Llorones y resilientes

La etiología de esta generación de cristal es difícil de establecer pero, fundamentalmente, es culpa de los boomers que permitimos que conceptos como esfuerzo, carácter y competición se fueran al traste sustituyéndolos por fruslerías inanes.

Una de las palabras bandera de esta Gen-Z es resiliencia, una palabra horrenda y deformada hasta no ser nada más que un tatuaje en una nalga o una palabra en cualquier free style sin ritmo ni poesía.

El origen de resiliencia es la capacidad de algunos materiales de regresar a su forma original cuando son deformados por una presión y ésta deja de ejercerse. Luego el palabro se trasladó a la vida social y hoy es un mal sinónimo de resistencia. Lo más sorprendente es que sea una voz representativa de una generación que, si algo no es, es juncal.

Es culpa nuestra que sean mantequillosos y llorones porque desde 1980 nos propusimos desterrar cualquier ramalazo de exigencia, competitividad y esfuerzo en los planes de enseñanza y desde entonces no hemos hecho más que empeorar. Muchos no caímos en la trampa y hemos educado a nuestros hijos con rigor, vigor y entrega al esfuerzo. Hemos sido aliados de los profesores y no hemos dejado ni que tuvieran rabietas sin castigo ni que dejaran para mañana lo que se podía y debía hacer hoy. El resultado son chavales con más aguante, más responsabilidad y más capacidad de trabajo.

Pero no son mayoría; vivirán en un mundo de enojadizos malcriados, bien preparados, sí, porque tanto en colegios como universidades, hasta que llegó este gobierno de cerebro engominado, la calidad académica era aceptable, pero refractarios al cambio y a la presión.

En una generación hay de todo y es fácil verlo simplemente mirando al entorno: los países nórdicos y centroeuropeos han cambiado o están cambiando sus modelos de estudio reinsertando los conceptos de esfuerzo y exigencia y volviendo a valorar a los alumnos de cero a diez. ¿Por qué? Porque el mundo, una vez sales del cascarón familiar y la coraza protectora del cole o la uni, no es bondadoso ni amoroso ni se parece a las fotos de Instagram o los videos de tik tok. Ahí fuera, hace frío, reparten hostias de a kilo y los débiles son carne de cañón. Que todo el mundo pase de curso aunque sea un zote, es un error; que nadie sufra por ninguna frustración porque pobesito el nene, es un error. Que a quien no conoce la materia no se le pueda poner suspenso porque se acompleja, sniff, es un error mayúsculo.

En España nos ha nacido un gobierno de plastilina con la capacidad resiliente de la plastilina que ha convertido nuestro futuro en un enjambre de plañideras que deberían estar partiéndose los cuernos, como hicimos antes todos, para salir de casa de mamá, buscar un curro y empezar a ganarse la vida. Y todas las excusas que puedan poner, no hay trabajo, estamos en precario, los alquileres son muy altos…, no son más que disculpas de vagancia y autoindulgencia que nada significan porque cualquier generación tuvo que empezar así y muchísimos, como yo, trabajando entre 60 y 90 horas a la semana sin remuneración extra.

Vete a decirle hoy a cualquiera de estos preparaos que se quede el fin de semana a acabar un informe… es como pedirles que vuelen. Tampoco saben lo que es la presión de tiempo o de trabajo porque ante el más leve incremento del ritmo, lloran y montan una manifestación, cortita eso sí, y cantan una canción. Luego se van a casa a exigirle a mamá la cena y la paga.

De un par de años acá son cada vez más las voces que nos alzamos exigiendo un cambio de dirección en educación y exigencia porque estamos viendo la galleta que se van a dar e, incluso, algunos Gen Z se están dando cuenta y están poniendo remedio individual a un mal generacional.

Al final, esta generación, como todas, pasará, se la comerá el viento de la vida y la sustituirá otra que, esperemos, no sea tontuna y sentimenataloide y, simplemente, sea esforzada y trabajadora. Pero para eso necesitamos cambiar el gobierno por otro constructivo y resistente.