Salvo que este fin de semana ocurra un milagro, en los que la agnóstica izquierda nunca ha creído, Izquierda Unida, la coalición que con tanto ahínco logró renacer de las cenizas del PCE de Carrillo y que llegó a su cenit con Julio Anguita, corre el riesgo de pasar a formar parte de la historia de nuestro panorama político. Lo más paradójico de todo es que mientras IU celebra su IX -y puede que última- Asamblea, en Washington los grandes líderes mundiales buscan fórmulas para que no se hunda el capitalismo.
La cita en Rivas-Vaciamadrid de este sábado y domingo va a ser decisiva. Si de esta no se ponen de acuerdo y buscan formula de entendimiento, IU, como ya ha advertido la alcaldesa de Córdoba, Rosa Aguilar, “no jugará más un partido”. Aunque razón no le falta a la edil cordobesa, ella misma con su negativa a presentarse y sus avisos de que abandonará el barco si las cosas no salen bien tras la Asamblea, tampoco está ayudando mucho a apaciguar el crispado ambiente que para no perder la costumbre se ha generado.
Pero la realidad es que la forzada dimisión de Gaspar Llamazares, con el que Aguilar mantiene una clara sintonía, puede desembocar en la desaparición de IU como fuerza política con representación parlamentaria. Los prebostes del PCE, de esa vieja guardia anquilosada y aferrada a eslóganes del pasado, lo saben pero no parece importarles. Solo les queda resucitar aquellas largas caminatas, con el pañuelo con cuatro picos protegiendo del sol sus cabezotas azoteas, hacia Torrejón de Ardoz para exigir el desmantelamiento de las bases americanas… Todo se andará si siguen por los derroteros que desde el sur quieren imponer a IU personajes como Antonio Romero o Sánchez Gordillo, el ‘histórico’ alcalde de Marinaleda que en su día -nadie lo duda- fue un emblemático líder de los descamisados andaluces pero que hoy por hoy ya no es ‘reciclable’, y mucho menos para exportarlo a Madrid.
Pero el panorama es el que es. En el Congreso de los Diputados sólo quedan ya dos parlamentarios de IU, el propio Llamazares, que con argumentos de peso se ha negado a dejar su escaño, y Joan Herrera, representa a Iniciativa per Cataluña, partido ‘hermano’, que a este paso no parece probable que vuelva a decidir ir en coalición con IU en las próximas elecciones ya sean autonómicas, europeas o generales. A veces es mejor morir solo que mal acompañado. Y es que la coalición ha ido enterrando ‘tacita a tacita’ sus cada vez más escasas posibilidades de ser un referente para la izquierda e influir en el Gobierno del PSOE. Zapatero les ha dejado a un lado. Han pasado de ser ‘aliados’ preferentes a... no ser nada.
¿Quién recuerda a estas alturas que en la etapa de Julio Anguita IU llegó a tener 21 escaños en la Cámara Baja? Pues los tuvo. Corría 1996 y también entonces las críticas contra el coordinador general de la coalición y su machacón mensaje de “programa, programa, programa”, fueron feroces. Que si hacía la pinza con el PP al PSOE de González, que si era un soberbio, que si se creía un ‘califa’… Anguita se fue después de sufrir un infarto. Llegó Frutos y la coalición se despeñó por el barranco. Pasó a tener ocho diputados de golpe y porrazo. Y todavía se permite el lujo de echar la bronca a Llamazares por haber terminado de rematar la mala faena -bajó a cinco diputados y luego a dos en las sucesivas elecciones generales- que él ya había iniciado. Solo le ha faltado envenenarle la sopa por haberle ganado las elecciones internas en la VI Asamblea por un estrecho margen de votos. Los que en su día fueron aliados internos han terminado siendo acérrimos enemigos. Ellos y tantos otros, porque en IU no hay ni un solo dirigente que no se haya cambiado de ‘bando’ cuarenta veces, dependiendo de cómo estén las fuerzas para asaltar los pocos sillones que van quedado en condiciones de ocupar. Claro, que es esta ocasión poco queda por repartir, salvo los restos del naufragio.
Así que este fin de semana, como en la canción de aquel grupo sevillano No me pises que llevo chanclas, habrá que ir preguntando por los pasillos del cónclave “¿Y tú de quien eres?”, para saber con quien nos las gastamos los periodistas. A no ser que se sometan a una terapia de grupo y uno a uno se levanten para confesar al mundo: “Me llamo fulanito y fui dirigente de Izquierda Unida”.