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Amistades peligrosas

viernes 18 de mayo de 2007, 10:56h

Tan malo es el meapilas de derechas como el meapilas de izquierdas. Y de ambos géneros andamos más que sobrados en la vida pública española. Prueba de ello es el escándalo levantado por la poco hábil y menos justificada alusión de Miguel Sebastián a las privadas pero peligrosas amistades personales de Alberto Ruiz-Gallardón. El alcalde repetidor madrileño encajó el golpe sin descomponer el gesto, al modo anglosajón, con gran flema. Y, ciertamente, ganó puntos ante la audiencia televisiva.

Su opositor, Sebastián, se desmelenó dialécticamente, saliéndose, además, del argumentario socialista previsto para estos comicios, poniéndose a la altura del betún. No hacía falta, está claro, el esgrimir teatralmente una revista (el último número de Época) con la foto de la abogada Montserrat Corulla, imputada como testaferro de Juan Antonio Roca, en la Operación Malaya. Y Ruiz Gallardón siguió tan imperturbable como frente a los dicterios de la baronesa viuda de Thyssen, encadenada a un árbol del Paseo del Prado.

Posiblemente el alcalde madrileño estuviese especialmente molesto en este trance. Todos somos humanos y golpes de este tipo los encajamos fatal. No respondió a Sebastián. Ni falta que le hacía, porque, acabada la emisión, en los pasillos, fue Manuel Cobo, el vicealcalde, quien le diera un barriobajero repaso a Miguel Sebastián, recordándole que él también tiene puntos opacos en su peripecia personal...

Meapilas de uno y otro signo llevan dos días, a razón de tres comidas por jornada, degustando -es un decir- esta ensaladilla rusa del escándalo. Un gran estremecimiento de placer les recorre. A los unos, los del PP, porque pueden señalar con el dedo a Sebastián y a su mentor Rodríguez Zapatero, acusándoles no sólo de destruir la familia tradicional, sino de cargarse con murmuraciones los supuestos apaños extraconyugales del contrario. A los otros, a los meapilas socialistas, les viene que ni de cine el linternazo que le han dado a la zona de sombra de Gallardón; algo así como la marxiana denuncia de las contradicciones internas del alcaldable de la derecha madrileña.

Y así, entre el estremecimiento casi orgásmico y el público y farisaico rasgado de vestiduras, ambas aficiones -la pepera y la socialista- pasan tan ricamente el tiempo. Pero no son los únicos en disfrutar del incidente, de este amago de sacar trapitos personales no muy limpios, porque todos los de la Cofradía de la Columna tenemos temita que llevarnos al teclado. Todos echamos nuestro cuarto a espadas. A todos se nos pone carita de posibles ganadores del Premio Pulitzer. Todos los columnistas tenemos ocasión de pontificar al respecto y lucirnos cual Catón redivivo. En suma, que nos retroalimentamos cosa mala.

No obstante, cabe recordar a los meapilas de todo signo político, esos que invocan el fair play anglosajón en las campañas electorales, que en esas sociedades se hurga hasta en el cubo de la basura de los candidatos para conocerlos tanto por su haz como por su envés. Quien aspira a gestionar dineros públicos carece de vida privada. Si Gallardón y Sebastián compitiesen por la alcaldía de Philadelphia (Pennsylvania, EEUU) a estas horas, sus posibles electores les hubiesen exigido conocer no ya la talla de sus respectivas ropas interiores, sino hasta la longitud y calibre de sus miembros y el peso y volumen de sus escrotos. Que, a la luz del incidente, deben pesar lo suyo.

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