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Ucrania, triste y sola

sábado 26 de febrero de 2022, 10:33h

Todos estamos consternados. En realidad, debíamos estarlo ya desde 2014 cuando el mismo presidente de Rusia, Vladimir Putin, pilló a la comunidad internacional con el pie cambiado y nadie fue capaz de poner los medios para revertir la ilegítima apropiación por parte de Rusia de un territorio de soberanía ucraniana, la península de Crimea.

Lo advertí entonces en Ucrania frente a Putin (Ed. ViveLibro, 2015). Vuelvo a hacerlo ahora: Que un país como Ucrania, 44 millones de habitantes y muy rico en minerales y en productos agrícolas entre otras cosas, se levante un buen día coaccionado y atacado por las fuerzas armadas de un visionario nacionalista y enemigo de las libertades como Vladimir Putin, es un mal sueño, un revés más propio de una pesadilla que de la realidad.

Y, sin embargo, ya lo estamos viendo, Putin se ha saltado todos los tratados internacionales habidos y por haber, ha invadido Ucrania y la comunidad internacional no se ha atrevido más que a lanzarle algunos tímidos avisos públicos de sanciones económicas y a manifestar al presidente Zelenski su indignación de buenos demócratas. Eso sí, al tiempo que se le colma de grandes y generosísimas dosis de solidaridad al pueblo ucraniano. Pero nada de nada en lo referente a ayuda militar concreta en forma de batallones, de soldados y oficiales, de unos cuantos cazas, de otros tantos barcos, de artillería pesada, tanques, baterías antiaéreas y demás armamento por parte de todos los ejércitos profesionales de la vieja Europa o de los valientes Estados Unidos de América, aunque a este país lo pillamos ya más que escaldado de sus nefastas experiencias en Afganistán, Irak o Vietnam.

Cada vez se hace más evidente que los principios éticos y morales de Occidente brillan -y desde hace tiempo-, por su ausencia. Ya no nos queda mucho más que la diplomacia y los buenos deseos y la solidaridad de unos gobiernos con otros. Palabras y gestos manifiestamente ridículos cuando el enemigo a batir tiene lanzados casi 200 000 efectivos tomando ya los puntos estratégicos de Ucrania, con armamento de última generación y, sobre todo, con un presidente nacionalista, ambicioso y sin ningún tipo de escrúpulos al frente, dispuesto después y de paso a dejar con las vergüenzas al aire a todo Occidente. Lo ha logrado y sin despeinarse. Mucho encuentro de los 27 presidentes de gobierno o jefes de estado en Bruselas, mucho reunir al Pentágono en Washington, pero el caso es que al ruso le han bastado poco más de 48 horas para tomar Kiev y tener controlados los puntos estratégicos de Ucrania, su país vecino.

A lo más que se ha atrevido Europa ha sido a prohibir a Moscú su presencia en Eurovisión; a quitarle a Moscú la final de la Champion League en favor de París; a vetar la asistencia a la delegación rusa en el Mobile World Congress (MWC) de Barcelona, o a suspender el Gran Premio de Rusia de Fórmula 1. Como se ve, sanciones todas de un calado tal que es muy probable que el pueblo ruso –contagiado ya de gestos europeos tan gallardos-, impida a su presidente que vuelva a pisar el Kremlin.

Buenismo.

En los últimos decenios una funesta doctrina parece haberse adueñado de toda la opinión pública occidental, el buenismo. El hecho de pensar que todo el mundo es bueno y que hasta las situaciones de conflicto extremo se pueden resolver conversando, tomando las delegaciones en contienda unos gin tonics, montando una fiesta naif o intercambiando flores, del mismo modo que hacen –o hacían, no sé muy bien-, los capitanes de las selecciones nacionales de fútbol cuando tenían grandes enfrentamientos.

No sé en Francia, Alemania o Estados Unidos, pongamos por caso, pero si en España el Centro de Investigaciones Sociológicas -no el CIS de Tezanos, el otro, el anterior, el serio-, hiciera una encuesta en estos momentos para ver quién está dispuesto a poner en riesgo su vida por defender valores tan encomiables como los de la libertad, la defensa de la soberanía nacional o la integridad territorial del estado español -no digamos ya el de Ucrania, porque seguro que la mayor parte pensaría que eso no va con nosotros-, mucho me temo que ni siquiera un 1 por ciento de la población afirmaría estar dispuesta a ello.

No queremos admitir que existen dirigentes políticos intrínsecamente perversos, malvados, que no ponen el bienestar de sus ciudadanos y el respeto a la legalidad nacional e internacional como principios básicos de sus acciones de gobierno. Nos pongamos como nos pongamos, esa ha sido, es y será una realidad palmaria que no va a cambiar. Lo fue Hitler, lo es Putin y, desde luego, los dos tendrán también un sucesor en el futuro. A partir de ahí, a estos líderes visionarios, imperialistas y ávidos de poder, para intentar que modifiquen sus posturas, podemos mandarles rosas, cerrar los ojos o hacerles frente. No hay más alternativas. Y espero que, mientras deshojamos la margarita para adoptar una postura de las tres, no se les ocurra ni a unos ni a otros apretar el botón nuclear porque entonces nos vamos todos al carajo.

Diálogo sí, diplomacia toda la del mundo, negociaciones hasta la extenuación… Pero si todo eso fracasa y alguien, de forma unilateral, se toma la justicia por su mano e invade un país soberano, desgraciadamente no va a entender el lenguaje de las sanciones económicas por muy duras que sean, y menos aún el lenguaje de las flores. A ellos no les va a afectar personalmente y, desde luego, no les va a dejar sin dormir que su pueblo pueda llegar a pasar hambre como consecuencia de las sanciones económicas de Europa o Norteamérica. Al final, el único lenguaje que estos visionarios entienden es el de la fuerza.

Todo ello, claro está, si abandonamos la doctrina del buenismo. Pero como no va a ser así, entretanto Ucrania ha debido resignarse a seguir “triste y sola”, como dice el cancionero estudiantil español, , que se queda Fonseca: “…Triste y llorosa / queda la universidad … / Y los libros, / y los libros empeñados / en el Monte, / en el Monte de Piedad”.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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