La política de lo nimio

Será por la baja densidad de la clase política, por la escasa identidad de algunos representantes sindicales (ahora que andan de elecciones), será acaso porque los medios todo lo recogemos (a veces con indisimulada delicia y con altavoces), pero el caso es que los servicios de la limpieza de La Moncloa se han lanzado a una huelga absurda, injustificada y, claro, demagógica.

¿Qué está pasando en este país para que la rechifla general consista en que protestan quienes pasean el perro del presidente, planchan sus camisas o acompañan a sus hijas al colegio? ¿Debe el presidente, que sin duda tiene cosas más importantes que hacer, planchar sus camisas para contentar a los al parecer vejados trabajadores de la contrata de limpiezas monclovita? Ocurre que nos movemos permanentemente en la política de lo nimio. Esa política que hace que las portadas se centren en la protesta de los trabajadores contratados por La Moncloa o en un vídeo desafortunado del PP más que en las propuestas, alguna sin duda estimable, que acompañan a ese vídeo para mejorar la seguridad ciudadana.

Y no, ningún partido se salva del mal de la frivolidad. Ni el que achaca a un spot publicitario de una empresa pública una voluntad subliminal (¿) de inducir al voto socialista, ni los socialistas, que también están siempre a lo mismo, pero del otro lado, ustedes me entienden. Tampoco, ya se ve, se salvan los sindicatos. El detalle secundario es lo que importa, y, así, algún espabilado ha visto una oportunidad única de fastidiar al inquilino de La Moncloa diciéndole que se lave él los calcetines. Y que se chinche, además, soportando las basuras acumuladas en palacio, hala.