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Elogio del desaseo y memoria de 'La Coquito'
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Elogio del desaseo y memoria de 'La Coquito'

martes 21 de septiembre de 2021, 09:05h

Hace más o menos de un año, la empresa británica Hammonds Furniture (en el ámbito anglosajón, hacen investigación psicosocial hasta las firmas de muebles), dio a conocer un estudio que ponía de manifiesto que sus conciudadanos son de un desaseo consuetudinario que cuesta creer si uno no ha nacido o mora en las islas. Venía a concluir el estudio, tras una escrupulosamente científica indagación, que el 36% de los británicos sólo lava las sábanas y fundas de almohada una vez al año, lo que, conociendo el estudio que en su día dio a conocer la londinense Universidad de Kinston (en el que se concluía que en una cama tipo o promedio suelen habitar cerca de un millón y medio de ácaros), pone los vellos como escarpias.

Otro de los datos que revelaba la encuesta era que el 25% de los varones británicos y el 13% de las hembras, solo lava su ropa interior tras cinco usos. Dato este que ayer animaba a la periodista Núria Escobar, en artículo publicado en el diario La Vanguardia, a rememorar la anécdota de una carta que escribiera Napoleón a su amada Josefina en la que se incluía una línea con la información y petición de: “… llego mañana a París, no te laves”.

Sale érotisme o dirty sex, por seguir en el idioma de la encuesta, que a mi memoria trae uno de los episodios que se relatan en La Coquito, novela escrita por el cartagenero Joaquin Belda, un autor que trabajó la lengua española con cinceles propios de los mismísimos ángeles custodios del Instituto Cervantes, pero que hoy y dicho en barojiano, España es ansí, vive bajo el polvo del olvido.

En la novela, publicada en 1916, La Coquito es el alias de la reina de la rumba y emperatriz del cuplé, Adela Portales, empresaria jefa de un infecto barracón y local de variedades, Salón Nuevo, sito en la calle de Cabestreros en el castizo barrio madrileño de Lavapiés, donde se representan piezas de tono subidísimo que llevan por título ambigüedades tales como El hijo de pura, Tres noches sin sacarla, Tomar por el atajo o Tortilla de almejas.

Allí actúa Adela cada noche, llegando al semidesnudo y al desnudo integral, lo que solivianta a un público masculino y rijoso entre en el que de vez en cuando figura algún señor con los suficientes posibles para pasar a la acción con La Coquito, en la casa de ella y previo acuerdo económico con Doña Micaela, su señora madre, celestina y administradora general.

En este contexto, el protagonista de la acción que nos ocupa y evoca del tirón la encuesta británica y la carta napoleónica, es un sujeto fornido, muy moreno, con un bigote siempre espeso pero recién cortado a la inglesa en el día de autos y por razones que luego se verán. El tipo en cuestión tuvo otrora un estanco en la madrileña calle Mayor, que un día liquidó para marcharse a América a probar fortuna. Antes de partir, había visto a La Coquito en su espectáculo y le había gustado tanto que se había prometido a sí mismo que si algún día regresaba rico se daría el gusto de: “… pagarle una noche de amor de placer o de lo que fuese”. Y resultó que al cabo de los años el indiano regresó, si no rico, sí con bastantes posibles dinerarios.

Tras la visita a los camerinos del teatro donde actuaba el motivo de sus sueños, pacta el asunto con la señora madre de la artista, Doña Micaela, previo pago de dos mil pesetas y el compromiso de pagar la cena para los tres en un buen restaurante. En plena actuación, La Coquito advierte el recorte drástico del bigote del señor y al concluir el espectáculo le pregunta por qué ha hecho tal cosa, a lo que él responde sutil: “Después lo veras”.

A eso de las tres de la madrugada llegan todos a la casa y se aposentan en una habitación distinguida. La madre se despide muy finamente diciendo que se va a dormir y La Coquito corre a desnudarse tras un biombo japonés. El hombre se deja caer sobre una piel que había en el suelo y enciende un pitillo, pero al poco oye ruido de agua, lo que le hace levantarse de un salto y dar un grito espantoso: “¡Muchacha! ¿Qué vas a hacer”. Desde el otro lado ella responde: “¡Ay hijo, que me has asustado! Iba a lavarme!”. Él entonces la reconviene y avanza intenciones: “No hagas tal cosa. ¿No ves que le quitas toda la poesía al acto? Si no acudo a tiempo, me fastidias. ¿Para eso me he recortado yo el bigote?”.

De la escena hizo en su día una ilustración memorable el gran pintor José Antonio Alcácer, miembro activo del movimiento Estampa Popular que tiene sala en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Al poco, ella sale de detrás el biombo completamente desnuda, sin más que las medias, unos zapatitos y un “pendentif” de perlas y brillantes al cuello. Él se queda extasiado en la contemplación de aquel cuerpo precioso, pero el éxtasis dura un solo instante que inmediatamente da paso a la acción. La sienta en un sillón, echándole las piernas por encina de cada uno de los brazos, mientras que ella deja caer los suyos en el respaldo y cierra los ojos. Acto seguido: “… él se arrodilló y comenzó una exploración por el bosque de Argona, que le iba haciendo descubrir panoramas deliciosos. De cuando en cuando, el sujeto, que no era tonto, tocaba suavemente uno de los botoncitos pectorales; ella temblaba un poquito y suspiraba levemente como en un éxtasis”.

En esto, muy udorosamente y como en un elegante movimiento cinematográfico de cámara, el foco se aleja y sale de la escena: “Afuera, en la calle, un gato maullaba y un sereno, apoyado en un farol, leía “El Correo Español”. Los vecinos, para que acudiera a abrirles la puerta, tenían que hacerle una ovación”.

Créditos y FIN.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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