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¡Que viva el tonto!

martes 02 de marzo de 2021, 15:10h

Cuentan que hubo un tonto en Castilla al que daban a elegir entre una moneda de diez céntimos, la famosa perra gorda, y una peseta y él, invariablemente, elegía la perra gorda. Un día un forastero le preguntó que por qué elegía diez céntimos pudiendo escoger la peseta completa y el tonto contestó muy ufano que porque si elegía la peseta nunca más le harían el juego.

La figura del tonto del pueblo tuvo un papel social hasta la segunda mitad del siglo XX, un individuo único en su comunidad, dependiente de los demás pero que contribuía de manera simple y hasta inexplicable al tejido social de su comunidad. Todas las sociedades con el tiempo desarrollan esa función o fuerzan a un individuo a ese papel y, así, en Bizancio al tonto del pueblo se le consideraba un individuo trastornado socialmente necesario.

Y luego está la libertad de expresión. Metallica tiene una canción que se titula Free speech for the dumb, libertad de expresión para el tonto, cuya letra se limita a repetir el título seis veces rematando cada tres versos con la imprecación Free fucking speech, puto discurso libre, una metáfora genial de la reivindicación sin contenido.

La libertad de expresión no suele fijarse en la forma del discurso, sino en el fondo. Así, salvo el tamaño de las vallas publicitarias en la autopista, un poner, el formato no suele ser trascendente. Pero sí el fondo, la chicha, lo que se enuncia. Una sociedad que arrastra 855 seres humanos asesinados con alevosía por el terrorismo, desde José Pardines Acay, guardia civil, el 7 de junio de 1968 hasta Diego Salvá Lezáun, guardia civil, el 30 de junio de 2009 (o el gendarme francés Jean-Serge Nérin el 16 de marzo de 2010) no puede permitir ni tolerar la más mínima heterodoxia con la memoria de estas personas, con la dignidad de sus deudos y con la canallada histórica que supone tener en el parlamento y en los ayuntamientos sinvergüenzas que siguen planteando subterfugios para no condenar tamaño baño de sangre.

Un tipejo como Pablo Hasel no merecería ni una letra más allá del titular que informe sobre su mudez civil -la cárcel- y la de todos sus defensores, por desalmados, por apólogos del terrorismo y por tontos rama los que eligen la peseta completa.

En una sociedad que ha padecido durante medio siglo a una banda de asesinos no se puede aceptar la más mínima fisura frente a la defensa de la paz individual y social. Y quien saltare por encima de este principio debe pagar de acuerdo a lo establecido por las leyes: un tipo que desea la muerte de todos los concejales del PP o que al ex-lehendakari Patxi López lo asesinen con un coche bomba, además de un enfermo, es un peligro. Y un cobarde que ni siquiera tiene redaños de poner él mismo la lapa en los bajos del vehículo.

Una sociedad democrática que busca la paz, el trabajo y la fiesta en paz como cantó Jarcha, no puede permitirse el lujo de tener una policía mal entrenada, agüevardada por decisiones políticas de gobernantes espurios y acongojada por un grupo de cuatreros saqueadores que se dedican al terrorismo urbano.

El monopolio de la violencia lo detenta el estado y existe, justamente, para frenar, refrenar y detener algaradas y saqueos como los que vienen ocurriendo en la Ciudad de los Locos en la última semana. Una sociedad democrática que busca la paz, el trabajo y la fiesta en paz necesita unas fuerzas y cuerpos de seguridad que sepan lo que hacen y que tengan el amparo legal y la cobertura política suficientes para acabar con estos disturbios cuando aún son conato de bandidaje.

No vale esconderse detrás de palabras hueras como “policía democrática” para exigir una policía vestida de Barbie y Ken que se defienda y nos defienda con palitos de regaliz. No vale esconderse tras excusas insultantemente baratas como que son italianos y franceses venidos desde “desiertos remotos y montañas lejanas” a perturbar nuestro hermoso Edén mediterráneo.

Hace tiempo que venimos perdiendo el norte y el sentido de los principios básicos y en algún momento habrá que decir Hasta aquí hemos llegado a una generación idiotizada por internet y sin criterios sociales.

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