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Lapsus

viernes 28 de octubre de 2022, 09:38h

La obsesión es mala compañera de viaje. El andar ocupado, despierto y soñando, con conseguir un objetivo a toda costa, cuanto antes y caiga quien caiga, suele terminar mal. Es como ese conductor que va por una autovía y ve que todo el mundo viene en dirección contraria y acaba concluyendo que son los demás quienes han tenido que equivocarse.

Pedro Sánchez está obsesionado con la monarquía. Debe de ser una infección viral que ha contagiado a todo el gobierno desde que, a finales de 2019 decidió compartir con Unidas Podemos lecho y casa, el palacio de la Moncloa, para intentar reconducir la Transición española, ya tan demodé, tan viejuna y tan inservible que había que acabar con ella y cuanto antes. Y entonces, el objetivo último estaba muy claro: si la monarquía constitucional era la forma de estado que había propiciado esos 40 años de democracia y de bienestar, pronto van a ver los españoles que la república –no hay dos sin tres-, es mucho más moderna, más guay y la riqueza, las subvenciones y los impuestos a los bancos, las energéticas y los ricos en general, van a financiar los altos propósitos del gobierno de la gente, aunque luego resulte que la gente ni pueda ni quiera ver a ese mismo gobierno y menos aún a su presidente.

Y luego, claro, andar tan obsesionado con cruzar la meta sin fijarse siquiera en quién tiene uno al lado, provoca situaciones esperpénticas, ridículas o, por lo menos, inconvenientes. Y después, lo que quiere disfrazarse de lapsus no puede esconder que lo que realmente hay detrás es toda una estrategia que hay que poner en marcha, venga o no a cuento.

Vayamos, no obstante, de las musas al teatro, de la teoría a la práctica, para intentar explicar lo que parecen meras anécdotas pero que, según nuestro parecer, no lo son tanto y esconden un fastidio indisimulado, el de tener que seguir haciendo cosas que, en el fondo, no hacen más que distraer al personal del objetivo final perseguido.

Son cuestiones recientes, de modo que todo el mundo está al tanto de ellas, aunque lo mismo no ha conseguido conectarlas. No importa. Para eso estamos nosotros. Veamos, para empezar, ese extraño “lapsus protocolario” que se produjo el pasado 12 de octubre, Día de la Hispanidad, en el tradicional desfile militar que suele hacerse en el Paseo de la Castellana de Madrid. Ese día, Sánchez hizo esperar al jefe del estado con el único fin de evitar los seguros abucheos que despertaría su mera presencia en el acto. No fue así y, finalmente, hubo de soportarlos junto a Felipe VI quién, entre tanto, no tuvo más remedio que aguardar su llegada metido en su coche oficial, poniendo cara de circunstancias, templando el ánimo ante el enésimo desplante del habitante de Moncloa y tratando de no volver a recordar que en la recepción del Palacio Real que suele suceder al desfile, uno o dos años antes, Sánchez quiso equiparar su figura como presidente del gobierno y se puso en la línea de saludo junto a los monarcas, una cuestión claramente marcada en el protocolo del acto, que solo corresponde a la Corona.

Luego, claro, se intentan disculpar públicamente los hechos, quitarles importancia, cuando la realidad es que sí la tiene. De otra forma, pero ha vuelto a suceder hace solo unos días. El Rey iba a inaugurar en Ávila el primer curso académico del Centro Universitario de Formación de la Policía Nacional. La cita era a las 11:30h. Mientras tanto, muy cerca de allí, en Valladolid, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, había organizado casi a la misma hora, a las 11:00 h., una visita al centro de I+D+I que Renault Group tiene en la capital castellano-leonesa. Las agendas de las altas instituciones del estado están siempre coordinadas para que los actos de Moncloa y Zarzuela no se solapen entre sí, de modo que esta nueva coincidencia –léase desmán, afrenta o provocación-, mucho me temo que tampoco era para nada casual.

No sorprende tampoco que esa idea fija en la presidencia del gobierno, multiplique los lapsus y hasta lleguen a cruzar las fronteras. En la programada visita de estos días al continente africano -por cierto, acompañado por un numerosísimo séquito, 68 personas, incluida la esposa de Sánchez y esta con agenda propia -, el presidente del gobierno español ha patinado dos veces y con una misma y elemental cuestión, que va más allá del protocolo. En dos ocasiones ha confundido Kenia con Senegal: la primera para referirse al país y la segunda a su presidente. Y no creo que el presidente de Kenia, William Ruto, se tomase el lapsus como un despiste sino, más bien, como un cierto tedio o desinterés por parte de su invitado, nuestro presidente, capaz de confundirse dos veces en una misma visita.

Al final, lo que verdaderamente parece es que desde presidencia del gobierno no se toman las cosas con la seriedad que merece y que, en ciertos ámbitos -nacionales o internacionales-, los servicios de protocolo correspondientes anden manejando planes B por si el elefante entra en escena como si de una cacharrería se tratase. Y eso pasa por no estar con la cabeza donde se debe sino en maquinar incesantemente nuevas estrategias para modernizar cuanto antes la forma de estado y que la cabeza cambie más pronto que tarde. Al fin y al cabo, queda poco más de un año de legislatura y, o apretamos la marcha, o vamos a quedarnos a medias en el empeño del gran cambio.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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