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Cómo nos hicimos nacionalistas

Cómo nos hicimos nacionalistas

domingo 20 de junio de 2010, 19:08h
Tras la derrota de España por 0-1 frente a Suiza, que le asestó el más atroz hachazo al nacionalismo español, quedé sumido en un océano de abatimiento y me hice esta gran pregunta filosófica: ¿cuántos habitantes del Reino de España pensaron, antes del partido, que España podía perder ante Suiza? Yo, desde luego, la derrota de España no habría podido  imaginármela ni zumbado por un  cóctel de las drogas más psicotrópicas que corren ahora por las discotecas. Veo con frecuencia en los paneles de las calles de Madrid “La bufanda de Manolo” – el célebre Manolo, el del bombo, incombustible seguidor de nuestra selección de fútbol -  asociada a la publicidad de hamburguesas del Burger King, y también me pregunto: ¿cuántos nacionalistas vascos, catalanes, andaluces o gallegos,  por mencionar a los nacionalistas más visibles, siempre que no los comparemos con los nacionalistas españoles, que somos, claro, legión y, por tanto, visibles incluso desde la Tierra del Fuego, y se alegraron en lo más profundo de sus corazones del esperpéntico gol que nos endilgó Suiza y cantaron felices aquello de “Tengo una vaca lechera, / no es una vaca cualquiera, / me da leche merengada, / tolón, tolón, tolón, tolón…”?
  
¿Y por qué cantaron los nacionalistas vascos, catalanes, asturianos, canarios, gallegos, andaluces y valencianos “Tengo una vaca lechera “ en lugar de, por ejemplo, “Black is black”, de Los Bravos? Antes de la derrota de España frente a Suiza  no habría podido responder a esta pregunta. Pero la derrota ante Suiza, una selección de fútbol ante la que España no había perdido nunca, hizo aflorar en mí el filósofo que sólo surge de los sótanos  de mi cerebro en mis momentos de más honda melancolía y me arrojé en brazos de la investigación histórica, que es la que más sabe de vacas y, sobre todo, si son vacas suizas que dan la leche con más prestigio de Europa.
   
Por fortuna, tenía a mano esa joya  que todos los nacionalistas españoles, vascos, catalanes, y también los nacionalistas tudelanos, estelleses, colmenareños y calagurritanos debemos leer con devoción: La creación de las identidades nacionales. Europa: siglos XVIII-XX, de Anne Marie Thiesse, que, en excelente traducción de Perfecto Conde, ha publicado la editorial madrileña Ézaro.  Este prodigioso libro, que nos explica, entre otras muchas cosas, por qué a los nacionalistas les gusta tanto idealizar las vacas y las cabras del campo, está escrito con la prosa más transparente, lo que, por otra parte, tampoco debe inducir al lector a creer que se lee con la facilidad y vertiginosa velocidad con que leemos el diario deportivo Marca. La creación de las identidades nacionales es un libro sabio, claro, denso y cimentado en muchos cientos de horas de investigación histórica muy bien asimilada.
   
A diferencia de las lechugas, que son obras de la naturaleza, las identidades nacionales son construcciones humanas. La lista de elementos básicos de una identidad nacional, desde Santurce a Bilbao, es hoy bien conocida: unos antepasados fundadores, una historia, unos héroes, una lengua, monumentos, paisajes – y, a ser posible, deben pastar en él unas vacas lecheras -, y un folklore. Europa, a lo largo de los dos últimos siglos, se sacó de la chistera varias docenas de identidades nacionales. La fiebre de la militancia patriótica y los intercambios transnacionales de ideas han generado identidades que, a simple vista, hasta podrían parecer originales, pero, analizadas atentamente, se parecen como una manzana reineta de Valencia a una manzana reineta de Castellón. Es también importante que la nación tenga himno y bandera propia. También conviene contar con un animal emblemático. ¿Qué sería, por ejemplo, de la sierra de Gredos sin su emblemática cabra hispánica?
   
Esta obra nos muestra cómo se ha montado el tinglado de la fabricación cultural de las naciones europeas. Los nuevos medios de comunicación han jugado un papel crucial en esta creación de naciones. Este libro nos cuenta cómo se ha fabricado el polvorín de la Europa de los siglos XIX y XX.
  
A la derrota de España frente a Suiza le debo la valiosísima información que he adquirido leyendo La creación de las identidades nacionales.


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