Dorancel no es el retrato de un caníbal, sino la cruda realidad venezolana
Estuve en San Cristóbal hace unos días y aproveché la oportunidad para visitar a Dorancel Vargas, llamado "el comegente", quien, como afirma el periodista Sinar Alvarado, autor de un excelente trabajo, publicado en 2005, que lleva un título "Retrato de un caníbal", a pesar de haber sido declarado irresponsable por su condición de enfermo mental, sin que haya sido posible su reclusión en algún centro de rehabilitación, cumple de hecho una cadena perpetua en el cuartel de prisiones de San Cristóbal, establecimiento policial que funge como penitenciaría, siendo así que, simplemente, es un "centro de prevención".
Dorancel está allí, en su celda particular, en buenas condiciones y como hombre de confianza de las autoridades, motivo de guasa para algunos, de amenaza para otros y de reflexión para muchos.
Lo encuentro en un patio interno, con una escoba, recogiendo desperdicios del suelo, de buen semblante, cara risueña y ojos expresivos, de pocas palabras y algo perdido en sus recuerdos, repitiendo mi apellido como si me conociera y no ocultando su agradecimiento por la visita.
El "comegente", recordado por muchos con temor, motivo de chanzas y hasta de canciones, es el más fiel reflejo de nuestra realidad y de nuestro drama como sociedad.
Irresponsable
Dorancel Vargas recluido hace más de 10 años, declarado irresponsable, pero preso, es la imagen visible de una justicia penal que no funciona, que libera a los culpables y mantiene privado de su libertad a quien ha podido ser rescatado y tratado en su enfermedad.
¿De qué vale ante su cuadro todo lo que consagra nuestro viejo Código Penal y nuestro moderno Código de Procedimiento Penal? Ante su vista ¿qué significado tiene el Capítulo sobre los derechos humanos de la Constitución o la invocación de la rehabilitación de quien ha incurrido en hechos graves y debe ser tratado y no recluido en una prisión?
Dorancel sobrevive en la cárcel y nos quiere recordar la contradicción de unas leyes que nada tienen que ver con la realidad.
Hemos leído historias espeluznantes de caníbales, como el de Hamburgo, que nos hielan la sangre y nos hacen pensar en lo más repugnante de las miserias humanas.
Dorancel Vargas no nos lleva a ese mundo, ni nos comunica esos temores. Uno llega a dudar si en verdad se comió a alguien -lo que, al parecer sí hizo- o tal vez, esta sociedad se lo ha querido comer a él o ha intentado destruirlo, sin lograrlo.
Impertérrito con su camiseta de la Vinotinto y sus bermudas, con su rostro afable, Dorancel nos interpela e interroga sobre la incapacidad que tenemos para resolver el drama de un "comegente afable" que está abandonado a su suerte y a la buena voluntad de sus obligados carceleros.
Dorancel no es el retrato de un caníbal, sino la cruda realidad venezolana que no ha asimilado lo que dijo Mandela: "Una Nación no se juzga, por el trato que dispensa a sus ciudadanos más ilustres, sino por el dispensado a los más marginados: sus presos".