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El contable puntilloso

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
martes 24 de abril de 2018, 10:39h

Creíamos que Cristóbal Montoro era un miembro laborioso del Gobierno, quizá más afanado por recaudar impuestos que por otras facetas sociales del cargo pero, al fin y a la postre, un ministro del Reino de España. Este mes los ciudadanos estupefactos conocieron sus inoportunas declaraciones explicando a propios y extraños que no se había malversado ni un solo euro de dinero público para alimentar la causa separatista patrocinada por la cúpula de la Generalidad de Cataluña presidida por el inefable Carles Puigdemont y su equipo. Esta aventurada afirmación, contraria a lo supuesto por la justicia y lo informado por los investigadores de la Guardia Civil, no puede interpretarse como una traición consciente para favorecer a los encausados por delitos de rebelión y malversación contra la Constitución que Montoro ha jurado cumplir y hacer cumplir como ministro, sino que Montoro se siente antes contable que ministro y su amor propio profesional le impide asumir ningún error en el control de las cuentas de los organismos públicos catalanes.

Si la afirmación de Montoro fuese exacta se deduciría que un magistrado del Tribunal Supremo instruye sin fundamento, que la Guardia Civil inventa pruebas, que los abogados del Estado que no hicieron notar la inconsistencia del sumario son negligentes y que los tan criticados jueces alemanes del Tribunal Regional de Schleswig-Holstein eran, además de unas eminencias del Derecho Constitucional, unos expertos en cuentas. Pero como las maniobras de Puigdemont y sus cómplices no están tan claras, hay que pensar que Montoro ha sido tenido por político durante muchos años para terminar mostrándose como un burócrata irritable y fatuo que cree que su persona será juzgada por la aparente minuciosidad de unas cuentas y no por su contribución a la defensa de la unidad de España. Quizá prefiera ser tenido como un burócrata formalista que como un político valiente. Pero para ello hubiese sido mejor que no hubiese aceptado nunca cargos más elevados que el de subsecretario en vez de meterse en estos líos con jueces, periodistas y tricornios.

Montoro había llevado las cuentas durante años, en tiempos de una grave crisis en la que su dedicación fue meritoria pero oscura. Lo patético es que ahora haya salido de esa oscuridad antipática, tan útil para apretar las tuercas del contribuyente, y haya emergido de su covachuela en tiempos en que el Gobierno está obligado a afrontar, con rigor y eficacia, el problema político más grave por el que está pasando la integridad del Estado Constitucional. Este problema es aquel por el que va a ser juzgado por la historia y medido electoralmente el presidente Rajoy y sus ministros y no por una carpeta de facturas, más o menos disfrazadas, cuyo grado de malversación pueda ser discutido por los auditores de cuentas.

En otros tiempos su déficit oratorio y su tendencia a la inoportunidad eran defectos menores compensados por la facundia de sus superiores y la verborrea de alguno de sus compañeros de gabinete. Pero en estos tiempos no se puede esperar ni el capote de la superioridad ni el quite de la cuadrilla. Es demasiada imprudencia e incompetencia juntas para que el gran recaudador no quede gravemente marcado como un funcionario más preocupado por su prestigio de contable que por su categoría de político. Cuanto más explica que no se gastó ni un euro público el 1-O peor queda ¿Se anticiparon los malversadores a su intervención? ¿Lo engañaron con facturas falsas? ¿Son inocentes los independentistas encarcelados o fugados que, según su parecer, jugaron a la rebelión solo con gastos a cargo de su propio bolsillo?

Al benemérito magistrado Llarena lo ha sobrecargado con la necesidad de demostrar su ecuanimidad desmintiendo a un ministro del mismo Gobierno que aplicó el Articulo 155 de la Constitución para impedir que Puigdemont siguiese dando un golpe de Estado anticonstitucional con cargo al erario público. A los guardias civiles de la UCO los ha convertido en alguaciles alguacilados mientras no se clarifique este asunto. A los abogados de los separatistas europeos de distintas naciones les ha dado argumentos para defender lo indefendible. Los jueces de Schleswig-Holstein se han quedado tan ufanos para seguir incumpliendo una orden de arresto por el dudoso delito económico con que pensaban justificar sus escrúpulos calificando la existencia de malversación y negando la rebelión por violencia insuficiente. Si esta doctrina no era aceptada por la soberanía judicial española, ellos podrían decir que eran los españoles quienes no aceptaron la entrega. Puigdemont, por descontado, tan contento de prolongar el pleito y seguir estorbando. Difícilmente un ministro pudo hacer más daño a su nación, a su Gobierno y a sí mismo.

El presidente de este gobierno tiene la costumbre, que no me atrevo a calificar ni para bien ni para mal hasta ver los resultados finales, de dejar que los que se equivocan se cuezan en sus másteres o sus meteduras de pata hasta que se hacen papilla ellos solos. Su famoso dominio de los tiempos es como el de esos entrenadores de futbol que no hacen uso de su facultad de efectuar cambios en la alineación de su equipo hasta que un jugador veterano pasea por el césped a la pata coja de manera tan evidente que su relevo es una obra de caridad antes que una conveniencia táctica. Pero un consejo de ministros no es un equipo de futbol que pueda remontar en los últimos minutos con un jugador cojo. Un Gobierno es como una orquesta que mantiene la armonía a las órdenes de su director o se convierte en una charanga desafinada.

La música de este Gobierno cada vez suena peor gracias al mal oído de uno de sus miembros veteranos al que, durante muchos años, solo se le pidió que asease discretamente las cuentas de la casa. Ahora la justicia se propone juzgar lo sucedido en una habitación cerrada y oscura de la mansión y, sin que nadie le haya pedido manifestarse, sale con la historia de que en aquel cuarto oscuro no se ha malversado ni un euro. Se ha convertido en testigo de la defensa de los reos sin otro objeto que encubrir su falta de perspicacia contable. Hay que temer que si a este puntilloso contable se le escabullen las cuentas del independentismo oficialmente subvencionado en Cataluña ¿Qué sucederá con la contabilidad de las grandes empresas multinacionales bien asesoradas? Va a resultar que no solo tenemos un ministro impolítico sino que el tal ministro es un puntilloso contable que solo sirve para controlar implacablemente las nóminas del personal.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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