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Democracia es razones y votos

Democracia es razones y votos

sábado 10 de marzo de 2007, 03:21h

Es difícil entender lo que sucede. ¿Lo quieren realmente así los ciudadanos? ¿Quieren que las decisiones políticas se debatan a gritos y pancartas en las calles en vez de hacerlo en el Parlamento del Estado? ¿Quieren que los partidos cuenten sus fuerzas en las calles en vez de hacerlo en las urnas? No es lo que parece, si se escuchan muchas opiniones de gentes moderadas de izquierdas y derechas, desconcertadas y atónitas ante la creciente espiral de demagogia. Los centristas del PP y los moderados del PSOE viven tiempos en que la incomodidad ha dejado paso a la angustia y el desagrado, a la sensación de impotencia.

¿Qué pueden hacer tantos buenos ciudadanos, que naturalmente quieren la paz y naturalmente no a cualquier precio, que naturalmente rechazan la politización de la justicia y naturalmente saben que así será mientras los dos grandes partidos transversales del Estado dialoguen sólo a insultos y pedradas, que naturalmente quieren un debate político centrado en los problemas y programas económicos y sociales –son muchos los problemas y que han de afrontarse con programas eficaces, esto es, nacidos del diálogo y la concertación– y naturalmente no se sienten reflejados en los contenidos y el tono del debate político imperante?

¿Qué pueden hacer los buenos ciudadanos, sino quedarse en sus casas a deshojar la margarita entre el bochorno y la esperanza? “A la sombra de tus alas, oh Dios omnipotente, esperaré a que pase la iniquidad”, dijo en ocasión histórica un gran líder religioso, bajo el que parecía imparable avance del fascismo y el nacionalsocialismo. Por eso, en el punto de deterioro de la convivencia política al que hemos llegado, la única salida racional y eficiente es llamar a elecciones generales anticipadas. Sólo a la decisión de las urnas nadie podrá oponerse desde dentro del sistema.

En los años peores del siglo recién terminado, cuando también estaba fracturada la convivencia en este difícil país nuestro –las terribles “dos Españas” que describía Machado–, un gran moderado de la izquierda, Manuel Azaña, proclamó su voluntad de gobernar con sólo dos grandes fuerzas: razones y votos. Ni a su lado ni en las trincheras de enfrente le hicieron el menor caso. Razones y votos es lo que merecen los ciudadanos de un país democrático. Es lo que veníamos disfrutando desde 1978, en el primer cuarto de siglo español de continuada y estable convivencia democrática. Razones y votos.

Cierto que el terrible 11-S, y sus posteriores ecos, principalmente el 11-M español, son difíciles para las razones. El terrorismo, en sus dimensiones actuales, es algo nuevo y complejo. ETA era un terrorismo, por decirlo de alguna manera, de andar por casa, con mucho menos peso sociopolítico que el IRA, aunque más que fenómenos como los Baader-Meinhoff o las Brigadas Rojas. El terrorismo islámico ha resucitado la tensión entre seguridad y libertad, tan vieja como el hombre, y que los últimos dos siglos habían encauzado a favor de la libertad. La gravedad del islamismo es que rompe el concepto unitario de la Humanidad y deteriora con ello las libertades civiles y los derechos humanos. La gravedad adicional del terrorismo islámico es que, a diferencia de lo que sucede en el espacio occidental con IRA y ETA, no es una enfermedad del islamismo, sino su consecuencia.

Se queja Rodríguez Zapatero, tras su decisión de “atenuar” las condiciones penitenciarias al terrorista De Juana Chaos, de que es la primera vez que un gobierno democrático no recibe el apoyo de la oposición en la gestión de la lucha contra el terrorismo. Pues no. No es la primera vez y es el menor indicado para decirlo, cuando fue el primero en echar la política a la calle para promover y encabezar manifestaciones contra el gobierno de Aznar por su gestión, acertada o desacertada, de la lucha contra el terrorismo. Manifestaciones por cierto en las que se llamaba asesino al entonces jefe del Gobierno y se reclamaba para él –ya se que por una pequeña minoría, pero nadie les callaba– nada menos que “el paredón”.

Este humilde comentarista coincide con Rodríguez Zapatero –y por cierto, con no pocos dirigentes del PP– en que la participación dirigente española en la guerra de Irak fue un grave error, pero eso no impide constatar el hecho de que fue el actual jefe del gobierno, entonces líder de la oposición, el primero en romper tres décadas de razones y votos para sacar de nuevo la política a la confrontación y a la calle. No estoy de acuerdo, es más, estoy en profundo e intenso desacuerdo con que se le sirva ahora la misma cicuta, pero no puede rasgarse las vestiduras por ello. Sobre todo cuando lanza a sus fieles también ahora a la calle a una insólita y patética manifestación “conmemorativa” de la guerra de Irak que no ofende a Bush, sino a nuestros grandes aliados de referencia en la paz, Estados Unidos, y en la guerra, el Reino Unido.

Ya ha dicho el jefe del Gobierno que no va a ceder ante los que reclaman la vuelta del terrorista a la cárcel, pero eso no es un rasgo de firmeza, sino de terquedad, como cuando Aznar garantizaba la existencia del arsenal iraquí de armas de destrucción masiva que todos sospechábamos inexistentes.

Tiene gracia –triste gracia, desde luego– el retorcido argumento de que no se ha dispensado beneficio a un asesino terrorista sino a un preso por “delito de opinión”, porque la condena como criminal en serie ya la había cumplido y ahora sólo cumple condena por publicar unos artículos de opinión. La forma es muy importante en el derecho, pero no puede ser utilizada para corromper el fondo. Aunque escriba artículos –incluso si fueran delicados cuentos infantiles, que no sería el primer criminal en serie que lo hiciera– De Juana Chaos será siempre un terrorista, incluso después de cumplidas las penas con benevolencia que no disfrutan los presos comunes, obviamente menos peligrosos e incapaces de ofrecer contrapartidas políticas.

A algunos, o muchos, nos gustaría que el debate político regresara de la calle a su foro natural, que es el Parlamento. Pero al punto que han llegado las cosas no cabe hacernos ilusiones. Nos espera un año terrible si Rodríguez Zapatero persiste en apurar una Legislatura que ya está agotada, con la apuesta de que un acuerdo con ETA, vendido como “la paz”, le permita forzar el aislamiento del PP y con ello, un segundo mandato, que necesita para su sueño de construir un nuevo modelo de Estado. España será ciertamente lo que los españoles quieran que sea, sin que esa plena capacidad de decisión pueda ser limitada, porque nada es inamovible. Pero los cambios de modelo tienen que hacerse mediante el diálogo, la concertación y el consenso, como se hizo entre 1975 y 1978 el cambio de la dictadura a la democracia. Un cambio que se hiciera por imposición de media España a la otra media abriría un horizonte ominoso e innecesario que no se merecen los ciudadanos de la octava potencia económica del mundo.

 

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