El ministro trifásico

En Brasilia hay una Plaza de los Tres Poderes abierta entre tres edificios colosales que representan físicamente la existencia de los distintos poderes que solo coinciden en la cumbre de un Estado democrático: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. En España no se ha creado ese foro arquitectónico, pero, por lo contrario, se ha inventado un ministro de los tres Poderes: Presidencia, Relaciones con las Cortes y Justicia. Es, ciertamente, la única aportación novedosa del nuevo Gobierno de Pedro Sánchez. El ministro trifásico se llama Félix Bolaños y es la contrafigura esperpéntica de una concentración de poderes fácticos pero el poderoso triministro, como su presidente, tiene un fallo dentro del propio Gobierno que se llama “Sumar” que ha presentado querella contra los Consejeros Generales del Poder Judicial que promovieron una declaración institucional contra el proyecto de ley de amnistía. “Es una fuerza política con la que compartimos Gobierno de coalición pero es una decisión de una fuerza que no es el PSOE”, se apresuró a decir el demediado Bolaños. Resulta que, tras tanto poder trifásico, Bolaños no manda en su propio Gobierno ni en su propia cartera de Justicia. La deriva centrífuga y caótica de la coalición lo impide. Entonces ¿Para qué la coalición? Pues, como toda la falsa progresía, para agregar votos a la causa de Puigdemont. El aventajado Félix es como el hombre-orquesta que acompaña a Sánchez tocando tres instrumentos a la vez: el Ejecutivo, a través de la trama administrativa de Presidencia; el Legislativo, a través de las Relaciones con las Cortes que, en su caso, son la transmisión de las consignas del jefe y el Judicial presionado desde el mortecino Ministerio de Justicia. Es como un gran parásito que le ha crecido en el tronco de madera maciza del presidente del Gobierno, alimentado con su propia savia de árbol resilente.

Establecida esta triada coordinadora de poderes, los observadores lejanos se preguntan ¿Quién es ese Félix Bolaños que tanta fuerza acumula en sus solas manos? Bolaños, a quien Puigdemont precede y Aragonés acompaña es más que las cuatro vicepresidentas juntas que a su sombra son como las Cuatro Gracias mitológicas compitiendo por el amor de Paris. Pero, en la práctica, se sabe que tal expectativa de poderes en manos de Bolaños es una concentración de dependencias y traiciones orquestadas para que quien parece que manda no mande nada. Está ahí para trasladar los recados de Puigdemont a La Moncloa, para debilitar la integridad de los cuerpos de funcionarios y para administrar anestesia a los jueces. Se le otorgan poderes para que practique un servilismo sublimado. No le han puesto donde le han puesto para defender los Poderes del Estado sino para venderlos cuando se considere necesario. Pero que jamás replique ni interfiera en el proceso comercial de un mercado de compraventa de votos y favores personales. No está para servir a España sino a un señor de psicología muy difícil que ostenta legítimamente la Presidencia del Gobierno y de todo lo demás mientras no se demuestre lo contrario.

Bolaños es el único vicepresidente sin título de tal en un gabinete que cuenta con cuatro vicepresidencias tituladas como tales. La primera interina, como si la economía fuese cuestión secundaria. El nombramiento de Bolaños como triminstro de Presidencia, Justicia y Cortes intenta borrar los equilibrios y contrapesos que evitan el autoritarismo personalista del Gobierno. El nuevo Gobierno no añade perfiles profesionales ni políticos que adornen su puro continuismo. Solo añade un pequeño Rasputín para enredar en las sombras espesas de un Estado declinante y condescendiente, como en los últimos tiempos de la autarquía zarista. Es poca cosa, pero es el último baluarte detrás del que Sánchez puede ganar tiempo sin dar la cara para justificar los retrasos o desviaciones de los compromisos contraídos en nombre propio y a costa ajena.