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Las tripas del señor presidente

miércoles 01 de junio de 2022, 08:56h

A Pedro Sánchez le cuesta cada vez más acudir al Congreso a dar explicaciones. Entiende difícilmente que tanto sus opositores como sus teóricos socios y aliados, duden muchas veces de sus decisiones políticas y le afeen la conducta. No le cabe en el caletre de incierto doctor –aunque sea en Economía-, que se dude de sus doctas decisiones.

Y es que tanto los amigos como la oposición “olvidan” con extrema facilidad que, lo mismo que el presidente es presidente las 24 horas del día y, por tanto, puede utilizar el Falcon cuando le venga en gana, del mismo modo es doctor desde las 0 hasta las 24 horas y cuanto piense y decida estará siempre impregnado de esa aura doctoral que el común de los mortales –amigos y adversarios incluidos-, no alcanzan a entender en su totalidad, en su inmensa complejidad, muy lejos del entender de quienes no han podido llegar a la cima de tan altas cotas académicas del saber. De ahí que ese sobreesfuerzo del presidente en hacer permanentemente pedagogía política con alumnos tan torpes, le predispongan a pisar el Congreso de los Diputados con menor frecuencia de la deseada.

Véase en esta última semana, si no, el caso Pegasus y las escuchas telefónicas a algunos miembros del ejecutivo, empezando por el mismo Sánchez, que finalmente ha tenido la feliz idea de contraatacar contra el mismo CNI que, sin comerlo ni beberlo, ha pasado a convertirse en el responsable del fallo garrafal que todos hemos conocido por boca del mismo gobierno, algo inaudito en cualquier otro país que, por lo general, minimiza o desmiente esos posibles fallos de seguridad. Pero, con tal de mantenerse en la Moncloa, poco le importa a Sánchez que, con ello, se venga abajo la misma seguridad del estado y se deje con la credibilidad por los suelos a los tres mil agentes de la CIA española, tanto de puertas adentro como de puertas afuera.

Y lo ha hecho sin ruborizarse lo más mínimo afirmando que la culpabilidad de esas escuchas telefónicas hay que buscarlas más en el seno del CNI, en el caso de los teléfonos del ejecutivo, y las escuchas a los independentistas catalanes que atribuye al juez encargado del Tribunal Supremo y no a la Comisión Delegada de Asuntos de Inteligencia, que casualmente preside el mismo Sánchez.

De ahí la consiguiente y fulminante destitución de Paz Esteban, la directora general del Centro Español de Inteligencia, después de dos años al frente del CNI y cuatro décadas de trabajo en la Casa. Había que contentar a los nacionalistas brindándoles en bandeja de plata su cabeza y, de paso, intentar exculparse a sí mismo. El caso es eludir responsabilidades, que en eso no sé cómo no ha obtenido aún algún doctorado cum laude el señor presidente, habiendo dado tantas y tan variadas muestras a lo largo de estos últimos tiempos (“a mí que me registren”, parece que viene a decir siempre).

Otro tanto puede afirmarse del más que sorprendente indulto a María Sevilla, la feminista protegida de Irene Montero, condenada por los tribunales a más de dos años de cárcel por haber secuestrado a su propio hijo cuya custodia se la había otorgado al padre un juzgado. Concedido desde el Consejo de Ministros, el episodio es un nuevo revés del gobierno tanto a los jueces como a la legislación penal vigente, que recuerda la arbitrariedad del gobierno en los indultos a los condenados por el procés catalán.

O de la aprobación en el Congreso de la ley de Libertad Sexual, también conocida como ley del “solo sí es sí”, esa obsesión abanderada desde el principio de la coalición de gobierno por la ministra de Igualdad que tantos estragos ha hecho, no solo en las filas del gobierno de coalición con sus colegas socialistas, sino también entre muchas mujeres que tienen unas formas bien distintas, y hasta antitéticas, de entender el feminismo.

Y no digamos ya entre las filas del histórico patriarcado -léase el común de los hombres-, que han pasado a ser más culpables que sospechosos en toda relación cuyo consentimiento no acrediten a priori y expresamente con verdad fehaciente que, a partir de ahora, quizás sólo podrá avalar un ilustre notario. O, mejor aún, una ilustre notario, para despejar cualquier atisbo de duda sobre una posible connivencia entre el patriarcado.

No hablemos tampoco del nuevo cambio de postura –si es que alguna vez ha tenido alguna clara…-, de los socialistas catalanes capitaneados por Salvador Illa, secretario general del PSC, que ahora vuelven a ponerse del lado de los independentistas de la bandera estelada para burlar la sentencia que obliga a la Generalitat a imponer un 25% de clases en castellano.

Y, claro está, a aquellos ciudadanos que se atrevan a pensar que este cambio vuelve a ser fruto de la presión constante que ejerce el nacionalismo catalán contra el gobierno para mantenerlo en la Moncloa, volverán a ser tachados de maledicentes, de analfabetos y, si llega el caso, hasta de fascistas, aunque este último término parece que ya va cayendo en desuso entre los defensores sanchistas.

Pero la ristra de episodios sonrojantes de la semana pasada para el común de los ciudadanos españoles no se ha quedado en lo dicho hasta aquí. También pueden añadirse asuntos tan lamentables como el boicot desde el ministerio del Interior de ese acto conjunto de la Policía y la Guardia Civil en homenaje a los agentes que acabaron con ETA; o la incomprensible despenalización de las injurias al Rey o los ultrajes a los símbolos nacionales, apoyados ahora también por un partido que sustenta al gobierno de la nación, teórico garante de esos mismos símbolos cuyo ultraje ahora se despenaliza.

Y lo del rey, titular de la jefatura del Estado, debe de ser un tema menor porque, ya se sabe, al gobierno no parece que le guste mucho la monarquía y sueña con cambiar esa forma de estado que los españoles se otorgaron con la aprobación de la Constitución de 1978, reconvertida ahora como el pimpampum de nacionalistas, podemitas y socialistas chantajeados. En otras palabras, que para que al señor presidente no se le revuelvan las tripas, no importa que se les revuelvan a los ciudadanos.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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