La ocupación salvaje de la finca de los Quintero toma un valor especial, de fin de una época
Hay pocas cosas en esta Venezuela dividida en las que aún coincidimos. Los tequeños siguen siendo el eje de toda celebración, el Ávila aunque le cambien de nombre y Dudamel nos encanta a pesar de que Chávez trate de acapararlo. Pensaba que Valentina Quintero, promotora de nuestras bellezas naturales, se había convertido también en uno de estos puntos de convergencia. ¿Quién no aprecia su visión durante viajes y aventuras?
Por eso, la ocupación salvaje de la finca de sus padres toma un valor especial, de fin de una época. No conozco personalmente a la familia Quintero. Pero aparte de mi admiración por Valentina, he leído los libros a la vez amenos y eruditos de su hermana Inés y ahora descubrí el blog de Arianna, la hija de Valentina. Por lo tanto deduzco que los viejos Quintero deben ser personas excepcionales. Imagino su casa, en las montañas del litoral, como un sitio mágico lleno de objetos coleccionados durante los viajes de Valentina. Imagino sobre todo el jardín, verde, con esa vegetación maravillosa del trópico al borde del mar. Flores de nombres desconocidos, frutas que no se consiguen en ninguna parte, cultivados durante décadas con tesón y buena mano. Pero de repente, como escribe Arianna, "el pueblo, sin avisar, nos convirtió en el enemigo. Pasamos a ser "terratenientes", "oligarcas" y otro montón de cosas que no entendemos. Ellos se transformaron en cimarrones oprimidos". Valentina y su hija, no culpan a Caruao por la marabunta que súbitamente destrozó el sueño y el trabajo de tantos años. Pero sí señalan la responsabilidad de quien ha prometido sin cumplir, de quien ha creado odio entre las clases, de quien ha provocado toda esta violencia.
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