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Agatha Christie, Pedro Jota y yo

sábado 29 de enero de 2022, 11:31h

Le debo mucha a doña Agatha, la gran dama del crimen, la gran señora del suspense creadora del detective don Hércules Poirot y las pequeñas células grises de su prodigioso cerebro, Un dia el Jota me vio en la redacción de 'El Mundo' leyendo 'Diez negritos', novela en la que no aparece Poirot, sino un enigmático e invisible Mr. Owen, dueño de una isla a la que invita a diez personas de distinta índole, con un turbio pasado que solo cada uno conoce.

Supongo que el Jota la conocía pues me dijo que escribiera un reportaje adaptando personajes y circunstancias a la actual política española. Yo no era de su equipo, pero Pedro J. siempre me encargaba cosas que me ponían en el disparadero. Un desafío. En las reuniones de redacción se proponía un tema, y se discutía quién podría hacerlo. Jota no imponía nada, pero cuando lo tenía decidido por razones que sólo él conocía, sentenciaba ´yo me sentiría tranquilo si eso lo hiciera fulano de tal’. Ese fulano de tal a veces era Javier Villán.

Luego venían Manuel Hidalgo, director adjunto, o Juan Carlos Laviana y Fernando Baeta, de los que aprendí más periodismo en unos meses que en los años de la Escuela Oficial, en la que solo logré el título, carné 5903, tras ocho convocatorias. Juan Aparicio, vieja guardia del falangismo rampante, me suspendía sistemáticamente en redacción.

La clave de Diez negritos podía estar, se me ocurrió pensar, en que el malo, malísimo y perverso de la trama, fuese identificado sin lugar a dudas y al momento con Felipe González. El trabajo mereció, creo recordar, una llamada muy discreta en primera página, pero al fin y al cabo una llamada, y el gallinero político, unos para alabarlo otros para denostarlo, se alborotó.

Pudiera poner otros ejemplos como el Calígula, de Albert Camús, interpretado por un colosal Luis Merlo y dirigido por José Tamayo en estado de gracia, pero aficionado a meter morcillas políticas de su cosecha. Se las cacé todas y en vez de enfadarse me mandó un monumental ramo de flores que repartí entre las chicas de la redacción y secretaría, éstas mis queridísimas Mari Carmen García, la jefa, Teresa, Marga, Elena, Amelia, Carmen, Pilar y Raquel que se cogía unos rebotes tremendos cada vez que ponía a parir al Juli, que era casi siempre, al que ella adoraba con afecto maternal.

Debe de haber alguna más cuyo nombre no logro recordar porque sólo hacía sustituciones de domingo, pero igual de eficaz. Las secres desarrollaron conmigo una paciencia y comprensión sin límites. Me costó mucho entrar en la ‘alta tecnología’ del correo electrónico y les dictaba los artículos por teléfono. Luego, me los releían y corregíamos sobre la marcha. ´Javier, que esa palabra la has puesto hace dos líneas, busca un sinónimo’, Javier que hay una falta gramatical de concordancia’, ‘Javier….hoy estás sembrao, da gusto escucharte…´ ¡Oh tempora, oh mores!

Cuando un jurado de ilustres, presidido por Andrés Amorós, me otorgó el Premio Gregorio Corrochano a las mejores crónicas de San Isidro, escribí que ese premio era tanto de las secres como mío. Pero la preciosa pluma Parker que me dieron y todavía uso para escribir poesía, y un diploma, creo recordar, fueron solo para mí.

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