el artificio, el engaño, el ardid, la treta; en suma, eso que se conoce en América Latina como la matráfula o el estilo matrafulero. Algo, por cierto, que creo ha provocado el voto de castigo al presidente de Gobierno en las pasadas elecciones del 28M.

También comparto que existe un efecto en sectores de la población que rechazan esa forma de hacer política”. Dice Cebrián: “Casi la mitad de los ciudadanos con derecho a voto, incluido el expresidente Felipe González, piensa que en el universo electoral son huérfanos de familia”.

Sin embargo, difiero en cuanto a la dimensión de esa cantidad de ciudadanos que rechaza esa dinámica y, sobre todo, respecto de la idea de que existe un claro contraste entre ese posicionamiento de las cúpulas políticas y la moderación de la ciudadanía. La ciencia política ya ha demostrado sobradamente que es fundamentalmente falso eso de que la cultura política es únicamente responsabilidad de las cúpulas, frente a una ciudadanía mucho más sabia o eventualmente inerme. El comportamiento impropio de las élites y las cupulas tiene un apoyo amplio en los parámetros de la cultura política de la mayoría del electorado. Es decir, esa dinámica política de banderías, que se expresa hoy en esta coyuntura, herencia de una tradición acendrada, no sólo es responsabilidad de los actores en el escenario político, sino que se asume como normal e incluso se expresa igualmente en las discusiones políticas de la ciudadanía en familia, en el bar, o, de forma extrema, en las redes sociales.

En suma, debo insistir en que estamos ante un problema general y endémico que refiere a la baja calidad de la cultura política que empapa las bases del sistema y se hace más patente en los actores de las cúspides. La cuestión consiste entonces en medir que tipo de comportamiento favorece más o menos la reproducción de esa baja cultura política. Y todo indica que la forma matrafulera de hacer política es una de las claves para mantener activa esa reproducción.

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