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Dar miedo a los poderosos

miércoles 21 de septiembre de 2016, 07:48h

La cuestión es tan vieja como la modernidad contemporánea, esa que se inició en la segunda mitad del XVIII con la Independencia Americana y la Revolución Francesa. Una vez puesta en marcha la iniciativa radical, la disyuntiva parece ser: poner el acento en atemorizar a los poderosos o ser capaces de atraer a una amplia mayoría social hacia el proyecto emergente.

Con frecuencia ambas tendencias guardan relación con el grado de moderación: a mayor moderación menos énfasis en atemorizar a los poderosos. Sin embargo, ello no sucede siempre necesariamente así. En el clima de radicalización de la revolución francesa, Danton y Robespierre estuvieron de acuerdo en impulsar el primer terror de los tribunales revolucionarios. Pero después de un breve descanso en el campo, Danton regresó a Paris convencido de que la progresión del terror no era buena para nadie y que lo que había que hacer era conseguir una mayoría social que estabilizara la República. Al frente de la Montaña jacobina, Robespierre se opuso: él era partidario de seguir aterrorizando a los poderosos. Es conocido que la divergencia acabó con la caída de Danton, que en aquel contexto pasaba ineludiblemente por visitar la guillotina.

Robespierre siguió avanzando en la radicalización, que se asociaba cada vez más con el sectarismo y la prepotencia. Llegó un punto en que ya no hubo necesidad de tribunales revolucionarios, simplemente –como señaló Anatole France- era necesario liquidar todo lo que fuera sospechoso, había que calmar la sed de los dioses de la revolución.

Pero, para sorpresa de Robespierre, la dinámica de aterrorizar a los poderosos comenzó a aterrorizar a los que no lo eran tanto y poco después a una gran mayoría social. Y, lo que nunca había imaginado, el líder jacobino acabo siendo acusado de encarnar la tiranía. La Convención de la República le acusó formalmente y, aunque se refugió en la Alcaldía de París, su caída fue inevitable (como su visita a la guillotina). Y en una fuga en sentido opuesto la ciudadanía aceptó primero a Napoleón y luego la Restauración.

No estoy haciendo comparaciones inútiles, sólo quiero reflejar la antigüedad de ambas tendencias. La amplitud de miras de Danton procedía en buena medida de su gusto por la buena vida y ese no parece el rasgo de Errejón. El sectarismo de Robespierre se asociaba a un tipo particular de autorepresión, especialmente para con las mujeres, algo que no parece ser el caso de Iglesias. Pero no tengo duda de que la divergencia entre ambos que apareció en las redes sociales reproduce las dos viejas estrategias que con frecuencia aparecen en el campo radical.

Y conste que las dos opciones tienen su relativa lógica interna. La que toma como referencia el temor de los poderosos, considera que de esa forma se asegura el apoyo del pueblo. La que busca directamente atraer a la mayoría social a sus posiciones radicales considera que el susto de los poderosos se dará por añadidura. El problema de fondo es que hace siglos que se ha demostrado que la sociedad sólo se mueve hacia políticas radicales en situaciones límite y que luego quiere recobrar la tranquilidad.

En todo caso, tengo que reconocer que quienes ponen como referencia de su política el temor que causa en los poderosos, me causan bastante miedo. Porque la amenaza del temor se sabe cómo empieza pero no cómo termina. La ciudadanía venezolana sabe de qué estoy hablando. Lo que definitivamente no entiendo es como desde la socialdemocracia se puede pensar que estas gentes pueden ser compañeros de viaje.


Enrique Gomáriz Moraga

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