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Callejero sin compasión

domingo 11 de octubre de 2020, 11:51h

Una de las consecuencias más controvertidas y más proclives al debate popular de la Ley de Memoria Histórica aprobada en 2007 ha sido, es, seguirá siendo y lo que te rondaré morena, la retirada de placas y sustitución por otras nominaciones de calles, plazas, glorietas, paseos y bulevares dedicados a personajes relacionados con lo que se cita en el artículo 15 de la norma en cuanto a: “…menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura”.

Con esos mimbres legales, el Ayuntamiento de Madrid, a propuesta de Vox y con la aquiescencia de Ciudadanos y Partido Popular ha decidido arrumbar las placas que daban al nombre a las vías de Francisco Largo Caballero y de Indalecio Prieto, desde que así fuera dispuesto en 1995 por el alcalde del Partido Popular José María Álvarez del Manzano y su Concejala de Cultura Esperanza Aguirre, militante de la misma formación política.

Así las cosas, un centenar de prestigiosos historiadores de todo el mundo, entre los que figuran los españoles Ángel Viñas Martín, José Álvarez Junco o Rosa María Capel, catedráticos en la Universidad Complutense de Madrid; y extranjeros como Paul Preston, catedrático de la London School of Economics and Political Science, han firmado un texto reprobatorio contra la medida manifestando que: “… es preciso resaltar la incongruencia que encierra querer ejecutar una “damnatio memoriæ” sobre figuras políticas que, precisamente, se distinguieron por su oposición a la sublevación militar, por la defensa de la legalidad en la guerra civil que ésta provocó, y por ser víctimas (en tanto que perseguidos y exiliados) de la Dictadura resultante”.

Es evidente que cualquier nombre y el de su sustituto da para opiniones y posicionamientos de todos los gustos y colores, pero el del político ovetense de nacimiento y bilbaíno de bachillerato, Indalecio Prieto, llama particularmente la atención a la luz de unos hechos y circunstancias que el eminente historiador, escritor y periodista Fernando Díaz-Plaja Contestí subrayaba en el artículo La compasión en la guerra publicado en el diario El País el 20 de febrero de 1980.

A don Fernando se le encogía el corazón recordando la escasísima, casi nula piedad hacía el contrario y aclaraba: Me refiero al asesinato puro y simple del que tantos compatriotas de uno y de otro lado se hicieron responsables durante la malhadada guerra de 1936 (…) Las excepciones fueron pocas; tan pocas que las he tenido que buscar casi con lupa. Recordadas por orden de aparición, la primera fue la de Indalecio Prieto, en un discurso pronunciado por radio el día 8 de agosto de 1936”. En aquella alocución, tras animar a los combatientes que defendían la legalidad republicana frente al Golpe de Estado militar, el político hacía un llamamiento apasionado a las “masas antifascistas” para que acabaran con los “paseos” y otras monstruosas prácticas criminales llevadas a cabo por descontrolados grupos y pedía encarecidamente que no se dejaran llevar por el espíritu revanchista del bíblico “ojo por ojo”. Así, a través de las ondas, clamaba: “… por muy fidedignas que sean las terribles y trágicas versiones de lo que haya ocurrido y esté ocurriendo en tierras dominadas por nuestros enemigos; aunque día a día nos lleguen agrupados en montón los nombres de camaradas, de amigos queridos en quienes la adscripción a un ideal bastó como condena para sufrir una muerte alevosa, no imitéis esta conducta; os lo ruego, os lo suplico... ¡No los imitéis! ¡No los imitéis! Superadlos en vuestra conducta moral; superadlos en vuestra generosidad”.

Un día después, el 9, publicaba un artículo en el periódico El Socialista donde volvía con fervor sobre la idea: “… yo no pido, conste, que perdáis vigor en la lucha, ardor en la pelea. Pido pechos duros..., pechos de acero; pero corazones sensibles, capaces de estremecerse ante el dolor humano y de ser albergue de la piedad, tierno sentimiento sin el cual parece que se pierde lo más esencial de la grandeza humana”.

Días más tarde, el 23 de agosto de 1936, y tras una oleada de falsos rumores torticeramente propalados, un grupo de milicianos anarquistas penetró en la Cárcel Modelo de Madrid y ejecutó a una treintena de políticos y militares retenidos en la institución penitenciaria por su presunta desafección a la República. Don Indalecio, hombre y figura pública de integridad acrisolada, sentenció con amargura lapidaria: “La brutalidad de lo que aquí acaba de ocurrir significa, nada menos, que con esto hemos perdido la guerra”.

La contienda acababa de comenzar y aún duraría cerca de tres largos y penosísimos años, pero moralmente, deploraba Prieto, ya estaba perdida.

Como cabía esperar, las posiciones humanistas y los llamamientos a la piedad con el enemigo le valieron a Prieto el desprecio virulento y el reproche airado de muchos de sus correligionarios, pero a cambio contó con la admiración, la fidelidad y el cariño de muchos otros. Fue el caso de la barcelonesa Constantina de Jarque Santiago, profesionalmente Tina de Jarque, vedette sólidamente culta que dominaba cinco idiomas, cantante, actriz de cine con grandes éxitos en películas rodadas en Alemania, España y Estados Unidos, pionera del desnudo artístico y una de las primeras mujeres en aparecer en pelota en escenario y pantalla. Hermosa, simpática y generosa, hizo enloquecer a políticos, banqueros, militares y personajes de altísimo copete. En 1933 declaró públicamente y apoyada en su imagen: “A mi me gusta don Indalecio Prieto, por guapo… ¡Y ahora que rabien los demás!”. Pero eso, como diría Kipling, ya es otra historia.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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