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Política y Apuestas SA

jueves 06 de abril de 2017, 11:00h

Una de las funciones sociales no escritas de la clase política es la ejemplaridad: lo que “ellos” hacen es una pauta social para que los administrados “hagan”.

En España, desde hace muchos años, el ejemplo que la sociedad civil recibimos de los capitostes es claro y unívoco: roba y estafa que son dos días y aquí solo va a la cárcel el robaperas.

La corrupción organizada que ha traído el PP con su manera de gobernar robando o de robar gobernando se ha extendido a todos los estratos de la población.

Si alguien metiera la nariz en el fútbol, en los toros y en el ciclismo, por poner tres ejemplos cualesquiera, sacaría la basura a paletadas. Claro que esa basura non olet como bien dijo Vespasiano a su hijo y más de una y de dos veces el dinero de la basura acabará en los bolsillos de los investigadores de la basura.

Los penúltimos casos salidos a la calle son la estafa deportiva del Eldense y la porquería murciana. A lo que parece también hay un 12-0 del Barça regional o como se llame y otras triquiñuelas referidas siempre al fúmbor españós, ese deporte de intelectuales. La cosa tiene que ver con apuestas estúpidas en un sistema estúpido que permite campañas de publicidad millonarias en radio, y televisión en horario infantil, alimentando la mayor adicción de hoy entre los españoles (algunos estudios oficiales hablan del 2% de la población afectada de ludopatía en diferentes grados). Por supuesto, esperar protección ciudadana de un gobierno asentado en una mafia corrupta contra casos que tengan que ver con el dinero es ser, cuando menos, ingenuo.

Es más: no será de extrañar cuando mañana Sport Radar, la empresa suiza encargada de detectar la porquería en el fúrgol, muestre que los partidos políticos españoles -bueno, uno en particular, a qué engañarnos- están engordando sus ingresos vía apuestas online. “Bueno”, dirán los más hooligans de este partido, “no hay nada de malo en apostar”; pero sí lo hay porque no es lo mismo apostar mi sueldo que apostar el sueldo de todos los españoles en forma de subvenciones y no es lo mismo que yo, individuo, apueste a que lo haga el tesorero del PP en forma de simulación de individuo que actúa por su cuenta y riesgo.

La cosa, en cualquier caso, no está solamente en el peligro evidente que supone el juego en la salud social de un país. Lo mas grave es cuando los métodos que habitualmente se utilizan para conseguir dinero, en el fútbol, los toros, el atletismo y la política, pasan siempre por robar.

Si ya es malo apostar con el dinero de la caja B del partido, no tiene nombre apostar a que durante el debate sobre presupuestos un diputado del PP se dormirá mientras habla su jefe, con un ratio de pago de diez a uno. Sí, luego, efectivamente tal cosa ocurre y simultáneamente las apuestas se disparan, habrá que ver la cara del analista de Sport Radar que lo detecte. Si es que llega a detectarse.

Los tramposos siempre hacen trampas. Cuando durante décadas la trampa y el compadreo han sido los métodos utilizados para conseguir el dinero, pólvora del rey, creer que por un par de titulares y un par de cenizos encarcelados la cosa va a cambiar es desconocer imprudentemente la condición humana. El ejemplo ha calado de tal manera que prácticamente todos los votantes del PP son tramposos o aceptan con alegría las trampas de los suyos sin aspavientos y cuando se sepa que se juegan las subvenciones a la ruleta lo más que dirán es Qué listos “semos”, Mariano.

España está podrida socialmente. Ya nadie devuelve una cartera encontrada en la calle -salvo que la encuentre un inmigrante y, entonces, es de aplicación el chiste racista: “Ves como no os integráis”- y hasta las viejecitas te roban la leche en la caja del supermercado a poco que seas lento en embolsar. Mientras tanto, los ingleses se van de Europa y los centro europeos y nórdicos llevan un año largo planificando su propia alianza económica al margen de esos surEuropeos dormitabundos, manilargos y juerguistas a los que no pueden perder como consumidores y clientes pero a los que pueden convertir en Europa de segunda (velocidad).

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