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De ministras y talibanes

miércoles 01 de septiembre de 2021, 12:05h

En el gobierno español estamos siempre de oca a oca, y tiro porque me toca. En los últimos días comenzamos con la amarga y peligrosa retirada de nuestros militares de Afganistán, veinte años después, con una foto distribuida desde Moncloa en la que aparecía el presidente del Ejecutivo sentado ante el ordenador con una imagen muy veraniega y calzado con lo que parecían unas alpargatas.

Después, con su prolongado silencio sobre el amargo final del conflicto y su negativa a dar cuentas en el Parlamento -ya hablaremos más detalladamente de esto-, sus visitas a Torrejón para recibir a los primeros refugiados, luego acompañando al Rey con ese mismo fin…

Pero a la feminista más feminista del mundo mundial, Irene Montero, su ministra de Igualdad, no le ha gustado nada que los medios desvíen el foco para seguir haciéndose eco de sus ocurrencias. Y, más pronto que tarde, la tenemos de nuevo en los papeles y ante los micros y las cámaras de televisión afirmando que las mujeres españolas sufren la misma opresión que las afganas, pelín arriba, pelín abajo, que no es cosa de que nos pongamos estupendos, como decía don Latino de Hispalis a Max Estrella en aquellas ‘Luces de bohemia’ que dibujara Valle-Inclán y que tanto se parecen a lo que vemos hoy en día…

La ministra compara la violencia machista en España con el dominio talibán sobre la mujer afgana y lo dice sin despeinarse. Sus afirmaciones, además de ofender a la inteligencia, constituyen un insulto a todos los españoles de buena voluntad, hombres y mujeres, que se quedan ojipláticos al escuchar cosas como que «en todos los países se oprime a las mujeres», equiparando así dos realidades tan distintas y tan distantes (en realidad, a años luz una de otra) entre las mujeres españolas y las afganas, apostillando que en nuestro país existen unas tasas intolerables de violencias machistas: «todas las culturas, sociedades y religiones tienen formas y mecanismos de opresión contra la mujer, aunque sean a niveles de diferente dureza».

Sin que neguemos la mayor, es decir, por supuesto, la existencia de formas despreciables de violencia contra la mujer en España (asesinatos machistas, discriminación laboral y salarial, etc.), que siempre hay que combatir contundentemente y hasta su total eliminación, que yo sepa no hay aquí muchas mujeres que, si lo desean y tienen capacidad para ello, no puedan estudiar o trabajar libremente; salir a la calle sin necesidad de ir acompañadas de su marido, padre o hermano; disponer de cuentas bancarias abiertas a su nombre o firmar un contrato privado del tipo que sea; conducir coches, motos, bicicletas y, profesionalmente, hasta camiones o autobuses; practicar todo tipo de deportes libremente; no correr riesgo alguno de ser lapidadas si se le descubre en flagrante adulterio, o que –en el mejor de los casos-, sea azotada salvajemente si osa mostrar un solo centímetro cuadrado de su anatomía o si no va totalmente cubierta con el burka.

Y, por cierto, olvida -supongo que conscientemente-, la señora ministra de hacer alusión alguna a los matrimonios forzosos de niñas con hombres adultos, a la ablación del clítoris como práctica habitual o a la imposibilidad de que una mujer se le ocurra la peregrina idea de salir a dar una vuelta o, tan siquiera, abrir la ventana de casa para asomarse a la calle. Seguro que la titular de Igualdad también encuentra disculpas culturales o de ancestrales costumbres que los bisoños occidentales debemos respetar.

No se entiende esta cerrazón a ultranza de la izquierda radical, de la que como dirigente de Unidas Podemos forma parte también Irene Montero, para no llamar a las cosas por su nombre. Se diría que todo aquello que no sea capitalista, neoliberal, cristiano y progre, merece el máximo respeto, el más ferviente apoyo, la admiración más intensa.

Y, por el contrario, todo lo que mantenga algún hálito de tradición occidental, y más aún si proviene de los Estados Unidos de América o de algún rincón racionalista y democrático de la vieja Europa, merece las críticas más hirientes, aunque para ello haya que retorcer los argumentos hasta límites que ya sobrepasan la imbecilidad.

Y no me valen como argumento todos esos estudios y encuestas que, de vez en cuando, nos suelta la señora ministra porque, con lo generosamente dotadas que están, sus amiguetas y amiguetes no dudan un instante en concluir en la forma en que saben que aciertan con el adalid del neofeminismo guay.

Por cierto, un feminismo tan mal visto y tan frontalmente discutido por otras feministas con mucho más currículum académico y de lucha por los derechos de la mujer que los que pueda acreditar la ministra que confunde una asesora con una cuidadora de niños. ¡Ahora va a resultar que los talibanes van a ser hombres respetuosos y ejemplares en el trato a la mujer frente a los salvajes occidentales! Convendría que usted, señora ministra, se informara más seriamente y, de paso, deje ya de utilizar de forma tan sectaria y partidista un ministerio con cuya actuación no están de acuerdo una buena parte de las mujeres -feministas incluidas- de nuestro país.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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