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Meritocracia

viernes 30 de septiembre de 2022, 08:03h

Aquello de que el trabajo, el estudio y el esfuerzo son las condiciones sine qua non para poder saltar en el escalafón social pasó a mejor vida desde que nuestros jóvenes han descubierto que mucho mejor que llegar a la universidad, superar un par de másteres o hacer el doctorado, es más práctico profesionalizarse en el ámbito de la política. Si te haces militante cuando llegas a la mayoría de edad, por ejemplo, y te esfuerzas en arrimar el hombro en un par de comicios, participas con vehemencia en las asambleas y convenciones del partido, y te haces notar un poco sin sacar el pie del plato, es muy fácil que tres o cuatro años después entres como candidato en tus primeras listas -probablemente como concejal de tu pueblo o ciudad en las municipales-, y de ahí al parlamento autonómico e, incluso, al nacional, hay un ligero trecho que puedes atravesar con un poco de suerte.

Claro que luego sucede lo que sucede, que nuestros políticos no saben ni hablar ni escribir correctamente siquiera esos cortos mensajes de Twitter de apenas 140 caracteres. Incluso ahí puede verse si se ha pasado o no por la facultad. Pero si alguien echa en cara al iletrado político que no hubiera estado demás que hubiera estudiado algo, pronto tira de argumentario y contesta al crítico que está afectado por la titulitis, por eso de creer que solo en el ámbito académico es donde se pueden sentar las bases teóricas del conocimiento y de su expresión.

El día a día, sin embargo, muestra que es mucho más fácil moverse por la administración, las empresas o en la misma universidad, si el carnet de militante se exhibe en el lugar y en el momento apropiados. A algunos, ni siquiera les hace falta porque tiran de linaje y esa condición resulta siempre mucho más eficaz que la de militante y más aún si se juntan las dos reunidas en una misma persona…

Miren, si no, algunos ejemplos. Para empezar, el de Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, que ha tenido fácil ocupar una cátedra sin ser doctora en disciplina alguna. Poco después de llegar a la Moncloa, a Begoña le prepararon su carrera profesional elevándola a la categoría de directora de la cátedra extraordinaria en Transformación Social Competitiva de la Universidad Complutense, a pesar de que -al menos que yo sepa-, no tiene doctorado alguno, condición exigible al común del profesorado universitario restante. Eso podría llamarse suerte, pero distaría mucho de la realidad y mucho me temo que, de no ser la mujer de quien es, probablemente ni se hubiera creado esa cátedra, ni la señora Gómez ocuparía su dirección. Apuesto a quien quiera que, una vez que abandone la Moncloa, no dura ni un mes más en el cargo y, posiblemente, también la cátedra neonata se diluya al tiempo que su directora.

Entre tanto, sin embargo, el ciudadano común puede ir anotando ideas tan profundas como las que ha soltado la directora de cátedra en el reciente I Observatorio de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, organizado por el diario El Español. Afirmaba Gómez que «El tiempo se va y jamás vuelve», o que «No seamos indiferentes ante nuestra realidad. Los desafíos son urgentes, seamos estratégicos, pensemos en nuestra transformación social, cómo genera un impacto positivo». Tan profundas cavilaciones me han trastornado y, desde que las leí, no dejo de pensar en ellas. Para muchos españoles, sin duda, estas reflexiones constituirán también una auténtica epifanía en el proceloso mundo de la economía sostenible.

Un segundo ejemplo, el del marido de la ministra y vicepresidenta Teresa Ribera, Mariano Bacigalupo, que ha aprovechado eso que denominan ahora “puertas giratorias” para pasar en un pispás de ser consejero de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) a ser consejero en la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). Y ustedes dirán que no es para tanto eso de cambiar competencia por valores. Y yo les digo que sí, que hay pequeñas pero importantes diferencias. Según datos oficiales, el señor Bacigalupo pasará de ganar 123 850€ anuales a 141 910, es decir, unos 18 000€ anuales más. Pero eso no es todo porque, además, en el primer puesto acabaría sus funciones si hubiese un hipotético cambio de gobierno en los próximos meses, y con este segundo tiene el puesto garantizado durante los próximos cuatro años. Aunque el marido de la vicepresidenta es doctor en Derecho con premio extraordinario por la UNED, en su currículum no acredita tener experiencia en mercados financieros.

Y como no hay dos sin tres, terminemos este breve muestrario meritocrático con el caso de Dolores Delgado, ministra de Justicia entre junio de 2018 y enero de 2020 y, sin solución de continuidad-algo que nunca antes había sucedido en el ámbito judicial-, pasar a ser Fiscal General del Estado entre febrero de 2020 y julio de este año. Y como Delgado ha prestado durante este periodo servicios impagables a la causa sanchista, desde Moncloa se han movido los hilos pertinentes para que Delgado acabe ocupando una plaza como fiscal de sala en el Tribunal Supremo, la máxima categoría profesional que se puede alcanzar en el Ministerio Público. Y, si para ello es necesario obviar méritos y saltarse el escalafón se salta. Delgado es ya la titular de la fiscalía de la Sala Militar, a pesar de que ocupaba el penúltimo puesto del escalafón entre los candidatos presentados y de que no tiene formación específica.

Lo dicho: libertad, igualdad y fraternidad…, de partido, claro.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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