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Ucrania, los reyes, los padres y la mirada divergente

viernes 30 de septiembre de 2022, 09:35h

Hace unos días y en el contexto de las jornadas promovidas por elDiario.es con motivo de su décimo aniversario, Noam Chomsky, uno de los grandes mitos vivientes del más elevado pensamiento del siglo XX, a través de videoconferencia, decía: “La invasión de Ucrania en sí misma es una agresión criminal (…) pero aparte de eso, es una estupidez increíble. Ha metido a Europa en el bolsillo de EEUU”. Frente a la respuesta exclusivamente belicista que USA, UE y OTAN están dando al conflicto, planteaba que: “… la única forma de saber si existe la posibilidad de una solución política en Ucrania es intentarlo (…) Siempre ha habido posibilidades de resolver el conflicto sin que estalle (…) Pero no hay forma de saberlo hasta que lo intentes. Así que la pregunta es, ¿lo intentamos? ¿Prestamos atención a la opinión de más de las tres cuartas partes de la población alemana? ¿O lo ignoramos y decimos que queremos que la guerra continúe? Esa es la elección que tenemos frente a nosotros”.

Josep Borrell, representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, ya ha elegido la suya ante la Asamblea General de la ONU, y esta no es otra que la de seguir adelante con los faroles, argumentando que la condición imprescindible para resolver el conflicto es la derrota de Rusia. Parece no dar crédito a lo que escribe su compatriota autonómico y Premio Godó de Periodismo, Alfredo Pastor: “Europa debería luchar por un final inmediato de la guerra. De lo contrario, corre el riesgo de acabar siendo considerada un parque temático que linda con Rusia”. Chomsky tampoco acepta la simplicidad borrelliana y volviendo a los pacientes directos de la guerra, dice: “… ¿tienen que soportar esta situación? ¿Es necesario? (…) ¿Tenemos que hacer el experimento para ver si tal vez Rusia no usará las armas que tiene? ¿Tenemos que correr ese riesgo o el riesgo de que la gente tenga que sufrir en Europa? ¿O podemos movernos para ver si el conflicto se puede resolver? Hay oportunidades. No sabemos lo reales que son. La única manera de averiguarlo es probar. Y no lo intentamos”.

Para buscar una respuesta a tales interrogantes y conclusión convendría releer al politólogo estadounidense de origen polaco Zbigniew Brzezinski, consejero de seguridad del presidente Jimmy Carter, que en su magnífico libro El gran tablero de ajedrez: la primacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, publicado en 1997, exponía la gran prioridad a medio plazo del coloso americano para hacerse con el control de la Eurasia oriental (espacio geopolíticamente formado por los países del Cáucaso meridional, Georgia, Armenia y Azerbaiyán, las cinco repúblicas centro asiáticas, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán, y Uzbekistán, más Rusia y Turquía): “Una potencia que domine "Eurasia" controlaría dos de las tres regiones más avanzadas y económicamente productivas del mundo. Un simple vistazo al mapa también sugiere que su control implicaría casi automáticamente la subordinación de África, haciendo que el hemisferio occidental y Oceanía sean geopolíticamente periféricos al continente central del mundo. Alrededor del 75% de la población mundial vive en “Eurasia”, y la mayor parte de la riqueza física del mundo también está allí, tanto en sus empresas como bajo su suelo, que representa alrededor de tres cuartas partes de los recursos energéticos conocidos del mundo”. A más a más, eso les pondría cara a cara con China, su real enemigo y competidor.

Ahora, y después de que en Afganistán les echaran a pedradas, dirigentes y empresarios estadounidenses, cuyo mayor activo es la industria bélica, van con todo a por Eurasia. Primero, organizaron y financiaron un Golpe de Estado que derrocó al presidente democráticamente elegido Víktor Yanukóvich, para sustituirlo por un gobierno suyo afectísimo a la Casa Blanca. A continuación, buscaron la fórmula para provocar al gobierno ruso a actuar de manera que generara un rechazo internacional. El proyecto venía de lejos y empezó a urdirse cuando la fulminante y estrepitosa caída de la Unión Soviética hizo presagiar el fin de la Guerra Fría. Vana ilusión que inmediatamente se vio frustrada por la evidencia expansionista de la OTAN en Polonia, Bulgaria y los países bálticos. Para cerrar el cerco, solo faltaba Ucrania, la única frontera ruso-europea que quedaba exenta del feroz acoso de la Alianza Atlántica.

En mayo de este año y en el contexto de un congreso sobre derechos humanos, lo explicaba y lo explica con inusitada lucidez en un video que ahora corre por Internet como la pólvora, el diplomático español José Antonio Zorrilla, durante cinco años Embajador para Georgia y Estados del Cáucaso: “Si Rusia no invade Ucrania le metemos la OTAN hasta la cocina y si lo hace la desangramos”.

Wladímir Putin, además de un criminal sin escrúpulos, un facineroso enajenado, y todos los demás soeces epítetos que le dedican los medios de comunicación occidentales, cuidadosamente entrenados para el pensamiento convergente y único, es un perro rabioso al que se ha arrinconado de forma que sólo pueda atacar o morir.

Del pensamiento divergente que nos enseñó el pensador, pedagogo y periodista italiano Gianni Rodari; de la capacidad de romper los esquemas mentales al uso; de hacerse preguntas en la periferia de las respuestas oficiales; de tener un pensamiento independiente y autónomo, no parece quedar el menor rastro. Entre otras cosas porque nuestros gobernantes decidieron defender nuestro “derecho a la desinformación”, prohibiendo la difusión de cualquier medio de comunicación del lado ruso.

Lo más sorprendente del asunto es que Europa se haya dejado arrastrar por el proyecto imperialista estadounidense y esté dispuesta a inmolar a su ciudadanía para que la superpotencia se haga con el control de Eurasia; un destino que, inevitablemente, pasa por la destrucción de Rusia y de la propia Unión Europea.

La catástrofe se podría haber evitado aceptando las únicas condiciones que Putin ponía para no invadir Ucrania: que se mantuviera neutral, que no entrara en la OTAN y que Occidente aceptara los acuerdos de Minsk firmados en septiembre de 2014 por altos representantes de la Federación Rusa, Ucrania, y las Repúblicas Populares de Donestsk y Lugansk. Ya sé que decir esto a estas alturas; de recurrir al pensamiento divergente, es políticamente incorrecto y diametralmente opuesto al pensamiento único impuesto por Occidente y su corifeos mediáticos, por lo que seguramente y de inmediato me empezarán a llover piedras, pero como desesperado asidero antes de que me consideren un remake de Gengis Khan, suscribo el colofón del diplomático José Antonio Zorrilla: “… siento tener que desengañarles y rogarles que me disculpen si rompo su inocencia, pero los reyes no son los reyes, son los padres”.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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