El humor irónico, el sarcasmo y la autosuperación son los ingredientes que mejor definen “1964 después de Cristo y antes de perder el autobús”. Su autor, Charlie Miralles, relata su vida a lo largo de 350 páginas en las que su ambiente familiar le llevará a resguardarse en la calle, donde la movida madrileña dejará huella en él y el punk marcará su vida junto con las drogas, la música, el cine y la enfermedad.
Su infancia estuvo marcada por los golpes en casa, en la escuela y en la calle ¿De qué forma le ha afectado eso en su vida?
La vida es una constante de golpes que sigo recibiendo. En mi época el profesor era una eminencia y tenía derecho a castigarte si no te sabías la lección. Luego llegabas a casa y los cachetes se transformaban en palizas. Eso te provoca rencor y que salgas a la calle.
¿Cómo consigue uno llevarse bien con todos los delincuentes del barrio?
Porque siempre estaba en la calle jugando al fútbol o a las chapas, ya que en mi casa no podía estar mucho tiempo porque el ambiente no era bueno. Además en el barrio nos conocíamos todos y eso creaba un cierto respeto. Ahora la gente es más distante, pero en aquellos tiempos te parabas a hablar con todo el mundo y todo el mundo se conocía.
¿Qué le hizo identificarse con el punk?
El sonido contundente y la provocación que llegó con The Clash, fue una manera de ponernos en contra de la sociedad. Para mi el punk fue como un credo. Chupas de cuero, botas militares, zapatos grandes llamados boogies, era algo que impactaba y el punk tenía que impactar. Lo veíamos como una religión pero sin llegar al punk de ahora que se asocia con el ‘okupa’, por eso a lo mejor nos hicimos un poco de derechas, en el sentido de rechazar ese concepto de ‘okupa’. Pero claro, todo esto te asalta en la etapa de la adolescencia donde te comes el mundo.
¿Cómo ve actualmente a los punk y a los skin?
Antes había un ambiente más ‘musical’, eran peleas por la música, de uno contra uno. Ahora se han convertido en enfrentamientos por ideologías. Nosotros nunca hubiéramos pegado a una mujer. Ahora al skin se le vincula más a una ideología pese a que también el punk se está yendo más hacía la extrema izquierda. Menos mal que en esa época no había medios de comunicación, porque levantan héroes donde no los hay.
¿Cómo fue su coqueteo con el mundo de las drogas?
Cuando era punk nos comíamos todo lo que acababa en 'ina'. Te metes en la noche, conoces gente y hay mundos en los que es muy fácil entrar. Además es muy difícil salir de ese mundo porque al principio es genial, euforia, diversión, te crees Dios. Pero cuando te metes de lleno es una depresión constante, tergiversas la realidad, vives como en un cómic. Llega un momento en que eres consciente de que no puedes vivir sin ellas. La gente te hace partícipe, porque las drogas tienen que ir como la Guardia Civil, en pareja, así no te sientes tan mal. Aunque siempre hay un destello en todas las personas que se enciende y decides que tienes que cambiar porque no te reconoces.
¿Cómo fue su experiencia en el cine?
Muy bonita y enriquecedora. Te tiene que gustar una barbaridad porque lo mismo trabajas mucho que nada. Julio Medem me enseñó muchas perspectivas.
¿Y cómo se trabaja en una discográfica?
El mundo de la música es muy duro porque un promotor musical tiene un trabajo no recompensado, es un comercial, un relaciones públicas, un manager, un vendedor de un producto, un organizador de eventos, inventor y redactor pero sobre todo tiene que vivir con el artista, si es de primer nivel aguantas sus manías, si está empezando, sus miedos. Aunque tiene satisfacciones muy buenas. Con Miguel Bosé aprendí mucho y todos los viernes íbamos a su casa y era él el que te traía el desayuno.
¿Qué pretende lograr con su libro?
Intento sacar de la tragedia el humor, porque es más difícil hacer reír que llorar. Es un libro muy humano y fresco donde el lector puede sentirse reflejado. No me arrepiento de nada porque sino no sería el actual Charlie Miralles que valora ciertas cosas de la vida.
¿Sintió miedo a recordar aquello que no quería?
Hubo momentos sobre todo relacionados con mi madre, con los que el lector se va a sentir más identificado, que sí tuve que frenar porque a lo mejor si contaba la realidad no se iba a creer.
¿Qué siente al ver en las librerías su vida colgada de un estante?
Satisfacción. Amigos míos me llaman para decirme que han visto a gente en el metro leyendo mi libro y yo me pregunto ¿se reirán?
Siempre ha sido un hombre que ha hecho lo que ha querido, ¿ahora cuál es su meta?
Abrirme un hueco como escritor, todo el mundo espera que el éxito te permita vivir de esto pese a que es casi imposible. Sin embargo, yo he visto el éxito y las caídas, así que soy consciente de que me va a costar.
Una locura que no haya contado en su libro
En un partido Atlehic- Barcelona, íbamos por ahí 4 o 5 y nos íbamos a enfrentar a 1.000 personas. A uno le cogieron y le dieron una paliza, yo creía que le iban a matar. Salimos corriendo como cabras locas.