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Los verdaderos enemigos

Los verdaderos enemigos

martes 27 de febrero de 2007, 02:55h
El Presidente agredió a Mauricio Macri. De inmediato, el arco sensible de los espíritus educados reaccionó alarmado. ¿Alguien esperaba otra cosa? El tema no es cómo se contesta una agresión –o cómo se la interpreta- sino cuál es el argumento del otro discurso. Porque con este estilo, hasta ahora, al Presidente no le ha ido tan mal.

 Lo realmente opuesto a la agresión es construir una propuesta que le hable a la gente de las cosas no de las personas. Los problemas de la Argentina no son  Kirchner, Macri, Lavagna, López Murphy o Carrió. Los problemas son los pobres, la inseguridad, la corrupción, la incapacidad de gestión, el trabajo negro, el ingreso de los jubilados, la baja calidad de la educación pública o la incertidumbre para cualquier inversión de mediano plazo que no tenga bendición estatal.

 La pregunta es si en la Argentina esos indicadores, que miden la calidad de las cosas, están mejor o peor que hace tres años. Para que la respuesta a esta pregunta sea todavía más difícil el gobierno acaba de romper la confianza, con los cambios en el INDEC, del sistema que valuaba esa calidad.

 Estas preguntas no son de derecha o izquierda ya que no se vinculan con la ideología sino con la realidad. Por ejemplo: ¿a las doce del mediodía es de día o de noche? ¿Vale la pena contestar si alguien se pone a gritar que es de noche? ¿Analizar el alarido no es entrar en el juego del que grita? Porque, mientras tanto, no nos ocupamos de las cosas.

 Solucionar el problema de las cosas no es fácil porque no alcanza con saber golpear o ser un hábil operador político. Además, de vez en cuando, hay que tener alguna idea. Siempre fue así: desde Alberdi a Frondizi cada auténtico dirigente descubrió el problema de las cosas. El primero sostuvo que la guerra entre unitarios y federales no tendría fin porque “los verdaderos enemigos” –los llamó-  eran las distancias, el desierto, la incomunicación, la falta de un pueblo educado. El segundo propuso superar el pasado y la trampa peronismo-antiperonismo eliminando el atraso, lanzar el desarrollo económico y utilizar el petróleo como instrumento.

 Este mecanismo de atacar a las personas no lo ha inventado el Presidente ni tampoco es el único que lo practica. La Argentina actual está plagada de dirigentes –tanto en el gobierno como en la oposición- que descalifican a sus adversarios todos los días sin que se produzca reacción alguna de los medios, de los analistas y, lo que es más grave, de sus propios socios y amigos. Este silencio es de un nivel moral alarmante. Lo que ha hecho el Presidente –y no es una disculpa- es llevar ese mecanismo de desprecio al colmo atento a la importancia de su propia investidura.

 Nadie logrará ganarle al Presidente dedicándose a golpear a su persona o a su entorno o a otro dirigente que nos parezca antipático. Tampoco contestando la agresión con otra agresión por más inteligente que parezca. En ese mundo de gallos el Presidente es casi imbatible, porque no tiene limites. La única alternativa es convocar al otro país, que no es de izquierdas o derechas, en el cual pueda solucionarse el problema de las cosas.
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