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Supremacistas ploraners

lunes 27 de noviembre de 2017, 13:17h

En las últimas semanas hemos visto como un Honorable President se convierte en facineroso primero, delincuente seguidamente, huido de la justicia poco después y ahora en eurófobo cercano a las posturas de Milosevic.

Los supremacistas catalanes ni ven ni quieren ver, solo sienten-lloran; sufren-lloran; se autocompadecen-lloran; se lamentan-lloran; insultan-lloran; mienten-lloran; roban-lloran y lloran-lloran.

Durante años creí de verdad que había en el catalanismo irredento, protomártir y lacrimógeno algo de verdad, de sentimiento fiel por su terruño -insisto: nunca entenderé que se pueda “amar” las cosas por encima de las personas- y de aspiración legítima a tener una tierra a la que en vez de España la llamaran Lala Land y en vez de región se la llamara País, Nación, Continente, Planeta o cualquier otra zarandaja del jaez porque todos sabemos que las cosas no son lo que son sino el nombre que les ponemos y así si al cuñao lo llamamos Adonis, abracadabra, se vuelve guapo.

El amor por la tierra se debería demostrar de una forma sensata, lógica y armónica pero, claro, yo me refiero a la ecología, al cuidado del agua, del entorno, de los cultivos y de las gentes que se ven afectadas por las calamidades que los ricos estamos causando en el clima; en absoluto podría sentarme a reflexionar sobre la supremacía de las lágrimas que ha llevado a los independentistas más extremos -o sea, casi todos- de ser eurofilos, descendientes directos de Ulises, seguidores de los valores europeos (tolerancia, diálogo, respeto a las minorías, legalidad); en fin, de protomachos megafundadores de la democracia a convertirse en eurófobos sin solución de continuidad.

Los supremacistas catalanes no son distintos de los supremacistas blancos yanquis, salvo porque los de la butifarra se pasan el día llorando y los otros consideran que soltar una sola lágrima es la peor muestra de debilidad.

Los supremacistas ploro-catalans llevan años diciendo primero con disimulo, luego con metáforas y finalmente sin careta, que los españoles -y aquí incluyen a los catalanes no independentistas- somos “lerdos, incultos, mentirosos, económicamente retrasados, moralmente despreciables y fascistas” (sic). Ellos no, ellos “som(os) tan diferents” (Nuria de Gispert, neoémula de Eva Brown): orinan Aiguas de Montserrat; defecan Torró d’ametllas y su sudor forma brillantes de carbono cristalizado: cuando el PP hace trampas y se queda el dinero público, somos todos los españoles porque somos unos ladrones. Cuando lo hacen Pujol, Mas, Millet o Prenafeta, son héroes equivocados porque, como toda Europa sabe, a los catalano supremacistas nazindependientes no les huelen los pies, son los malditos zapatos españoles que están mal hechos.

Ellos, tan supremos un su supremez, saben que Cervantes, Teresa de Jesús, Fermín Cacho, Ramón y Cajal y Picasso eran catalanes. Incluso Jesús, Julio César, Cleopatra, Avicena, Kant, Copérnico y Kunta Kinte fueron catalanes.

Ahora, como Europa les ha dicho tururú con recochineo y sin sordina a los indepes en la cara de Puigdemont, se alzan a pedir un Brexit a la catalana: o sea, no son ni siquiera un país, menos aún un estado y ya se consideran a la altura del British Empire. Estos lo que necesitan es un buen sopapo electoral, zas zas, y una purga de aceite ricino que les limpie de basura el cerebro.

La primera vez que me llamaron altre catalá, Jordi Pujol dixit, no me pareció una expresión integradora sino un dedo acusador que me señalaba como el Cristiano Nuevo al que hay que doblegar, domeñar y domesticar para que no orine fuera del tiesto. Me sentí desclasado, despreciado y más cerca de Rosa Parks de lo que ningún llorón independentista haya estado jamás. Ahora, 40 años después, veo con claridad que la ideología supremacista que entonces se estaba sembrando ha acabado por imponerse definitivamente en una tierra que hace décadas que no es de acogida, que expulsa a turistas, extranjeros, españoles, “malobra” barata y altres catalans para luego, eso sí, llorar, patalear y exigir que “Madrit” les acompañe a mendigar Agencias Europeas, del Medicamento o de lo que sea siempre y cuando deje pelas y expulse españoles, mesetaris como nos llaman.

Estamos en campaña, no lo olvidemos, y en Cataluña ahora solo hay tres opciones: o los supremacistas ploraners, o Inés Arrimadas en el centro derecha o Miquel Iceta en el centro izquierda. Y que nadie se equivoque: Albiol ni siquiera juega en la misma liga que los otros, es lo que antes se llamaba un defensa estorbo.

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