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Demagogia sobre la inmigración

jueves 28 de febrero de 2008, 08:30h
Durante el debate Zapatero-Rajoy del pasado lunes, el bloque temático destinado a la política social fue deliberadamente restringido por el candidato del Partido Popular al “problema” de la inmigración en España. No lo consiguió totalmente, pero lo pretendió. Se trataba tanto de evitar la confrontación directa con el adversario en una materia en la que los populares reconocen la fortaleza ajena y la debilidad propia como de poner en práctica, en un momento de máxima audiencia pública, una de sus estrategias de última hora para intentar arrebatar votos en sectores sociales de poca afinidad ideológica, probando aquí algunas de las claves del modelo ensayado con éxito por la derecha europea.

La manipulación sobre los emigrantes resulta particularmente tentadora para todo asesor político que esté buscando nuevos nichos de votantes. Los ejecutivos de la calle Génova, en tiempos de necesidad, no han resistido la tentación. Es una estrategia que sale gratis al no incluir riesgo electoral alguno: todo es beneficio, tal vez no mucho, pero beneficio. La mayoría de los inmigrantes son extranjeros sin derecho a voto, e incluso la minoría que ya ejerce su derecho al sufragio tiene asegurado un efecto irrelevante sobre el reparto de escaños debido a la dispersión de sus votos en las diferentes circunscripciones. La manipulación sobre la situación de estas personas –su grado de integración, su tasa de criminalidad, sus costumbres exóticas– para influir electoramente en el colectivo de votantes más próximos a éstos, bien por la convivencia en los mismos barrios o bien por el desempeño de trabajos similares, puede graduarse a conveniencia. Se resaltan los aspectos más llamativos del colectivo, aunque no representen en absoluto a la media de la inmensa mayoría.

Rajoy siguió un esquema muy simple en el debate, eficaz en su objetivo pero también muy expuesto para disfrazar sus claras intenciones de fondo. En efecto, tras describir un sombrío panorama de supuesto “coladero” –palabra poco conveniente a sus intereses por recordar a la “gente normal” el reciente y bochornoso montaje de Barajas, amparado por Telemadrid–, descontrol y pasividad gubernamental, el candidato popular exigió del candidato socialista un pronunciamiento sobre el “problema” de la inmigración. Los asesores de Rajoy habían dispuesto que todas las réplicas de su candidato empezaran con una frase acuciante del tipo “veo que no me quiere contestar o que no quiere hablar de inmigración” para fijar en los televidentes la idea de que Zapatero temía tratar este asunto y, de paso, perjudicar el relato de los logros del Gobierno en políticas sociales.

Aunque el resultado, por lo evidente de la puesta en escena, nos parece dudoso, la estrategia de debate es legítima. Lo que a nuestro juicio ya no resulta lícito es utilizar como tema de desgaste político la manipulación sobre un colectivo de personas desarmadas socialmente por su misma situación y empleando argumentos falsos y propuestas sin contenido. Rajoy ha trasmitido con claridad la idea de fortaleza –“mano dura”, precisamente la parte del eslogan “cabeza y corazón” que han suprimido al dirigirse a la población votante– con los emigrantes que tiene, o se espera que tenga, una gratificante respuesta en determinados sectores sociales, esos que “le tienen ganas a los inmigrantes”. El compromiso político asumido, sin embargo, es algo absolutamente vacío: que los inmigrantes firmen un papel en el que digan que quieren integrarse y que quieren cumplir las leyes, algo que ya esta regulado con los efectos de su incumplimiento.

Se ha dicho con razón y sentimiento, y conviene repetirlo las veces que sea necesario, que la inmigración en España está desarrollándose razonablemente bien en comparación con otras experiencias comparadas; que el balance en términos de presente y futuro, de economía y sociedad, es altamente positivo para nuestro país; que los emigrantes no son bienes de equipo, sino personas que, además de contribuir como capital humano a la riqueza, tienen necesidades y plantean problemáticas humanas; y que un pueblo histórico de emigrantes como el español está obligado a comprender el fenómeno mejor que nadie, a ser solidario y a rechazar enégicamente toda demagogia que se quiera hacer a costa de los trabajadores inmigrantes.
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