No va a haber sorpresas. Tras el resultado de las elecciones en España, el potente “software”, el sistema operativo que permite que funcionen adecuadamente los programas –Leyes e instituciones- se ha puesto en marcha y sólo resta interpretar con acierto la partitura que han compuesto los españoles y acatar la Constitución en cada uno de sus Títulos.
Los pasos están marcados: La Junta Electoral Central, tras estudiar las posibles impugnaciones, hace la proclamación definitiva del resultado de los comicios y se constituyen los grupos parlamentarios –esta vez, con la ausencia de Izquierda Unida por primera vez- y el Congreso de los Diputados, cuya primera tarea es elegir a su propio órgano de gobierno, que presidirá, con muchas probabilidades, el socialista José Bono.
Y en esa designación esta una de las claves de la legislatura: la voluntad del Partido Socialista de pactar los grandes asuntos de Estado con las otras fuerzas políticas y, especialmente, con el Partido Popular, ya que José Bono es un políticos experimentado –fue durante más de 20 años presidente electo de la Comunidad de Castilla-La Mancha-, moderado, católico y proclive al diálogo y a los pactos.
El Rey, en su papel de árbitro y en aplicación del Artículo 99 de la Constitución, tras escuchar a los grupos políticos con representación parlamentaria, es el que propone el candidato a la Presidencia del Gobierno, que debe exponer su programa ante el Congreso y someterse a la votación de los parlamentarios. Y será José Luís Rodríguez Zapatero, sin duda, el elegido, en primera vuelta, si consigue el apoyo de, al menos, 7 diputados de otros partidos. Por eso los dirigentes socialistas han estado valorando, durante la Semana Santa, los posibles apoyos parlamentarios y, aunque hay varias posibilidades, todo parece indicar que serán los debilitados nacionalistas vascos -el Partido Nacionalista Vasco- e Izquierda Unida –también en situación precaria- los que le presten sus votos al dirigente socialista.
Una de las diferencias de esta legislatura, fruto del resultado de las elecciones, es que los nacionalismos fundamentalistas serán más débiles y más fuente la moderación integradora y reformista del PSOE. Los catalanes y los vascos han perdido supremacía en sus respectivas comunidades y al nacionalismo españolista y excluyente del PP, enfrentado al PNV y a Convergencia i Unió, también se le ha castigado en esas comunidades históricas, aunque ha salido reforzado en Madrid , Valencia, Murcia y Andalucía.
Rodríguez Zapatero fue duramente criticado, a veces sólo por la derecha, otras por la jerarquía eclesiástica y otras “en coalición”, por sacar a las tropas de Irak, por impulsar la reforma de los Estatutos de Autonomía, por empeñarse en ampliar la cobertura social, por intentar compaginar la acción policial y la negociación con ETA y por ampliar los derechos y libertades. Pero eso, precisamente, es lo que le ha valido el respaldo de los ciudadanos. Han tenido que transcurrir cuatro años y unas elecciones para que los nacionalistas se moderen y para que la derecha se contenga y asuma la derrota. ¿Y la Iglesia?. “Con la Iglesia hemos topado, querido Sancho”, dijo el Quijote y en esas seguimos en España, cuatro siglos después.
Concluyendo, a mediados de abril habrá un gobierno socialista, con la suficiente mayoría parlamentaria y con una mayor autoridad moral, ante los ciudadanos y ante los partidos de la oposición, y este gobierno, -¡ojalá!- podrá ser el que aseste el “golpe de gracia” a la debilitada banda terrorista. Pero, para ello el PNV debe interpretar que la mayoría de los ciudadanos vascos quieren autonomía –que no independencia- y, sobre todo, quieren la paz. El PP tiene que abandonar la política de “cuanto peor mejor” y apoyar al gobierno en su lucha antiterrorista. Y también el PSOE tendrá que aprender a pactar y a compartir los réditos con el resto de los partidos. Así, se aprobará la asignatura pendiente de la democracia española: el fin del terrorismo.