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Calles y burdeles de ida y vuelta

miércoles 20 de octubre de 2021, 09:54h

En el reciente 40º Congreso del Partido Socialista Obrero Español, PSOE, se ha decidido que la abolición de la prostitución se convierta en una de las prioridades del partido antes de que acabe la legislatura. Y no deja de ser curioso, chusco o chocante que una de las pancartas que se exhibían en el momento de tal proclamación rezaba que el mismo objetivo fue declarado en el Congreso de 1976, exactamente treinta años después de que en Francia fuera aprobada la Ley Marthe Richard, que llevó a cerrar todos los burdeles del país.

Abolir la prostitución, como despreciable forma de esclavitud humana y de repugnante cosificación del cuerpo femenino, es y ha sido una de las metas importantes y sustanciales del “mundo civilizado” desde que el 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de Naciones Unidas pusiera en vigencia la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero la experiencia ha demostrado que una cosa es predicar y otra dar trigo.

Volviendo a la ley francesa que líneas más arriba se referenciaba, lleva el nombre de la concejala electa de 4º distrito de París que el 13 de diciembre de 1945 presentó una propuesta de cierre de los burdeles de la ciudad, atacando con virulencia no a las putas sino a la sociedad que en su opinión era responsable del “libertinaje organizado y patente” y del “crimen organizado”, que se lucraba hasta extremos inconcebibles de la prostitución, hasta entonces permitida y regulada.

La propuesta fue votada por el Consejo Municipal y el 20 de diciembre se dio luz verde a la orden que autorizaba al prefecto de policía Charles Luizet a cerrar sin previo aviso las casas de lenocinio en el plazo máximo del tres meses; periodo que expiró el 15 de marzo de 1946.

Tras esa victoria parcial, Marthe se lanzó a la lucha por una legislación que abarcara a toda Francia. Votada de nuevo favorablemente el 13 de abril de 1946 por la Cámara de Diputados, la orden de clausura de todos los burdeles de Francia entró en vigor el 6 de noviembre del mismo año.

Y aquí es obligado un paréntesis para trazar el perfil de la audaz y animosa concejala parisina, porque su biografía es más que notable.

Lorenesa de Blâmont, en 1903, con tan solo catorce años ya ejercía la prostitución y dos años más tarde se registraba oficialmente en los listados profesionales del comercio carnal. En el desempeño de su profesión conoció en París a una rico empresario del sector alimentario con quien contrajo matrimonio en 1907. Apasionada por la incipiente aventura aeronáutica, aprendió a pilotar y en 1912 su esposo le regaló un aeroplano con el que consiguió la hazaña de volar desde Le Crotoy, en la región francesa de Picardía, hasta la ciudad helvética de Zúrich.

Al estallar la Primera Guerra Mundial contribuyó a fundar L'Union Patriotique des Aviatrices Françaises/ Unión Patriótica de Aviadoras Francesas. Dos años después, en 1916, su marido muere en el frente y Marthe Richard, desesperada y henchida de odio al enemigo, se postula como espía, entrando a formar parte del grupo del capitán Georges Ladoux, quien la envía a Madrid para obtener información privilegiada en la capital de la España neutral y hervidero de espías. Se alija en el Hotel Ritz y consigue hacerse amante y confidente de von Krohn, agregado naval de la embajada alemana en España, de quien obtiene valiosísima información para el servicio secreto francés, pero en el verano de 1917 se ve implicada en un accidente de tráfico en el que empiezan a desvelarse datos y sospechas. A finales de ese año y a punto de ser descubierta, debe volver a París precipitadamente, donde se entera que su jefe Ladoux ha sido arrestado como agente doble.

Acaba la guerra y no volvemos a saber de ella hasta que en 1926 se casa con Thomas Crompton, director financiero de la Fundación Rockefeller, pero su segundo cónyuge fallece inesperadamente dos años más tarde en Ginebra.

Marthe se traslada a una lujosísima mansión en Boqival, a las afueras de París, escribe una autobiografía que se convierte en éxito de ventas (en 1937 Raymond Bernard la convierte en una película de culto interpretada por Edwige Feuillère y el mítico Erich von Stroheim) y empieza darle vueltas al proyecto de acabar con la indignidad en la que viven cientos de miles de prostitutas francesas.

Como se dijo, su proyecto concluye con un rotundo éxito legislativo en 1946, pero más del ochenta por ciento de las pupilas de los lupanares de Francia se lanzan a la calle, generando un espectáculo público de degradación y miseria humana.

Muchos años después, en 2003, el entones Ministro del Interior Nicolas Sarkozy promueve y consigue sacar adelante una ley que lleva su nombre y que penaliza las practicas sexuales a cambio de remuneración, o, lo que es lo mismo, castiga al cliente con fortísimas multas e incluso cárcel; una ley, que, tras años de fuertes críticas, intentos reformulativos y dimes y diretes legislativos, es refrendada como como plenamente constitucional. Las prostitutas desaparecen de las calles y vuelven a los burdeles o meublés nominalmente reconvertidos en Love Hotels u hoteles para parejas.

Desde entonces y hasta hoy, el Sindicato francés de Trabajadoras del Sexo sigue clamando contra la norma legal porque considera que la ley carece de efectos prácticos a la hora de reducir la prostitución; que deteriora las relaciones laborales; que obliga a las mujeres que viven de esa práctica a ejercer en lugares escondidos e inseguros; que contraviene gravemente la libertad individual; que recorta la demanda y obliga a aceptar condiciones inaceptables de los clientes (como la negativa a usar preservativo, que se traduce en un incremento de las enfermedades de transmisión sexual); y que en definitiva “hace perdurar la idea de una desigualdad fundamental entre mujeres y hombres”.

Total, que elogio y apoyos sumos a la filosofía del proyecto anunciado en el Congreso del PSOE, pero que, a la hora de entrar en el detalle, nadie olvide las raíces profundamente hundidas en la desigualdad social y de género, y recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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