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Y dale con Fraga

viernes 12 de diciembre de 2008, 12:16h
Como les ocurre a tantos periodistas ya veteranos, he tenido una larga, y no siempre amable, relación profesional con Manuel Fraga. El carácter tempestuoso de Don Manuel no siempre se lleva bien con las exigencias de la información, ni su legendaria impaciencia soporta bien los interrogatorios. Debo decir que, en esta larga trayectoria de encuentros y desencuentros, he tenido ocasión sobrada de asistir en primera fila -incluso a veces he sido yo mismo el destinatario- a alguna de las salidas de tono del impulsivo Don Manuel; a veces, sus palabras fueron aún más irreflexivas que las dedicadas hace dos días a los nacionalistas, a los que, según dijo, habría que colgar “de algún sitio” para averiguar cuál es su peso (político, es de suponer). Insigne barbaridad, sin duda, que se inscribe, como una más, en la lista de despropósitos con los que algunos políticos nos regalan los oídos ocasionalmente.

Dicho esto, añadiré que me parece otro despropósito -me ocurre lo mismo en el caso del alcalde de Getafe y presidente de la FEMP, Pedro Castro, aquel de los “tontos de los cojones”, recuerda usted- pedir a voz en grito la dimisión de Fraga. Primero, porque no sé muy bien de qué puede dimitir un senador, elegido por los ciudadanos. Y segundo, porque, si por cada tontería ilustre que dicen -y, sobre todo, hacen- algunos de nuestros representantes en la cosa pública hubiese que echarlos del cargo, quedarían, la verdad, bastante pocos. Quien mucho habla ante los micrófonos corre triple riesgo de errar que el resto de los mortales, cuyas meteduras de pata tienen lugar en privado.

Por Fraga, sobre el cual hasta he escrito un par de libros -que no le han llenado de gozo precisamente, según sus próximos-, acaba uno sintiendo una cierta ternura. No una ternura derivada de su avanzada edad, sino un sentimiento algo cómplice, el que se tiene con alguien con el que has andado mucho camino, no siempre fácil. Y luego está el respeto con el que hay que mirar al hombre dispuesto a morir con las botas puestas sin perder ni el genio, ni la figura ni, casi nunca, la compostura. Creo que bien se puede pagar el precio de escucharle alguna burrada a cambio de mantener a Manuel Fraga Iribarne, tanta Historia en este nombre, vigente y en vigor en nuestro romo panorama político.
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