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Un rey cercano

Un rey cercano

sábado 05 de enero de 2008, 14:54h
Treinta y dos de los setenta años que hoy cumple el Rey de España los ha vivido ocupando la jefatura del Estado. Todo un récord en la historia de la dinastía de los Borbones, llegada a España en los albores del siglo XVIII. Sucesor a título de Rey del general Franco, don Juan Carlos de Borbón –le iba la corona en ello—supo pasar de la dictadura a la democracia, interpretando –constante de todo su reinado—los anhelos y los deseos de la sociedad española. De otra cosa no –aunque también—pero de saber estar en sintonía con el español medio, aparte de un fino olfato político y un apabullante sentido común, el Rey de España anda colmado y sobrado de ello.

Más por carácter e inclinación naturales que por frío cálculo, don Juan Carlos es un rey cercano a la ciudadanía, para pasmo y censura de Peñafieles y demás fauna cortesana o así. Dicen que es marca de la casa de Borbón. Que los Borbones, al menos desde Carlos IV hacia aquí, son campechanos e, incluso, un puntito populacheros. Dicen, pude ser que bien. El Jefe del Estado es un ser cercano que, además, nos cae bien a la inmensa mayoría de los españoles. Y eso le ha ayudado en su labor constitucional.
De él es el mérito de haber acercado una institución secular –ya anacrónica avant la lettre—como la Monarquía a las realidades del siglo XXI. Quizá con ello, por la vía de la utilidad de la Institución que representa, haya conseguido retrasar el reloj histórico que anuncia cambios.

El balance de estos treinta y dos años de reinado es altamente positivo para don Juan Carlos, más allá de algunas escasas, pero no demasiado importantes, pifias. El Rey de España se ha ganado el sueldo con creces e, incluso, con brillantez y excelente rendimiento laboral. Conoce su oficio, sabe ejercerlo y eso se nota.
A los setenta años, don Juan Carlos ha conseguido que tanto el personaje como el cargo institucional que ostenta convivan en una misma persona sin conflictos entre el uno y el otro. Esto, dentro de la legitimidad constitucional, le otorga, además, un plus de popularidad, de aceptación, que sabe administrar con acierto.

Quedan, no obstante, algunos cabos sueltos en el terreno constitucional, que convendría atar, pese a la pereza que parece aquejar tanto a los sucesivos gobiernos, como al propio titular de la Corona. La figura del Estatuto Regio –el que existió en época de su abuelo Alfonso XIII--, desarrollaría adecuadamente, fijándolas, las prerrogativas y los deberes estrictos del Jefe del Estado. Si, al menos durante la próxima generación, con o sin don Juan Carlos, la Monarquía parlamentaria debe continuar, que sea bajo la apropiada y necesaria cobertura legal, despojada de esa incierta y ambigua aura de misterio y temor reverencial, más acorde con la marcha de los tiempos.

Y dicho esto, el columnista pues es uno más de los chorrocientos miles de ciudadanos que hoy, 5 de enero de 2008, no tiene empacho ninguno en brindar a la salud de este nuevo septuagenario, don Juan Carlos de Borbón y Borbón, Rey constitucional de las Españas. Por cortesía, cierto. También por simpatía personal. Y por darle ese trato humano que algunos –afortunadamente pocos— siguen empeñados en negarle, bien sea desde las filas republicanas más exaltadas, como desde los micrófonos de la cadena mitrada
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