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Revoluciones y democracia

Revoluciones y democracia

martes 01 de febrero de 2011, 15:50h
En Túnez ha empezado algo muy importante que nadie sabe cómo va a terminar. En Egipto, la revolución de las personas de a pie, con el apoyo del Ejercito, va dar paso a un estado diferente. En otros países árabes, como Jordania, se vislumbran problemas y el Rey ha reaccionado cambiando al Gobierno. Ben Alí ya no está en Túnez, Mubarak está a punto de dejar de estar y Abdullah ha puesto sus barbas a remojar. ¿Puede llegar el efecto dominó a otros países como Marruecos, Argelia, Arabia Saudí? 

En la mayoría de esos países o no había democracia o la calidad de la misma era, es deficiente. Faltan instituciones, educación, arraigo. La mayoría de los gobernantes tenían y tienen todavía el aval, el apoyo, la complacencia de Occidente. Éstas no son revoluciones de los claveles ni militares, son diferentes. Contra lo que habitual, en ninguno de estos países ha habido un único inductor de la revuelta ni un partido que la sostenga ni un líder carismático. Si han surgido, ha sido, en todo caso, a posteriori. Y cuando han estallado, incluso hoy todavía, los servicios secretos de los grandes países o bloques, estaban a por uvas. A Estados Unidos le ha pillado fuera de juego. Europa ni está ni se la espera. China va a lo suyo. 

En Cuba o en Irán, por ejemplo, Estados Unidos y Rusia jugaron papeles decisivos antes de la revolución, en medio de la misma y después de ella. Ahora, ni se han enterado. En Cuba o Irán, las revoluciones se convirtieron en dictaduras sangrientas y en un pésimo ejemplo de violación de derechos humanos. ¿Quién puede garantizar ahora que el fin de los demócratas dictadores o de los dictadores demócratas africanos -¿unos cuantos o todos? va a suponer un paso hacia la libertad y la democracia, hacia el respeto de los derechos humanos, hacia una sociedad más justa? Sólo hay organizaciones estructuradas en las filas del islamismo radical y antidemócratico. La sociedad civil, la que protagoniza las revueltas, sólo está unida por su rechazo al mal gobierno que ha sufrido con el beneplácito de Occidente. Los dictadores encontrarán acomodo y mantendrán sus riquezas en otro lugar.

En muchas tribunas periodísticas de España se saludan efusivamente estas acciones populares y se las compara con las de Grecia y Portugal, incluso algunos hablan de la “¿revolución? española” del 75, cuando la única realidad es que el dictador se murió en la cama y la derecha protagonizó el harakiri del régimen. Se equivocan. Túnez, Egipto, Marruecos, Arabia o Jordania no están maduras para una democracia. Han sido asfixiadas, explotadas y sojuzgadas por sus gobernantes, con el apoyo de Occidente. Será un milagro si la voluntad popular acaba convirtiendo a estos países en democracias garantes de los derechos humanos, con vocación de paz y progreso, de estabilidad internacional. Ojalá estos pueblos encuentren una verdadera libertad.

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