Vivimos una época trepidante hacia el futuro incierto. Y, sin
embargo, es también una época llena de 'revivals', en la que nos dedicamos a
mirar hacia atrás no sé si siempre con intención de enmendar los errores del
pasado. La cosa comenzó en marzo de este año, cuando murió
Adolfo Suárez y
muchos, que lo negaban hasta entonces, comenzaron a pensar en que acaso se
abría ahora una segunda transición y se hacían necesarias algunas de las
fórmulas drásticas puestas en marcha por el Duque inolvidable para ajustar
tuercas que ya no funcionan: él dio la vuelta al Estado en once meses.
El pasado jueves estuve en el acto de conmemoración de
los cuarenta años desde que se celebró el congreso del PSOE en Suresnes, aquel
XXVII congreso que hizo que el poder pasara a manos 'del interior', relegando a
Rodolfo Llopis y los viejos dirigentes del exilio.
El olvido es una de las mayores crueldades. Allí, el jueves,
en la Casa de América, conmemorando este aniversario, estuvieron
Felipe
González y Alfonso Guerra, arropando, desde los recuerdos del pasado, al
presente, el actual secretario general
Pedro Sánchez. Hablo de la crueldad del
olvido porque por allí no estaba el antecesor inmediato de Sánchez,
Alfredo
Pérez Rubalcaba, a mi juicio uno de los políticos más completos que hemos
conocido en los últimos tiempos: nadie pareció echarle de menos; nadie, ni
Felipe, ni
Guerra, ni
Sánchez, ni
Zapatero en las declaraciones que hizo a
algún medio, le citó en esa tarde de recuerdos, con un aforo repleto de caras
de viejos conocidos que ya no tienen ningún papel.
Traigo aquí este acto quizá de nostalgia porque me parece que
las efemérides no son tan gratuitas. Allí descubrimos que Guerra, que tuvo un
discurso mucho más actual que el de González, con quien pienso que jamás se
reanudaron las buenas relaciones, discrepa del actual líder de su partido en
algo fundamental: no cree que sea necesario reformar la Constitución. Sánchez
aceptó elegantemente el 'viaje' que le dio quien fuera durante muchos años el
vicetodopoderoso -y bien que ejerció el cargo-y decidió largar al auditorio
algo semejante a un primer proyecto de borrador de programa electoral, sin
anclarse para nada en el pasado. El análisis de ese borrador sería, claro,
objeto de otro comentario.
Esta fue, en todo caso, la primera de las muchas
conmemoraciones que nos esperan: porque dentro de un año y un mes tendremos
otra oportunidad de mirar hacia atrás no sé si con ira, con alivio o con
complacencia, para recordar que hace cuarenta años que murió un dictador y
llegó un Rey para la renovación. Es posible que, como le ocurrió este jueves a
Pérez-Rubalcaba, Juan Carlos de Borbón sea el gran difuminado -quizá
voluntariamente por su parte- a la hora de las retrospectivas. Pero qué duda
cabe de que a su hijo, Felipe VI, le conviene repasar a fondo los errores y
aciertos de su padre para evitar los primeros -que seguro que los evitará-y no
sé si para repetir los segundos, pero, al menos, para sentirse orgulloso de
ellos.
Y, ya que estamos en modo mirada hacia atrás, permítame
recordarle, amable lector, que también el año próximo, casi coincidiendo con el
comienzo de la campaña electoral para las municipales y autonómicas, deberíamos
acordarnos de que hace veinticinco años, un cuarto de siglo ya,
José María
Aznar heredó la Alianza Popular de
Manuel Fraga y la transformó en el Partido
Popular. En 'este' Partido Popular que ahora nos gobierna. ¿Debería Mariano
Rajoy, que ya andaba por allí, reflexionar, en estos momentos en los que la
palabra es 'regeneración', sobre lo que ha sido la trayectoria de su partido,
de él mismo, durante estas dos décadas y media?
Ya digo: es lo que tienen los 'revivals', de los que ha
habido mucho en 2014 y habrá aún más -la de libros que van a aparecer con
Franco y Juan Carlos en las portadas, Dios mío-en 2015. Tienen que, de golpe,
te echan muchos años encima y te gritan en qué te has equivocado. Siempre y
cuando lo quieras escuchar, claro.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>