Resulta curioso que los niños dejen de leer cuando se hacen adultos. Tal vez sea porque la literatura infantil es uno de los sectores literarios más estables, con más libros
“vivos” en catálogo, con un porcentaje más fuerte de reediciones y con una buena cifra de negocio. Posiblemente, tambien, porque la calidad, excepciones al margen, es elevada y porque las editoriales, además de apostar por los éxitos que venden más –Harry Potter o Las Crónicas de Narnia, por ejemplo- siguen apostando por los clásicos y por algunos excelentes escritores e ilustradores españoles. Muchos de los libros de la colección El Barco de Vapor, de la Editorial SM, han alcanzado tiradas impresionantes y otros de Siruela las merecerían, por poner sólo dos ejemplos.
Muchos profesores, muchos colegios han vuelto a poner de moda la lectura motivan a los nilños con materiales de trabajo que hacen de esa fábrica de sueños que son los libros un instrumento de educación en valores. A través de los libros reciben las primeras grandes lecciones sobre la vida y en ellos encuentran principios y un uso adecuado del idioma. Pero, además, sapos y princesas, gigantes y enanitos, ogros y mendigos, lobos y soñadores los hay en todas partes, no sólo en los cuentos infantiles, y es bueno que los niños empiecen a familiarizarse con ellos desde pequeños. El miedo surge de dentro de cada uno de nosotros y no de lo que leemos, aunque una lectura inadecuada en un momento difícil puede hacer más difícil el crecimiento armónico de la persona. Pero leer es siempre un ejercicio contra el aburrimiento y un camino hacia la felicidad.
Educamos para la felicidad. O debíamos hacerlo. Victor Frankl, un sabio neurólogo y pensador austriaco, dejó escrito que más que buscar la felicidad, lo que el hombre pretende encontrar es una razón, un porqué, un fundamento que cimente la felicidad. La felicidad, según Frankl, no puede ser perseguida sino que es algo con lo que uno se encuentra, el resultado de salir de uno mismo para ver el mundo que nos rodea. Y señalaba que uno de los signos más conspicuos del vacío existencial en nuestra sociedad es el aburrimiento de muchos. Cuando la gente se jubila y, al fin, tiene tiempo para hacer lo que le gusta, parece no querer hacer nada.
O no saber. Cuando los estudiantes, una parte de ellos al menos, descansan el fin de semana tienen que emborracharse para divertirse. Todos, cada noche, nos sumergimos en entretenimientos pasivos, como la televisión. No es mala idea volver a los cuentos infantiles y revivir historias de héroes y villanos que nos ayudaron e entender la vida. Sapos y princesas. Esta noche, un cuento. Y nada de política, que ese es otro cuento. Seguro que mañana disfrutan más de la vida.