No es de izquierda ni unitario
viernes 16 de diciembre de 2011, 08:12h
Algunos
representantes de la izquierda, como Cayo Lara por ejemplo, han
dejado bien claro cuál es la cultura política con que llegan a
ocupar sus asientos en el Congreso. Y creo que el mayor de sus
problemas consiste en que además están bastante convencidos y
satisfechos de ella. Pues bien, como ya he anticipado en otras
ocasiones que en algún momento iba a cuestionar los núcleos duros
de una cultura de izquierdas que me parece impresentable, voy a
comenzar por este ángulo. Ello no quiere decir que no sea
necesario realizar el balance de eso que se ha dado llamar la
experiencia del zapaterismo, porque también me parece otra expresión
de autoconvencimiento impropio.
Para evaluar esa cultura
política que quiero criticar voy a proponer un cuadro de indicadores
con el que luego el lector pueda hacerse su propio juicio y aplicar a
casos concretos, como por ejemplo, el de Cayo Lara.
Falta de
consistencia democrática.-
En los años ochenta del pasado siglo, cuando el maestro Bobbio hacía
una descripción clasificatoria de la izquierda afirmaba que la
experiencia del siglo XX mostraba que la izquierda podía ser
democrática o autoritaria. Bien, pues precisamente a la luz de tal
experiencia hoy sabemos que la democracia política es consustancial
a la emancipación humana y que en el siglo XXI la izquierda sólo
puede ser democrática. Ya aprendimos que la izquierda autoritaria
simplemente no es izquierda. Los desplantes respecto de las reglas
del juego democrático (por ejemplo al asumir como diputado) son
muestras de falta de consistencia democrática. Y por tanto reflejan
ser menos y no más de izquierdas.
Complejo de
superioridad moral.- Buena
parte de la izquierda asume que por el hecho de ser de izquierdas ya
tiene superioridad moral en la política práctica frente a la
derecha o cualquier otra corriente política. Eso le conduce a
considerar que cualquier adversario político es en realidad una suma
de vicios. Y actúa como si tuviera un cheque en blanco moral al
respecto: cualquier falta de fraternidad o generosidad (con Gaspar
Llamazares, por ejemplo) se justifica políticamente.
Reivindicacionismo
unilateral.- Es una
derivación de la cuestión anterior: como se supone que se tiene
siempre la razón moral, se puede exigir justificadamente a otros lo
que no se practica con ellos o al interior de la propia organización.
Cretinismo
conceptual.- A
partir del complejo de superioridad moral, es fácil llegar a la
conclusión de que siempre se tiene superioridad conceptual y
analítica. Eso lleva frecuentemente a repetir tópicos sin respaldo
informativo sólido, únicamente por el olfato de que deben ser de
izquierdas. Y esos tópicos se usan como señas de identidad.
Inclinación al
catastrofismo.- Se
tiende a lecturas muy negativas de la realidad como mejor manera de
ejercer el sentido crítico. Este problema se agrava cuando se
extiende a la estrategia política de "cuanto peor, mejor",
característica de los grupos violentos.
Izquierdismo.-
Se trata de un viejo defecto en la izquierda, consistente en tratar
de colocarse siempre a la izquierda de cualquier postura o
proposición, sin considerar con rigor si eso es beneficioso o no.
Recuerdo que al comienzo de la transición, cuando se discutió el
asunto de la mayoría de edad, algunos izquierdistas quería
rebajarla a 16 e incluso a 14 años, con lo que se consideraban más
progresistas que nadie, cuando en realidad estaban haciendo un enorme
mal a los adolescentes, exigiéndoles responsabilidades de adultos.
Sectarismo
partidista.- Se
refiere a la incapacidad de distinguir entre las situaciones en que
se necesita el consenso y las que debe plantearse el disenso.
Generalmente se busca el disenso como seña de identidad o bien por
la búsqueda de réditos políticos (por ejemplo, usando la
estrategia de "a rio revuelto ganancia de pescadores"). Esta
tendencia es nefasta en situaciones nacionales de profunda crisis y,
en realidad, muestra la ausencia de espíritu colectivo.
Oportunismo
político.- Aparece
cuando se usan situaciones, ideas o propuestas planteadas desde otros
actores para provecho propio, sin examinar si concuerdan o no con las
convicciones que defendemos. Esta actitud no es patrimonio de la
izquierda, pero también es utilizada por esta: por ejemplo,
recientemente, algunos líderes y grupos políticos han usado en tal
sentido las manifestaciones y propuestas del movimiento de los
indignados.
Demagogia
discursiva.- Alude
a la tendencia a usar argucias, exageraciones o mistificaciones con
la intención de atraer al público, a partir de decirles lo que
esperan oír o se supone que queda bien. Generalmente, ello se hace a
sabiendas de lo que se está haciendo. Esta inclinación tampoco es
exclusiva de la izquierda, pero ésta la usa con mucha frecuencia.
Probablemente
este cuadro de indicadores no esté completo, pero el lector puede
mejorarlo y aplicarlo a los comportamientos políticos de algunos
representantes de la izquierda (Cayo Lara, como decíamos). En todo
caso, cuanto más elevada sea la dimensión de estos indicadores se
estará ante una cultura política que, contrariamente a lo que se
piensa, no significa ser más de izquierda sino menos, porque, como
es obvio, la práctica de esos elementos nada tiene que ver con la
defensa de la justicia social, el bien común o la emancipación
humana, que es lo que se supone identifica a la izquierda.