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Y mañana de nuevo a las ocho…

viernes 24 de abril de 2020, 08:44h

Un sábado 14 de marzo, cambio nuestras vidas de una manera que ni los más pesimistas podían imaginar. Se ponía en marcha el estado de alarma, que pasara a la historia como el comienzo de una pesadilla difícil de olvidar. El COVID-19 feroz enemigo de la humanidad, se ha llevado amigos y familiares como si fuese el fruto de un macabro aquelarre convertido en maldición. Un confinamiento severo enclaustraba a las personas, pero también ponía bajo llave la parte más sensible de los afectos: los abrazos, los besos y hasta las caricias. Era un sábado oscuro, aunque hubiese salido el sol. Las calles se vaciaron y las miradas se tornaron tristes. Era un sábado, con cara de lunes de final de mes, cuando encarar la semana siempre es un reto, pero agravado con la dureza del bolsillo vacío, anhelante de recibir la paga.

Recuerdo ese día estar especialmente atento a las redes sociales, pues cualquier noticia relacionada con la pandemia, me despertaba un incómodo interés y fue en Twitter donde encontré un llamamiento compartido de salir a las ocho al balcón, a aplaudir a los sanitarios para insuflarles un poco de ánimo.

Reconozco que no le había prestado especial atención al llamamiento, pero de repente escuché unos aplausos lejanos y salí a la terraza. La gente se iba sumando lentamente a un coro de palmas de iba cogiendo fuerza y multiplicándose. Recuerdo perfectamente la emoción del momento. Las personas sabíamos de la importancia de ese aplauso que rompía la oscuridad de la noche y procuraba ser la mejor vitamina anímica para cientos de profesionales que velaban por nuestra salud.

España una vez mas daba muestras de la generosidad de sus gentes y como dice Jose Maria Marco en su libro Diez razones para amar a España, “Somos lo que somos: valientes, solidarios, trabajadores, con ganas de divertirnos. Y nos gusta la familia, el ruido y la gente…”. Todas esas cualidades que nos hace tan peculiares, se intentaban demostrar palpablemente en la cita vespertina de las ocho.

Y después del primer día, vino el segundo, el tercero……y bien que nos gustaría saber cuando nos convocaremos por ultima vez, que sin duda nos rodeará la misma emoción que la primera, pero con una felicidad añadida. Cada tarde intercambiamos leves sonrisas y saludos con vecinos anónimos con los que seguro hemos coincidido en otros lugares del barrio, pero que ahora les hemos puesto casi un nombre: “el del 3º”, “el de la casa de enfrente”, “el de los dos niños”, “el de la bandera………” y así una larga lista de nuevos rostros con quienes elaboramos esas píldoras de energía para quienes más lo necesitan, tras agotadoras jornadas al límite de sus fuerzas físicas y psíquicas. Todo esto se identifica con valores como el compromiso y la solidaridad de la sociedad española y como el ejemplo de la voluntad de vivir en armonía.

Pero también tenemos que referirnos a otra ventana: la de las redes sociales, donde no es nada edificante asomarse. El odio se ha convertido en protagonista y la descalificación un hecho recurrente. Detrás de esos comentarios iracundos, donde los insultos sistemáticos y la manipulación de la verdad, se han convertido en la norma, están personas anónimas que pretenden contaminar mentalmente. Si supiéramos que aquel que sale al balcón y vive en el 3º es un peligroso comunista podemita, o el de la bandera un facha recalcitrante y el de los dos niños un rojo vendido al comunismo, a la hora de salir al balcón a aplaudir, el entusiasmo decaería y el ceño fruncido ocuparía el lugar de la sonrisa. Este es el verdadero peligro de sembrar el odio indiscriminadamente.

Parece que el macabro recuento de fallecidos acerca al objetivo de algunos, haciendo buena la máxima de cuanto peor, mejor, que tanto gusta a ciertos apóstoles del apocalipsis. Me niego a aceptar que los muertos son el emblema de la derecha y los curados de la izquierda o viceversa. El descrédito personal e incluso profesional, se ha convertido en un ejercicio de mezquindad incalificable, dudando de las capacidades profesionales de personas con una trayectoria fuera de todas dudas. Todo esto forma parte del vertedero ideológico al que algunos llevan sus frustraciones por no estar en el poder, desoyendo las llamadas al dialogo y a la solidaridad que reclamamos todos los españoles.

Es edificante el discurso que estos días se ha escuchado en el pleno del Ayuntamiento de Madrid, donde la portavoz de Más Madrid, Rita Maestre, tendía su mano al alcalde José Luis Martínez-Almeida para hacer posible el dialogo y la cooperación, dejando al margen sus opuestas formas de concebir la política y era el propio alcalde quien agradecía el gesto con emoción. Este acto ejemplar de conciliación y unidad de acción ante la crisis, es de las escasas alegrías que los madrileños hemos recibido recientemente. Parece que la distancia del Palacio de Cibeles a la calle Génova es infinita, y se hace difícil entender como Casado y el alcalde, ambos figuras notables del PP, pueden tener comportamientos tan opuestos.

La crispación no es una buena medicina en tiempos de epidemia. Algunos quieren al contrario que Almeida, tensionar el ambiente hasta extremos insospechados y aunque sea una simple caricatura de la tensión que vivimos, a ver quién se atreve en estos momentos a invocar el título de esa preciosa canción de Joaquín Sabina “Quién me ha robado el mes de abril”, porque al unísono Pablo Casado y Santiago Abascal gritarían: ¡Pedro Sanchez! ¡Pablo Iglesias!

Tampoco es edificante ver como en tiempos de fraternidad y solidaridad, valores contrastados del catolicismo, la iglesia española, la misma que no paga el IBI de sus múltiples propiedades, se opone al ingreso mínimo vital de aquellos que lo han perdido todo por la crisis, y van a percibir un pequeño subsidio que les permita simplemente seguir vivos, aunque muy en precario. Menos mal que siempre nos quedará el Papa Francisco……

Indigna igualmente que la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Diaz Ayuso, diga que este exiguo subsidio, “crea dependencia del estado”, dejando entrever, que aquellos que lo reciban, no van a tener ningún interés en buscarse un empleo. Lo dice la misma que aún no ha aclarado suficientemente, que pasó en la empresa familiar que jamás devolvió los 400.000€ que AvalMadrid puso en su cuenta corriente.

Los afectados por el paro, los ERTEs, o los autónomos o comerciantes que vieron sus fuentes de ingresos congeladas por la paralización de actividades, son otras de las victimas de esta crisis. Si no existiese un gobierno con voluntad de que nadie se quede en el camino, tal vez estaríamos asistiendo a un estallido social imparable. En la crisis económica del 2011 se rescató a la banca y se empobreció a la ciudadanía, se precarizó el trabajo, se ignoró la dependencia, se restringieron conquistas sociales y se recortó salvajemente la educación y la sanidad publica cuyas consecuencias estamos viviendo hoy. Eso no puede volver a ocurrir nunca más.

Ha habido errores, sin duda, y también muchos aciertos, pero como decía en una de sus frases imperecederas el recientemente fallecido Marcos Mundstock, la voz inolvidable de Les Luthiers: “Errar es humano, pero echarle la culpa al otro, es más humano todavía”.

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