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El estado de la noción

El estado de la noción

martes 12 de mayo de 2009, 20:43h
Son ya 26 años desde su instauración por Felipe González y 20 ediciones del debate sobre el estado de la Nación. Pero nada ha cambiado: ni la mecánica, ni la técnica, ni la temática, ni los insultos y descalificaciones, ni siquiera la labor de zapa y asesores y fontaneros para convencer a los periodistas –al fin y al cabo son los mensajeros- de que el debate lo ha ganado uno u otro, según quien habla. En definitiva, parece un remedo del eterno retorno de lo idéntico. Y todo para constatar que Zapaero y Rajoy tienen ‘plan’, pero no tienen ‘un plan’

Zapatero acusó a Rajoy de que “no ha cambiado, señor Rajoy; el mismo tono faltón y despreciativo de hace dos años”; Rajoy acusó a Zapatero de mentir y le echó en carda que “hay más de cuatro millones de personas en paro; éste es el estado de la nación”. Descalificaciones e insultos del uno al otro y del otro al uno, y ambos por ambos, la economía sin barrer y el paro creciendo a un ritmo descomunal.

En la intervención inicial de Zapatero hemos podido escuchar un discurso que, efectivamente, tiene algo de ecléctico y del que podemos sacar algunas conclusiones: que, como dice el senador de IU Joan Josep Nuet, tenemos al presidente mas gesticulador y teatral de nuestra historia, que el cambio de gobierno le ha servido a la teatralización y no al cambio de política económica (sirve al mejor vender) y que el PSOE no abandonará, a pesar de su política de centro, la conexión con lenguaje y algunos valores de la izquierda. A eso me refiero con el eclecticismo del presidente.

Zapatero parece que mira a uno y otro lado, pero, claro, destapa la ira de todos. A la derecha no le gusta que sus medidas económicas –algunas copiadas al PP, como la rebaja a las PYMES o las ayudas a la compra de coche nuevo- no alcance el objetivo de gran reforma laboral que preconiza la derecha en su conjunto. A la izquierda no le gusta que, junto a ese guiño radical en sus propuestas sociales, no emplee argumentos político-económicos más de izquierda. Y a los nacionalistas no les gusta que les arrebate el Gobierno en Euskadi y Cataluña y que no sea más directo, explícito y dadivoso en la cuestión de los traspasos y la financiación autonómica.

A pesar de todo lo que se pueda decir, resulta evidente que a Zapatero no se le puede menospreciar una gran capacidad para el marketing: es cierto que logra comunicar a la gente que lo que él quiere es realizar una política de izquierdas, y lo hace con algunas medidas progresistas como la píldora del día después –anunciada muy certeramente un día antes para que tuviera su inclusión en el debate-, el aborto a la carta, la ley de libertad religiosa, etc., que es, justamente, algunas de las cosas que la gente quiere oír. Pero quizá todo eso ya no valga tanto en una situación económica desesperante y en una situación personal desesperada para varios millones de españoles.

Más allá de quién ha ganado o perdido el debate, cosa que interesa mucho, efectivamente, a ambas fontanerías pero que es claramente subjetivo, lo que es absolutamente cierto es que Zapatero y Rajoy han perdido una oportunidad más para entenderse. ¿Quién tuvo la culpa? Habrá razones y razones, pero la intervención inicial de Rajoy tenía más de mano tendida –en el tono y la forma, al menos, y algo quizá en el fondo- de lo que nos tiene acostumbrados. Zapatero salió a la réplica a incitar al otro, y lo consiguió: apareció el Rajoy furibundo, que era lo que quería el PSOE. ¿Buena estrategia de cara al 7 de junio? Puede que sí, o puede que no, pero lo que es evidente que la generosidad de uno y de otro en un Estado en grave crisis económica ha quedado más que en entredicho: es nula. Y eso es malo para todos.
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