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Miss Palivchencko se nos queda

jueves 04 de febrero de 2021, 16:05h

Muy recientemente, en el Ayuntamiento de Madrid se ha producido un encorajinado debate en torno a un mural feminista sito en el polideportivo de la Concepción de Ciudad Lineal, durante el que alguien, de cuyo nombre no quiero acordarme, se ensañó con tres de las representadas en efigie para terminar con Lyudmila Palivchencko, despachada de un plumazo en su Twitter como: “… francotiradora del ejército rojo, símbolo de la propaganda comunista”.

Llámenme loco, pero leer aquello y sentir con toda nitidez crujir los huesos de Eleanor Roosevelt en su tumba de Hyde Park todo fue uno. Notable escritora y singular activista política, Primera Dama de Estados Unidos durante los cuatro periodos presidenciales de su esposo y “Primera Dama del Mundo” al decir del presidente Harry S. Truman por su lucha a favor de los derechos humanos, durante veinte años fue sentida admiradora y entrañable amiga de la: “… francotiradora del ejército rojo, símbolo de la propaganda comunista”.

Cuando en junio de 1941 la ucraniana Lyudmila estaba a punto de graduarse en Historia en la Universidad de Kiev, la Alemania nazi y sus aliados del Eje lanzaron la Operación Barbarroja, bombardeando e invadiendo a continuación. Ella se presentó como voluntaria para defender su patria con las armas y tras hacer varias exitosas pruebas de tiro fue destinada a la 25ª División de Infantería del Ejército Rojo como francotiradora. En los campos del llamado “Frente Oriental” y muy especialmente en los cercos de Odessa y Sebastopol, provista de un rifle de cerrojo Mosin-Nagant tuneado con mira telescópica de cuatro aumentos, consiguió abatir, de manera oficial, a 309 militares enemigos, 36 de ellos experimentados francotiradores.

En junio de 1942 fue herida por fuego de mortero y, mientras convalecía, la cúpula de poder soviética pergeñó la idea de enviarla a Estados Unidos, junto a dos camaradas varones, para realizar una campaña informativa orientada a proporcionar a los aliados una idea de primera mano sobre la situación que se estaba viviendo. Con Inglaterra arrasada por los bombardeos de la Luftwaffe y Francia totalmente invadida, la Unión Soviética se había quedado prácticamente sola para combatir las colosales embestidas nazi-fascistas en Europa y sus líderes consideraban crucial abrir un segundo frente en el viejo continente.

Desde Moscú volaron a Teherán, de allí a El Cairo y luego a Miami, desde donde finalmente se trasladaron a Washington en el tren expreso nocturno que llegó a la capital estadounidense a las 05,45 h. de la mañana del 27 de agosto de 1942. Traslado inmediato a la Casa Blanca, donde la delegación es recibida por la señora Roosevelt que les asigna habitaciones y les cita a las ocho y media para el desayuno en un pequeño comedor de la planta baja. Allí surge el primer desencuentro y choque entre las dos mujeres que, paradójicamente, abrirá paso a una muy estrecha y duradera amistad.

Ante un reducido grupo de personas, en la mesa se sirven huevos fritos, tiras de bacon a la parrilla, salchichas hervidas, champiñones macerados y unas tortitas pequeñas y esponjosas que Lyudmila considera muy parecidas a sus oladyi, rociadas con sirope de arce. Además, zumo de naranja, café caliente y té frío.

La conversación trascurre por lugares comunes y detalles fútiles hasta que la Primera Dama mira fijamente a la francotiradora y le pregunta cómo después de ver el rostro de una persona a través de la mira telescópica se puede apretar el gatillo y quitarle la vida. Traducción al ruso y silencio espeso. Palivchencko se toma un tiempo y responde en un inglés muy precario pero que todos entienden: “Señora Roosevelt, estamos muy agradecidos por haber sido invitados a visitar su bello país. Durante muchos años ustedes no han conocido las guerras. Nadie destruye sus ciudades, sus pueblos y sus plantas. Nadie mata a sus habitantes, sus hermanas, hermanos, padres”. Sigue relatando, con una construcción gramatical muy básica y plagada de errores en los tiempos verbales, que los estadounidenses viven en una tierra alejada de la lucha contra el nazi-fascismo, mientras que ellos vienen de donde las bombas destruyen a diario ciudades y pueblos, donde se derrama muchísima sangre, donde se asesina a gente inocente: “Una bala certera no es más que la respuesta a un enemigo perverso. Mi marido perdió la vida en Sebastopol ante mis propios ojos y, por lo que a mí respecta, cualquier hombre que veo a través del visor de mi mira telescópica es su asesino”.

Eleanor se siente confusa y avergonzada. Se disculpa y abandona la sala.

Poco después la delegación se traslada a la Embajada soviética y allí comienza una rueda de prensa atestaba de periodistas que parecen no tener otro interés que el de sacar a la francotiradora de sus casillas. Casi todas las preguntas van dirigidas a ella. La interrogan sobre las posibilidades de tomar un baño en el frente y ella responde que es muy habitual hacerlo varias veces al día, pero que el baño suele ser de polvo, tierra y metralla. Le preguntan si las mujeres soldado pueden usar lápiz de labios y ella dice que sí, aunque no conoce a ninguna que tenga tiempo y ganas de hacerlo. Un periodista alza su mano y le espeta: “¿Qué color de ropa interior le gusta a usted más?”. Lyudmila responde y el traductor toma la palabra a continuación: “En La Unión Soviética esas cosas solo se le preguntan a la esposa o a la amante y usted y yo no tenemos esa relación. Si es usted tan amable de acercarse yo misma le daré una bofetada”. La carcajada es general, pero la rueda sigue por los mismos derroteros. Cuando finalmente termina y son trasladados a la Casa Blanca, les está esperando la señora Roosevelt que ha sido meticulosamente informada y se ríe sin parar de las salidas de tono de Palivchencko, a quien felicita calurosamente y anima a seguir en la misma línea. Al día siguiente le muestra la columna que publica Elsa Maxwell en el New York Post, presente en la rueda y a quien identifica como buena amiga suya: “Lo que posee la teniente Palivchencko va mucho más allá de su belleza física. Su calma y seguridad imperturbables son el resultado de lo que ha tenido que soportar y experimentar”.

A partir de aquel momento Lyudmila Palivchencko inició una gira con sus camaradas por el país, casi siempre acompañada por la solícita señora Roosevelt. Viajaron a Nueva York y dieron un mitin multitudinario en Central Park en compañía del alcalde Fiorello La Guardia; visitaron fábricas en Detroit, donde Henry Ford pidió que le inmortalizaran en una fotografía con ambas damas; recorrieron juntas en el Cadillac presidencial las llanuras del Medio Oeste y recalaron en el Grant Park de Chicago ante una multitud enfervorecida que aplaudió la entrega de la insignia de oro de Ciudadana Honorífica de EE.UU. a la militar soviética; fueron juntas a Los Ángeles y a Beverly Hills donde Charles Spencer Chaplin, acompañado de Douglas Fairbanks y Mary Pickford, les hizo una proyección de su primera película sonora: El gran dictador, estrenada dos años atrás, y les brindó un encendido homenaje que concluyó con el gran actor arrodillado frente a Palivchencko para besarle las manos 309 veces. Después visitaron Baltimore y el 19 de octubre, la Embajada soviética en Washington les informó que, ante el éxito de su gira inicial, deberían repetir la faena en Canadá y el Reino Unido. Enterada, Eleanor Roosevelt la convocó en la Casa Blanca para despedirse de ella en privado y entregarle un retrato dedicado. Se separaron con lágrimas en los ojos, pero no tardarían en volver a verse. Justo aquel mismo año, en noviembre y con motivo del Congreso Internacional de la Juventud celebrado en Londres. Durante años mantuvieron una correspondencia regular en sus cartas hablaban de las familias, de literatura e historia en la que Palivchencko se había doctorado, de la lucha por la paz en el mundo. En 1957 y 1958 Eleanor visitó la Unión Soviética y las amigas se reencontraron varias veces para visitar museos, comer y asistir a la ópera.

Mientras, Woody Gutriey cantaba por medio mundo su tema Miss Palivchencko: “… bien conocida por su fama. Rusia es su país, luchar es su juego. El mundo entero la amará durante el mucho tiempo por venir” https://youtu.be/_5dK0Q_WtoE Woody se acompañaba siempre de una guitara con un cartelillo en la parte superior que rezaba: This Machine Kills Fascists.

Eran otros tiempos, pero vamos que Lyudmila se nos queda.

La batalla por Sebastopol, de Sergey Mokritskiy, estrenada en 2005:

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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