Algún día, quizá no muy lejano, alguien con un mínimo de
sensatez y hasta de sentido del humor recopilará en un volumen, que sin duda
tendrá éxito, la cantidad de insensateces, contradicciones, medias verdades,
mentiras completas, locuras y bobadas que están jalonando en Cataluña, y fuera
de ella, el camino hacia un soberanismo que no será. Y no hablo, claro está, de
futbol, o solamente de futbol. Exacerbar el victimismo puede tener un 'efecto
boomerang' cuando las 'víctimas' se convencen de que no hay
tal, sino algo muy al contrario. Y el hecho es que esta semana que comienza van
a llegar a las arcas de la
Generalitat los primeros millones de euros del total de cinco
mil millones solicitados por el Govern de Artur Mas como 'rescate'
del fondo interterritorial que pagamos todos, señaladamente los otros españoles
que no vivimos en Cataluña.
Claro que no se trata de hacer aquí un artículo anticatalán
al uso de lo que algunos comentaristas se empeñan en estos días, desde mi punto
de vista aciagos, en general, para el Estado. Simplemente, hay que constatar
que el proceso que Artur Mas ha hecho estallar, y en el que ahora él mismo
trata de plegar algunas velas, está plagado de demasías y oportunismos. Mas ha
querido ponerse a la cabeza de la manifestación de la Diada y hasta ha querido
salir a jugar en el Camp Nou, y resulta que ha descubierto, quizá tarde, que
existen otra Cataluña, otra España y otra Europa, que son, por cierto, las que
firman el cheque de las transferencias rescatadoras.
Es verdad que, en el reciente encuentro de ambos en La Moncloa, en el que
Mariano
Rajoy se limitó a dejar sobre la mesa un tajante 'no' a la
posibilidad de un pacto fiscal y Mas apenas dejó entrever la amenaza de lo que
puede suceder a partir de ahora, ambos pecaron de falta de flexibilidad, de
reflejos. Ninguno de los dos se portó como un estadista, ni como aquel
Tarradellas que, tras una borrascosa entrevista con Adolfo Suárez, salió a la
prensa declarando que todo había transcurrido estupendamente, en un plan de pleno
entendimiento, sin que, naturalmente, el entonces presidente del Gobierno le
contradijese.
Eran otros tiempos, otros talantes y quizá otros talentos.
Es el caso que ahora la campaña catalana se tensa, mientras la gallega y, sobre
todo, la vasca, miran de reojo a Cataluña. Rajoy ya ha dicho, naturalmente en
Galicia, que la Comunidad
gobernada por
Núñez Feijoo, que seguramente volverá a ganar las elecciones,
tiene poco que ver con la de
Artur Mas. Y no hay líder vasco, del partido que
sea, que no se refiera, para bien o para mal, al caso catalán en sus mítines. Curioso
que, una vez más en la
Historia, Cataluña polarice todas las atenciones cuando el país
pierde prestigio a chorros en el exterior y la llamada clase política arruina
su reputación en el interior, siendo objeto de ataques hasta en algún demencial
auto judicial.
Estas cosas siempre acabaron mal: en 1919 -ya
Ortega
hablaba con preocupación de la deriva catalana hacia el abismo-y en 1934,
cuando se constituyó unilateralmente el Estat Catalá, obligando a
Lerroux y a
Alcalá Zamora a declarar el 'estado de guerra', una locura que, sin
embargo, a algunas mentes, pocas y poco preclaras, les gustaría, acaso,
repetir. Supongo que a más de uno se le habrá venido este ladrillazo histórico
a la cabeza viendo cómo hasta la belleza de un partido de futbol se degrada
para transformarse en mitin. Algunos piensan que no es para preocuparse
demasiado. Yo, que siempre he pecado de algo utópico y demasiado optimista,
empiezo a creer que sí, porque, cuando quieren perder a los hombres, los dioses
primero los ciegan. Y aquí y ahora, ciegos que creen tener visión de futuro hay
demasiados.
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