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Instrucciones que son insinuaciones

miércoles 25 de febrero de 2009, 14:12h
Mala cosa cuando la ciudadanía no entiende bien las cosas que pasan. Especialmente si, como tantas veces ocurre en España, lo incomprensible pasa por las togas y, en último extremo, por la Justicia. El juez Baltasar Garzón, denigrado por una parte del espectro político y, aunque silenciosamente, ensalzado por la otra parte, es el paradigma de esas actuaciones, con la ley más o menos en la mano, que las gentes de la calle no comprenden, o no comprendemos. Las actuaciones de Garzón son siempre valientes, arriesgadas y…demasiado polémicas. Ahora, al haber enviado sus actuaciones al Supremo, sugiere que hay aforados implicados en el caso de corrupción a cuyo frente se halla, presuntamente, Francisco Correa. Lo malo es que, con tal sugerencia, se ha levantado una multitud de especulaciones en torno a nombres posibles de  esos aforados. ¿Será Fulano uno de los corruptos? ¿Mengano? Pues de Zutano ya se venía diciendo que…Lo cual, transmitido de corrillo en corrillo, de cenáculo en mentidero de la implacable Villa y Corte, no deja de ir en detrimento de la buena fama y de la presunción de inocencia de las personas.

Reconozco no tener de jurista más que algunos escasos -y pretéritos- estudios de derecho, pero sé que la pena infamante es una pena infame, por cuanto no la imponen los tribunales, sino la opinión pública, esa veleta que el martes te convierte en héroe y el jueves en villano. En España, esa pena infamante cae sobre las cabezas de algunos con demasiada frecuencia: cuando un imputado, o un simple testigo, acude a declarar a unos juzgados en cuya puerta se encuentra una multitud de cámaras. O cuando el tam tam de la rumorología hace blanco en alguien basándose apenas en indicios que pueden corresponder a multitud de personas. O cuando comienzan a lanzarse acusaciones por actuaciones que carecen de traducción penal: contratar con la empresa del ya célebre ‘bigotes’, por ejemplo, podrá ser más o menos estético, o más o menos caro, pero no tiene, si no va este contrato acompañado de otras circunstancias, por qué ser delictivo. Aplicar el ventilador a la basura es un riesgo si no se controla en qué direcciones impensables puede esparcirse esa basura. Y conste, como es natural, que soy ferviente partidario de investigar hasta el final los casos de corrupción, tráfico de influencias o atentados contra la intimidad de las personas: pero no pueden mezclarse recalificaciones urbanísticas con trajes de grandes almacenes, chantajes sin cuento con contrataciones en despachos de abogados amigos, porque entonces todo quedará desvirtuado y los verdaderos culpables se acogerán a esa idea, que ya algunos que no deben tener la conciencia muy tranquila quieren extender, según la cual existe una persecución generalizada, desde el poder, contra una  ideología.

Por eso, el secreto de un sumario o se guarda celosamente o se levanta de inmediato; el término medio, la filtración selectiva, redunda siempre en perjuicio de alguien; da la impresión, o podría darla, de que se intenta perjudicar o beneficiar a alguien. Y también por eso, entiendo que la instrucción sumarial debe limitarse en el espacio y en el tiempo, y abarcar solamente a quienes están verdaderamente implicados. Arrojar sombras de sospecha sobre todo un partido, sobre todos los responsables de una autonomía o, peor aún, sobre la clase política en general, no es algo precisamente bueno para una democracia tal y como la quisiéramos, pienso, la mayor parte de los ciudadanos. Y entonces, claro, se produce el lío máximo.

Garzón es un fuera de serie, un todoterreno ansioso de gloria -y eso no tiene por qué ser malo-. Tengo para mí que algunos casos no hubiesen salido a la luz, y continuaría oculto el desmán, si Baltasar Garzón no hubiese metido la cabeza en el agujero de la lavadora. Pero también me parece cierto que un solo juez -no pienso presuponerle mala voluntad, ni creo en ‘tramas’ o ‘complots’, con los que a veces se trata de esconder la porquería- no puede llevar tantos casos ‘estrella’ de manera simultánea, so pena de que ocurra lo que ocurre a veces: las instrucciones se convierten en demasiado genéricas, pierden una parte de la equidad que a la idea de la justicia corresponde. No hablo, claro está, solamente de un juez, sino de un sistema en el que no pocas veces una instrucción sumarial se convierte en una insinuación.
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