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Los nuevos autócratas

lunes 18 de marzo de 2024, 16:08h

Los nuevos dictadores son como la serpiente del Génesis, rastreros, cobardes, taimados y traicioneros. Antes, siglo pasado, a lo menos sabíamos a qué atenernos solamente por el aspecto feroz de tipos como Pinochet, Ceaucescu, Mussolini, Pol Pot, Videla, Castro, Papa Doc.

A los de hoy, en cambio, es difícil distinguirlos de una Virgen de Murillo: todos parecen buenos, todos son demócratas, todos trabajan en nombre del pueblo. Ahí está Vladimir Putin, el Villano Universal, y Nicolás Maduro, el triunfo de la estupidez en un cuerpo de casi dos metros, qué desperdicio. O un mafioso peligrosísimo como Daniel Ortega o su colega de terrorismo pero en otro país Gustavo Petro. Los hay por todo el orbe: Basher al-Assad, Siria; Aleksander Lukashenko, Bielorrusia; Kim Jong Un, Corea del Norte; Xi Jin Pin, China; Díaz- Canel, Cuba; Isaíah Afewerki, Eritrea; Viktor Orban, Hungría; Tayyip Erdogan, Turquía; Rodrigo Duterte, Filipinas; Jaïr Bolsonaro, Brasil; Donald Trump, USA… todos ellos limpios, sonrientes y pasados por las urnas.

Los del siglo pasado eran claros: daban miedo, implantaban el terror y arreglaban las cosas tirando a la gente al mar desde los aviones o llevándola una temporadita a la DGS o el TOP en España; al CNI o Villa Grimaldi en Chile; a Automotores Orletti o al ESMA en Argentina… Hoy, en cambio, todos sonríen, ganan elecciones con votos —Hay dictadores con botas y dictadores con votos, sentenció Felipe González hace 40 años—, tienen tik tok, X, Instagram y media docena de community managers que son como los monaguillos de antes pero sin sobrepelliz.

Los nuevos dictadores no buscan matar la libertad a leches y porrazos como los viejos old fashion del XX. Ahora la libertad se mata ofreciéndola como una virgen al dios de la tribu. O desguazándola en piececitas como si fuera un reloj en manos de un loco destructivo.

Ahora la libertad muere predicando mil libertades pequeñitas, falsas y facilonas: la libertad del no me ofendas, la libertad del no uses ciertas palabras, la libertad de ser gordo e insultar a los flacos, la libertad de ser mujer y odiar a los hombres, la libertad del animalista animalizado, la libertad del ágrafo y del analfabeto funcional, la libertad del terraplanismo, la libertad del opinador sin criterio, la libertad de sentirse niña de seis años aunque tengas 50 y te cuelgue un rabo como el de Dumbo cuando se pone contento, la libertad de destrozar el arte de la humanidad a tartazos, la libertad de interpretar la historia sin haber leído en la vida un solo libro de la materia, la libertad de sumar 2+2 y obtener 5, la libertad de creer que un imbécil que suspende todo tiene altas capacidades, la libertad de dividirnos en células tan pequeñitas con etiquetas tan largas que diluyen nuestra esencia misma hasta convertirnos, unos contra otros, en fieles seguidores entregados al autócrata que pone su zanahoria al final de un palo con la etiqueta que tú, que eres libre como un taxi, eliges: libertad es hoy elegir entre todo el alfabeto la sandez que mejor nos cuadre: LGTBQI+, con ese signo más infamante, omnicomprensivo y vacuo justamente por ello.

Pronto una generación débil, sin capacidad de esfuerzo, refractaria al compromiso, hedonista, blandita y sobre todo muy llorona pretenderá tomar el poder. Lo hará porque les toca en su relevo generacional, pero de no ser por los boomers hundirían la humanidad: afortunadamente, nosotros y nuestros padres sentamos las bases de la Inteligencia Artificial, la desarrollamos con potencia y rezamos para que las decisiones que va a tomar la Generación Zote las tome una IA, cualquiera, antes que ellos. Y lo hará, y a ellos les parecerá bien porque solamente quieren red bull, un móvil con guaifai y que les regalen el pan de cada día.

Hemos acabado en el mismo punto de hace dos mil años: panem et circensis, pan y circo para una especie embrutecida que cada vez se parece más a los Eloi de H. G. Wells en La Máquina del Tiempo, unos imbéciles bien tratados y mejor alimentados para acabar siendo alimento de los Morlocks, feos pero esforzados trabajadores. Y al final, todo para alimentar a los megalómanos del planeta, Putin en Rusia, Sánchez en España. (Ay, calla, calla, que Sánchez es un demócrata. ¿O era memócrata?)

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