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Bush por fin pierde unas elecciones

jueves 06 de noviembre de 2008, 08:04h
Desde aquel año 2000 de infarto, en que el pobre de Al Gore se quedó sin poder besar a su señora esposa en la Casa Blanca, albergaba la esperanza de ver, algún día, cómo George W. Bush perdía unas elecciones. Llegó 2004 y nada pasó: el soso de John Kerry, aquel candidato medio europeo, no me dio el gusto. Ahora, en 2008, sin embargo, todo ha sido diferente: Bush ha perdido estrepitosamente las elecciones a la Presidencia de Estados Unidos, y lo más curioso es que lo ha hecho sin ni siquiera presentarse y claudicando ante un candidato negro, Barack Obama. Qué buen sabor de boca me ha dejado este 4 de noviembre.

Muchos se sorprenderán cuando lean aquí que quien ha perdido las elecciones es Bush. No se asusten. Estamos de acuerdo: estrictamente no ha sido él, sino John McCain, ese presidente que Estados Unidos necesitaba en los últimos ocho años, pero que ha llegado tarde. Sin embargo, y sin mermar las responsabilidades del senador por Arizona, créanme si les digo que una de las causas más importantes -quizás la que más- para que los votantes hayan dado la espalda al Partido Republicano reside en el aún inquilino de la Casa Blanca.

Bush ha conseguido con esmero la medalla al Presidente peor valorado de las últimas décadas y la gran mayoría de los nuevos votantes que estas elecciones históricas han decidido apoyar a Barack Obama lo han hecho como reacción a los nefastos ocho años del tándem Bush-Cheney, ese dúo dinámico que ahora sale de rositas del Despacho Oval como si nada hubiera pasado. Tras ellos, queda un país sumido en una crisis económica casi sin precedentes y con nefastas consecuencias para las clases más bajas, metido en dos guerras que parecen no acabar y con una imagen internacional que deja mucho que desear.

Barack Obama, ese caballero que ha hecho Historia por enésima vez en unas elecciones que han movilizado a más gente que nunca, es el revulsivo para todo eso. Así lo ha transmitido durante sus casi dos años de campaña, desde que anunció su intención de presentarse por los demócratas, y por eso tantos lo han votado. Mientras Obama proponía un "new deal" a la sociedad estadounidense que acabara con todo ello, McCain se ha pasado la campaña, por más que ha intentado evitarlo, a la sombra de Bush.

¿Cómo iba a convencer al país que le dieran de nuevo el poder al mismo partido cuyos líderes no han sabido gestionarlo en los últimos tiempos? Era algo imposible. Estados Unidos estaba ya muy cansado y así lo ha demostrado con unos resultados electorales que no dejan lugar a dudas: los republicanos están en apuros. Ya no venden, por mucho que McCain haya evitado las apariciones con Bush y se haya postulado como ese "maverick" independiente que también iba a cambiar el país. Todo poco convincente.

La imagen del presidente saliente ha estado muy presente en la campaña. La maquinaria de Obama se ha encargado de que así sea y de que aquello que se oía a principios de año -"McCain es lo mejor que hay entre los republicanos"- pasara a mejor vida. Con sumo esfuerzo, McCain pasó a ser sinónimo de Bush en muchas cabezas. A McCain, como en 2004 hizo Bush, no le quedó otra y tiró de miedo.

Dejando que la mujer del pintalabios polar, Sarah Palin, acusara a Obama primero de terrorista y después -oh Dios- de socialista, McCain no ha dejado de parecerse a aquel Bush que el infortunado 2000 acabó con sus ambiciones de conseguir la nominación republicana jugando la carta racial. Ambos se han acabado fundiendo bajo un mismo halo, algo que ha permitido que muchos como yo hayan tenido el gusto de ver cómo el pueblo estadounidense se daba la espalda de una vez.


* David Valenzuela es periodista, corresponsal de Diariocrítico en Nueva York
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