El Estado es mío

Primero fue la Fiscalía General del Estado, a ella le siguieron la colonización de empresas estratégicas como Indra, instituciones como la CNMC, el CIS o el INE, y asegurarse después que no habría sorpresas desde el Tribunal Constitucional o el Consejo de Estado, y que todo estaba “atado y bien atado” porque quería despejar a priori cualquier tipo de duda con la nueva Ley de Amnistía.

Pero la cosa no quedó ahí, porque había que colocar a los amiguetes en puestos clave de las principales empresas de la SEPI, Maurici Lucena, exdiputado socialista por Girona, al frente de AENA, Juanma Serrano en Correos, Beatriz Corredor, exministra de Vivienda, al frente de Red Eléctrica. Y las largas influencias de Moncloa había que extenderlas también hasta el SEPE, a través de un exdiputado socialista por Albacete, o el Hipódromo de la Zarzuela, regido ahora por la ex jefa de prensa del PSOE, Maritcha Ruiz Mateos…

Y, en la penúltima oleada (siempre habrá una más…), hay que seguir colocando a fieles, por esta vez aunque sea a costa del cuerpo diplomático, mandándolos a cubrir embajadas de primer nivel, como es el caso de Héctor Gómez, flamante representante de España en la ONU, exministro y exportavoz del PSOE en el Congreso, y Miquel Iceta, catapultado desde el ministerio de Cultura a la embajada de la UNESCO en París, o el exsecretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver, ahora presidente de la Agencia EFE. Éste, guste o no, al menos tiene acreditada su experiencia como periodista, aunque no nos engañemos porque lo que verdaderamente cuenta para Sánchez en todos estos casos es su fidelidad a prueba de bomba.

A Pedro Sánchez ya no le falta más que renovar a su conveniencia el CGPJ y, entre tanto, no está demás ir sembrando dudas sobre la judicatura con acusaciones de lawfare, para trasladar a la opinión pública que a los jueces hay que pagarles con la misma moneda que ahora les atribuye Moncloa.

La ambición de poder de este sujeto no tiene fin. Seguro que, si por él fuera, y los jueces, el principal partido de la oposición (hasta 153 veces menciona Sánchez al PP en Tierra firme, su nuevo libro aunque escrito verdaderamente por Irene Lozano, en el que en casi 400 pgs. no hay ni una palabra sobre la amnistía o Puigdemón), y quizás ese último recurso que los biempensantes llaman Europa, los españoles tendremos Sánchez más tiempo del que gobernó Franco, su obsesión histórica (siempre es más fácil luchar contra un muerto porque, al menos, te aseguras que no va a haber réplica).

Este superhombre es capaz de dirigir con mano de hierro los destinos progresistas de este país; de atacar constantemente y sin piedad a quien se atreva a llevarle la contraria, y más aún si proviene de lo que él no para de llamar “extrema derecha”, es decir, de todo lo que huela a PP o Vox; de jugar de vez en cuando a baloncesto y arrasar en las estadísticas de puntos, asistencias y rebotes y, además, en las horas libres escribir (con ayuda de Irene, como el anterior)un nuevo libro para recordar a todos los españoles que somos un atajo de vagos que ni siquiera somos capaces de imitarlo al menos en este último aspecto, a pesar de nuestras ínfimas responsabilidades.

Está claro que a Sánchez no le basta aquello de que “el estado soy yo”, como decía a los suyos el Rey francés Luis XIV. No, a él hay que atribuirle mejor una frase que ni siquiera le hace falta pronunciar porque está demostrándolo cotidiana y fehacientemente en la práctica: “el estado es mío”.