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Xemen voló sobre la cabeza del cuqui

domingo 14 de mayo de 2023, 10:55h

Hace años que, desde que me dejó el príncipe de los ingenios José Antonio Alcácer, no piso por ARCO, la Feria de Arte Contemporáneo de Madrid, aunque me consta que sigue ofreciendo a su clientela producciones artísticas de singular enjundia junto al instalacionismo y la intervención de espacios, que, habitualmente publicitados como inverosímil y rabiosa vanguardia, no suelen ser más que una copia pueril y desmañada del arte cinético y el readymade que inventó el gran artista y portentoso ajedrecista Marcel Duchamp en los albores del siglo XX. Porque, digo yo que, a estas alturas, un cubo con fregona en el centro de una habitación o una estatua de señor poliuretánico dándose cabezazos contra la pared, no son más que sucedáneos "duchampianos" de la rueda de bicicleta encaramada sobre una banqueta de cocina, fechada en 1913, y primer readymade de objetos desfuncionalizados convertidos en arte; el botellero de hierro/bottle rack, ingenio proto-dadaista de 1914; o la Fuente urinario de 1917, vanguardista objet trouvé y símbolo del arte conceptual.

Dicho en breve, en el arte contemporáneo, buena parte de lo que se considera revolución y vanguardia, no son más que vetustos y decrépitos conceptos, ideas o creaciones a los que se les quita el polvo acumulado por el tiempo, se les pasa una pátina de modernidad y al fin se presentan como algo renovador y vanguardista. Si tal ocurre por ignorancia o por hispánica picaresca arrebatacapas, es secreto sumarial que habría de sustanciase en cada uno de los casos de la variopinta casuística. Sin entrar en pesquisitorias, que a nada llevarían, lo cierto es que, en la cocina contemporánea, el asombro damasquinado se enfrenta a cosas más antiguas que los rodapiés de Altamira.

Hace poco, los medios nos informaban de que Dabiz Muñoz, chef del triestrellado Michelin restaurante Diverxo, y mejor cocinero del mundo en 2021 y 2022 en The Best Chef Awards, regresaba a la patria a la que tanto quiere y tanto debe, Isabel Díaz Ayuso mediante, tras probar un plato de semen o shirako en la barra de sushi del chef Hiroyuki Sato en el restaurante Hakkoku, sito en el barrio de Ginza, Tokyo, Japón, Parece que era la segunda vez que por su boca se desliza el fluido seminal, pero si la primera fue casi anecdótica, esta le ha dejado ojiplático y con ganas de repetir. En palabras del afamado chef la sensación fue indescriptible: "Me voló la cabeza demasiado".

Intento recordar con precisión y detalle, y puedo asegurar que mi chola no ascendió ni tantito así. La cosa empezó en la primavera de 2008 por el Salón barcelonés Alimentaria para luego hacer un resumencillo en el programa Protagonistas de Luis del Olmo, al que un año antes me había incorporado como colaborador de a diario. Y sucedió que el inconmensurable Ferran Adrià, tiempo antes de convertirse en funcionario cuqui de la Walt Disney Company, vino a presentar allí tres productos novedosísimos y probablemente a hacerse un hueco en la familia molecular y tecnoemocional: médula de atún, ideal para acentuar la textura gelatinosa en preparaciones calientes; ajo negro, fermentado japonés de textura mantecosa y punto de acidez complejo; y semen de caballa, de sabor delicado y textura cremosa. Ni qué decir que el último fue el que se llevó la palma de popularidad e interés mediático.

Yo mismo corrí hasta los estudios de Onda Rambla en la Diagonal para hacer las correspondientes cuchufletas y advertir a la audiencia de que era fundamental no confundir el semen de caballa con el de caballo. Pero una vez reído el chiste facilón y regresado a Madrid me interesé por conocer sabor, aroma y textura del producto propuesto por Ferran. Mi primera sorpresa fue constatar que ni en las mejores pescaderías me sabían o querían decir cuales eran las caballas hembra y cuales los machos que venían al caso, así que me compré cuatro piezas y se las llevé a mi buen amigo Antonio Maquedano, chef del restaurante madrileño El Chiscón de Castelló. Al poco, me echó un jarrón de agua fría: todas parecían ser hembras. Inasequible al desaliento, fui a otra pescadería e hice la misma provisión. Esta vez, Dios aprieta, pero no ahoga, tres eran machos provistos de un receptáculo seminal en cada costado; unas bolsitas rectangulares del tamaño de dos chicles Cheiw puestos en fila. Con aquellas cuatro espermáticas piezas, Maquedano hizo lo que el mismo Ferran aconsejaba: salarlas un poquito y luego rebozarlas, primero en harina y luego en huevo batido, para finalmente freír en aceite de oliva. Lo que viene llamándose "a la romana". Intenté que alguien, propietarios y clientes del local, las probara conmigo. Nadie accedió a mis sugerencias y ruegos, de manera que no pude contrastar mi percepción con ninguna otra, por lo que de aquello solo nos queda subjetividad y ausencia del más elemental rigor metodológico. A mí me supieron a los sesitos a la romana que mi madre me preparaba cuando era infante y adolescente. Bien, pero nada como para tirar no ya un cohete sino un pequeño petardo.

También es verdad que aquel semen era de caballa, ya dije, mientras que el japo de Muñoz era de un pez globo o lecha y que en el Hakkoku preparan frito o cocinado con una salsa. No sé, pero el caso es que el protagonista del reciente hallazgo está en modo voladura de mollera, mientras que la parroquia gastromonguer, está que no da crédito lionés con la idea de embaularse unos pases de semen. Experiencia añosa, hay que insistir, porque el mismo año en el que Ardrià anunciaba su semen de caballa en Alimentaria, 2008, el chef Paul "Fotie" Photenhauer, presentaba su libro Natural Harvest, más o menos traducible como "cosecha natural" con un buen número de recetas elaboradas a partir de simiente láctea humana, donde decía: "El semen no solo es nutritivo, sino que también tiene una textura maravillosa y sorprendentes propiedades culinarias. Como el buen vino y los quesos; el sabor del semen es complejo y dinámico".

Recogiendo esta última consideración y elevándola a estadios académicos, la prestigiosa comunicadora y sumiller Meritxell Falgueras, presentó mi libro Crónica General del Sexo Oral, Barcelona 22 de enero de 2014, brindando al respetable un delirante, brillantísimo y garboso juego de cata seminal, obviando el plato y recurriendo a recipiente más directo. Empezaba diciendo: "El olor a espárragos es típico del sauvignon, un vino blanco sutil y sensual. Aquel trago era más denso, más salino. Y la copa donde se servía el cáliz muy diferente". Después, en la postrimerías, llegaba un beso que: ".llevaba equipaje y era la cosecha de su sexo. «Ves como si comes espárragos te cambia el sabor?» (¡Y es que un hombre, para que se lo hagas, es capaz de tragarse lo que sea!)".

En fin, por no extendernos, que ni asunto ni espacio dan para más, digamos que lo de comer o beber semen es más antiguo que la leche migada, pero que hay recuperaciones cuquis y en eso estamos.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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