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Conocer la verdad es importante

domingo 25 de enero de 2009, 21:14h
Importante quiere decir “que importa”, como nos ilustraba el gran Julián Marías. Así que es imposible eludir, como aconsejaría el buen gusto, alguna referencia a esa penúltima eclosión de las tensiones internas del PP que es el ya famoso tema del curioso interés por el espionaje de algún dirigente político madrileño del partido. La venenosa afición al uso de espías no se produce sólo en política. Se podrían contar con pelos y señales, esto es, incluso con papeles y fotografías, casos similares que se produjeron en los años ochenta en muy relevantes ámbitos de negocios. Quizá haya llegado, por cierto, el momento de contarlo.

La cuestión ahora es que los electores de centroderecha esperarían tener un partido sólidamente concentrado en exigir responsabilidades al Gobierno por una gestión, por decirlo suavemente, de evasión de responsabilidades, de no dar la cara, de manifiesta incapacidad para afrontar la crisis económica. Seguramente desearían un PP capaz de promover una marea de opinión pública hacia elecciones generales anticipadas. Y por el contrario, se encuentran con la paradoja de un partido en el que, de ser cierto lo que se viene publicando, algunos dirigentes de nivel pierden el tiempo en espiarse entre ellos y utilizan recursos públicos a tan singular fin.

De momento, el diario El País, donde se han venido publicando los detalles de la presunta trama de espionaje, ha entregado al fiscal jefe de Madrid las pruebas de que dispone y autorizado al periodista autor de las informaciones a declarar como testigo. Será verdad o no, o será la mitad de la mitad, o será más probablemente asunto cuyo nivel de conocimiento y responsabilidad termina en Ignacio González y sus conocidos modos y ambiciones personales, pero el daño a la imagen del partido está hecho, y el desconcierto de sus electores no se corrige precisamente con declaraciones como las del inefable consejero Güemes, que parecen dictadas, especialmente en la forma, por el enemigo. 

El enredo no es fácil que pase sin más, porque Granados, el consejero regional de Interior a quien se atribuye la escandalosa actuación, en el Gobierno regional dependió en su momento del vicepresidente de Justicia e Interior, Alfonso Prada, que resulta ser uno de los espiados por esa especie de hombres de Paco (en este caso, Francisco Granados) que han mejorado los golpes de humor de los protagonistas de la popular serie de televisión. La parte políticamente fea de explicar del espionaje a Prada es que en 2007 se le segregara Interior de su vicepresidencia y no lo repara precisamente el que en 2008 perdiese también la cartera de Justicia.

Peor si cabe que intentar que Güemes explique algo sin empeorar el estado de opinión pública, ha sido el intento de transferir los orígenes de esta curiosa trama a la herencia recibida del anterior presidente de la Comunidad de Madrid, hoy alcalde de la capital, Alberto Ruiz-Gallardón. Llevarlo aún más lejos, como luego se ha intentado, nada menos que hasta la etapa del socialista Joaquín Leguina, es de esperar que habrá sido bien reflexionado, porque no entra en la personalidad de Leguina dejar pasar la acusación como si tal cosa.

Fiel a su un tanto evasiva, o gallega, manera de ser y razonablemente harto de estos enredos que ya le hicieron desahogarse un día en público con la conocida expresión de Romanones, "¡qué tropa!", Mariano Rajoy ha puesto la investigación interna en manos de la secretaria general, Dolores de Cospedal, quien, con buen sentido, ha empezado por aceptar la muy verosímil declaración de Esperanza Aguirre de que no tenía conocimiento del asunto. Cualquier otro presupuesto hubiera sido un disparate y abierto una seria crisis política en el corazón del Partido Popular. 
     
De momento, sólo algunas cosas pueden admitirse como ciertas. La primera y muy desagradable, que en efecto ha habido espionajes o seguimientos que cuadran poco con la decencia exigible a la vida política. La segunda, que nada prueba el hecho esencial, es decir, que la presidenta de la CAM, Esperanza Aguirre, tuviera conocimiento de las peculiares acciones de sus colaboradores, ya que todo apunta a una lucha de poder y de intereses en los segundos niveles.

Y también algunas conclusiones, la principal que no estamos ante un suceso menor o anecdótico, a pesar de la corrosiva habilidad con que el conocido y temible sentido del humor de Pérez Rubalcaba ha trasladado los hechos a los brillantes personajes de Ibáñez en el TBO, como Mortadelo, Filemón y el agente Anacleto. Es asunto es serio y grave, y los madrileños, especialmente por cierto los muy mayoritarios electores del PP, tienen derecho a que se investigue a fondo hasta conocer toda la verdad.
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