Un hombre bueno

La vida, a veces, tiene planes con los que no contábamos… sabemos que es finita, que lo único seguro que tenemos al nacer es la muerte, pero eso no quita para que nos pille desprevenidos, más aún cuando es una muerte temprana, cuando sale al encuentro de manera injusta en el momento en el que queda mucha vida por delante… A Javier Castro-Villacañas le ha devorado un cáncer, arrebatándole la vida cuando estaba lleno de ella de una manera rápida y cruel.

Javier, por encima de todo, era un hombre bueno. Siempre con una sonrisa y una risa inconfundible, profunda, verdadera. Un hombre de valores y firmes convicciones, algo realmente extraordinario hoy en día. Honesto, leal, coherente, respetuoso, justo, divertido, generoso, culto y con un talante y un talento fuera de lo común. Abogado, periodista, escritor, profesor, columnista, asesor, secretario general de la Federación de Asociaciones de Radio y Televisión, donde le conocí, y lo más importante: padre, hijo, hermano, esposo, amigo…

Riguroso, libre, valiente e íntegro. Patriota más allá de una bandera, sentía auténtico amor por España a la que veía con ojos de preocupación, con esos con los que miras a alguien que quieres cuando sabes que algo no va bien. Un investigador incansable en busca de la verdad, lejos de lo políticamente correcto porque él era un rebelde con causa.

Javier Castro-Villacañas, el hombre tranquilo. Su fe y sus creencias religiosas le han ayudado a irse con esa tranquilidad, organizándolo todo, despidiéndose con serenidad de su amada esposa, Alejandra, de sus hijos, de los suyos… con una dignidad e integridad admirables; preparándose para emprender otro camino, otra vida con Dios que, sin duda, le habrá recibido con las puertas abiertas de par en par. Javier no ha perdido ninguna batalla porque nunca la emprendió, los que hemos perdido somos todos nosotros con su marcha.

Javier y su luz se quedarán por siempre en mi corazón y en mi recuerdo, porque como dice la canción de José Mercé: “Jamás desaparece lo que nunca parte”.