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A vueltas con el velo

A vueltas con el velo

sábado 06 de octubre de 2007, 18:58h
Entiende la Generalitat “tripartita” de Catalunya que debe respetarse el derecho de las niñas musulmanas a llevar el velo islámico a la escuela. Nada que objetar al concepto, pero conviene aclarar su aplicación. ¿Cómo determina la escuela esa difícil frontera entre el derecho de la niña y la imposición de sus familiares o del clérigo local? ¿No sería prioritario defender el derecho de la niña a no ser obligada a llevar el velo fuera de la mezquita o del domicilio familiar?

    La situación de Turquía, donde las organizaciones de mujeres han tenido que echarse a la calle en defensa de los derechos que tenían con el régimen laico, nos ilustra. Han ganado las elecciones unos islamistas presuntamente, bueno, ni presuntamente, moderados y no ha tardado mucho en hacerse presente la terrible e indeseable verdad, que no va a desaparecer porque no queremos verla. Apenas unas semanas desde las elecciones turcas que dieron el poder al islamismo y ya se ha devuelto a las mujeres a la condición de seres necesitados de especial protección.

    Y es que, como advertía la llorada Oriana Fallaci, no existe ni es posible, a la altura de las circunstancias actuales, ese presunto “islamismo moderado” con el que se llenan la boca los promotores de la llamada “alianza de civilizaciones”. Que se lo digan a las mujeres turcas, que ven volatilizarse el progreso y las libertades del régimen laico de Ataturk. Son derechos humanos fundamentales los que están en juego y no sería aceptable dejar a un lado los valores de la Gran Revolución que son el alma y el corazón del proyecto nacido del Tratado de Roma. El laicismo de la vida política debe ser condición inexcusable para acceder la Unión Europea.

    Habrá que recordar tantas veces como sea necesario que civilización y cultura no son términos sinónimos porque enuncian conceptos muy diferentes. Es posible y deseable el diálogo multicultural, pero no hay diferentes civilizaciones que puedan dialogar, sino que a un lado está la civilización, con todo su contenido de humanismo y libertades, y al otro la barbarie, con todo su horror de dogmas y opresión de cualquier diferencia o disidencia. Una sociedad civil libre puede permitirse la tolerancia, incluso el respeto, hacia cualesquiera convicciones nacidas no de la racionalidad, sino del dogma, pero viene obligada a cuidar de que ningún dogma invada el espacio que, en el gobierno y las leyes, corresponde a la racionalidad, o como antes se decía, al libre pensamiento.

    Se dice por algunos que todas las religiones son iguales, y es cierto que lo son en cuanto religiones, reservadas por tanto al espacio de la conciencia individual, pero su capacidad de convivencia con la sociedad civil libre debe ser demostrada. Pese al enorme poder del dogma, al menos el cristianismo asume que la religión es un espacio de la conciencia individual y grupal que no puede imponerse a la voluntad colectiva: “Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. En coherencia con aquella reflexión, el cristianismo ha llegado a asumir, tras una difícil y compleja historia, el carácter laico de la política y por tanto, la plenitud democrática. El islamismo se encuentra muy lejos de ese compromiso y es por lo menos dudoso que tenga elementos doctrinales internos para llegar a él.

    El desengaño de las mujeres turcas es más que un síntoma, es una definición. En el momento actual no hay tal “islamismo moderado”. Sólo hay fundamentalismo islámico, con todo su horror de opresión y terrorismo. Incluso en Turquía han empezado a ser sepultadas las libertades civiles. No es que sea imposible encontrar un camino del islamismo hacia la moderación y la civilización. Es más, seguro que algún día, por la presión de millones de seres humanos que ahora no son libres, se recorrerá ese camino. Pero de momento lo único cierto es que allí donde se impone el islamismo desaparecen las libertades humanas y los derechos civiles.

    La Unión Europea, privilegiado reducto de las libertades, debe tener la honestidad y el coraje de plantearse cómo ayuda mejor a que esos cientos de millones de seres humanos oprimidos por el dogma hagan su revolución y encuentren el camino de la democracia plena y las libertades civiles, dejando claro que no habrá puertas abiertas ni manos tendidas al despotismo y la barbarie, y que los países hoy sometidos al fundamentalismo islámico sólo serán admitidos en el mundo civilizado cuando, también en ellos, la religión se haya recluido en su espacio propio y abandonado el campo, que le es impropio, de la política?

    Esto último se lo debemos a esos cientos de millones de mujeres y hombres que tienen derecho a ser ciudadanos, a la plenitud de vivir como ciudadanos libres de sociedades libres. Forma parte de la esencia misma de la Civilización el que la libertad no es gratuita y debe ser poderosamente defendida y promovida. Desde las convicciones y las ventajas occidentales, no podremos sentirnos por entero libres mientras tantos millones y millones de seres humanos, iguales a nosotros, viven oprimidos. Cualquier debilidad ante la opresión y la barbarie es lamentable. Cualquier complicidad con ellas es criminal.

    Ahí esta el tema, casi el paradigma, del uso del velo islámico en nuestras escuelas y dependencias administrativas. Parece mentira tanta confusión. Es evidente que en la vida social las mujeres que deseen utilizar el velo islámico deben poder hacerlo, como las que quieran ir tocadas con sombreros de flores o incluso, si ese fuera su concepto de la estética, llevar el cráneo rapado. Allá cada cual con sus gustos y preferencias. Lo importante, lo esencial, es que “quieran”, es decir, que sea elección de su voluntad individual y no imposición familiar o del clérigo de turno.
    El problema son las menores, las niñas obligadas a ir a las escuelas ya como “diferentes”. Lo propio sería que se atuviesen a las normas familiares en el ámbito familiar, pero tuvieran la protección de las normas de la sociedad libre en los centros educativos. Asumir, en las escuelas europeas, el uso por las niñas del velo islámico es una lamentable complicidad con la barbarie, y una forma de decir a esas niñas que nunca serán mujeres libres. 

    Parece dar demasiada importancia a un tema que afecta a pocos, como es que las niñas y mujeres musulmanas, personas de segunda clase en el mundo islámico, reciban en nuestro país, el amparo pleno de las libertades civiles. Chocante o indignante es que suceda todo lo contrario, que se ampare a sus opresores y se les eduque en la sumisión, en vez de en la libertad. Además, en este conflicto global entre la libertad occidental y la opresión islámica, entre la civilización y la barbarie, no somos desdichadamente un país cualquiera, una vez que el fundamentalismo islámico nos ha definido sin rodeos como “objetivo preferente”. Sería suicida cualquier pretensión de neutralidad en el conflicto por parte de España.

    Por eso es tan importante que los musulmanes que llegan a nuestro país descubran que llegan a una tierra de libertad, a una sociedad civil respetuosa con el pluralismo religioso pero sustancialmente, esencialmente laica. Sólo así, al descubrir la libertad, querrán participar en su defensa y rechazarán ser caballos de Troya de la guerra islámica contra la civilización. Quitemos a la niña Shaima el velo en la escuela para que mañana la mujer Shaima sea en plenitud una ciudadana española y europea libre. Y si entonces ella quiere usar velo, que lo use, naturalmente.
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